Hace unos meses me escribió Tamara, una chica de quinto año,
diciéndome que había elegido “La niña y su doble” como tema para una monografía
de literatura. Poco después volvió a escribirme: esta vez quería invitarme a
Campana para que participara de la “semana de la lectura” organizada en el
marco de los festejos de los 50 años de su escuela, la Escuela del Norte. Ella misma se había ocupado de hablar con la
directora, con su profesora de literatura… y por su insistencia y
recomendación, sus compañeros habían leído “La niña y su doble” y ahora querían
conocerme.
Finalmente, la semana pasada combinamos con las autoridades
de la escuela y viajé a Campana. Durante una hora, fuimos charlando con el
remisero sobre la caza del carpincho y el ciervo de los pantanos que viven en
la zona. Incluso aceptó llevarme a la costanera para mostrarme los caños que
exportan a todo el mundo y el muelle.
Los chicos de 4to., 5to y 6to. Año de la Escuela del Norte
me esperaban en el Teatro Municipal de la ciudad, junto a los alumnos de la
Fundación Dante Alighieri. En la puerta, conocí a los padres de Tamara, que me
agradecieron por haber ido. Yo les agradecí a ellos, ya que mi presencia y mis
nuevos lectores tenían una sola razón: Tamara.
Subí a un escenario (algo siempre incómodo para mí) y quedé frente
a ellos, que ocupaban todas las butacas. Entonces el presentador hizo pasar al
escenario a esa pequeña y gran lectora de 16 años que, sin titubear, tomó el
micrófono para presentarme y darme la bienvenida. Como un acto reflejo, me paré
y fui a saludarla. Le había llevado un libro, pero tenía la sensación de que ese
regalo era poco.
Durante dos horas, Tamara y sus compañeros me preguntaron de
todo, con inquietudes que yo también había tenido mientras escribía el libro
pero que ningún lector me había planteado hasta ahora: el equilibrio entre
memoria y ficción, el paralelismo entre Nusia y los hijos de los desaparecidos,
mi supervivencia como autor. Preguntaban con una lucidez y despreocupación propia
de esa edad que interpela y, a veces, asusta.
Gracias a esa cercanía que había construido Tamara con sus
mails y sus mensajes de Facebook, la charla con los chicos, el almuerzo con las
docentes, el viaje en remís, todo, absolutamente todo, fue placentero. También
quiero agradecerle a Marcela Orbelli, la profesora de literatura, y a los demás
docentes y autoridades que me hicieron sentir muy cómodo.
Acá van algunas fotos.
Con Tamara y su mamá.
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