Durante muchos años leía de corrido. Hoy, al rumor de los niños
por la casa se suma mi pérdida de atención, esa facilidad que tengo últimamente
para distraerme de lo que estoy haciendo. Así empecé la lectura de “El día de la
creación” hace un mes y lo terminé recién ahora.
Desde la primera página, el protagonista me cayó simpático.
Como tanta gente dispuesta a cambiar el mundo a cambio de un buen sueldo (mejor
si es en dólares), el Dr. Mallory fue enviado por la OMS al África para atender
a los hambrientos, pero sobre todo a los europeos que buscaban extraer petróleo
y minerales. En medio de su misión humanitaria estalla la guerra civil, los
europeos huyen y Mallory queda desprotegido. Pero él no busca escapar. Tampoco
la paz ni nada que se le parezca. Mallory está obsesionado con encontrar agua
para fertilizar el enorme desierto que se extiende un poco más allá del motor
home (las traducciones siguen siendo
nefastas) donde vive. Su búsqueda es tan heroica como cínica. Bajo la
protección de la policía, perfora el lecho de un lago seco buscando el agua que
fertilizará la tierra y detendrá el avance del desierto.
Decidido, el Dr. Mallory manda a retirar un enorme árbol de
extensas y profundas raíces. Sin proponérselo, libera un acuífero subterráneo
que inunda el lago y sus proximidades. Motivo
suficiente para que Mallory crea haber inventado ese río. Sin embargo, el río
no lo satisface porque lo priva de lograr su cometido: encontrar agua por sus
propios medios. Ser el único salvador.
Pronto, todo el paisaje se llena de vida gracias a ese hecho
involuntario. Los locales comienzan a disputarse el dominio de las aguas: por
un lado el capitán de policía Kagwa, que busca hacerse con el poder de su
nación en medio de la anarquía, y por otro Harare, un guerrillero que asesina
europeos y “oficialistas”. Con el río también llega Noon, una mujer de 14 años que
se convierte, como el río, en la obsesión que motiva todas las acciones del Dr.
Mallory.
En la búsqueda errática de un cauce que le permita correr
libremente, en algunas zonas el río forma pantanos que pronto se llenan de
mosquitos transmisores de paludismo. Las aguas también transportan envases,
aerosoles, restos de maquinaria abandonada y los desechos químicos de las
industrias abandonadas por los europeos que escaparon de la guerra civil.
Aquello que tendría que ser la salvación de ese lejano país, termina siendo su
peor mal: la gente enferma, muere, los cadáveres se pudren al sol.
Entonces Mallory decide remontar su río hasta para encontrar
la fuente y matarlo de una vez por todas. Acompañado por Sanger, un director de
documentales televisivos, se adentran por las aguas infectas hacia el norte:
uno para matar el río, el otro para filmar una película que, supone, despertará
el interés de los televidentes de todo Japón y le permitirá conseguir fondos
para una nueva película.
A medida que recorre su río, Mallory comienza a escindirse, a denigrarse, a
perder su condición de europeo civilizado. Se siente poderoso, loco, enfermo,
afiebrado, y excitado por una niña que parece manipularlo día y noche con
propuestas e insinuaciones que sólo él cree notar. En la locura onírica de
Mallory, Noon emerge como el espíritu de ese río que, para el protagonista, no
es más que la extensión de sus venas, de su sangre.
Nunca había leído a Ballard. Me sorprendió mucho su
escritura fluida, pulcra y cínica y también el retrato que hace de las primeras
misiones humanitarias de la segunda mitad del siglo XX, cuando los europeos le
quitaron el monopolio de la limosna a la Iglesia e inventaron una nueva rama
comercial: la burocratización de la pobreza. Cansados de matarse entre ellos,
cansados de realizar genocidios, cansados de tener que gobernar tierras fétidas
para asegurarse la propiedad de todos los recursos naturales de los países que
ellos mismos habían conquistado, destruido y esclavizado, decidieron que había
que ayudar a los pobres para contenerlos dentro de sus fronteras y,
al mismo tiempo, amparados por sus buenas acciones, ellos, los elegidos, pudieran
asegurarse un futuro all inclusive en el Caribe, Tailandia o en el Paraíso de
los Justos.
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