Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

jueves, 9 de abril de 2015

Balestra en el Sumplemento Literario de Telam.

“Un detective suelto en el Río de la Plata”
Por Javier Chiabrando. 
 
Detectives vocacionales obligados a investigar por la aparición de la tragedia en sus vidas. Policías en actividad que buscan la verdad, o que tropiezan con ella. Émulos de Sherlock, capaces de ver a través de una cerradura oxidada y llena de telarañas cosas que los mortales comunes no vemos ni aunque pasen en tecnicolor frente a nuestros ojos. Periodistas que en lugar de levantar el teléfono salen a la calle a entrevistar víctimas y potenciales victimarios. Policías retirados, asqueados con la corrupción de la santa institución de la ley. Y, por último, detectives de oficina polvorienta, botella en un cajón, una vida de espaldas al mundo que ruge fuera de la ventana de esa oficina, y una mujer que entra y sale de su vida.
De todo esto hay un poco en la literatura argentina. Pero quizá de lo que menos hay es de la última variante, la del detective solitario con cartelito en la puerta de la oficina, suerte esquiva, a medias asqueado, a medias derrotado, que al investigar choca con poderes económicos y políticos que rara vez logra penetrar, escéptico, tozudamente honrado.
Con ese último modelo, con el que a la literatura argentina no le ha sido fácil lidiar, se mete Alejandro Parisi con “La sangre en el ojo”, la primera novela con el personaje de Álvaro Balestra (y que no será la última), un detective en busca de clientes como cualquier masajista o peluquero, pero que también pertenece a otras de las categorías descriptas arriba: es un retirado de la policía, en este caso de la policía uruguaya.
Por muy fácil que sea para cualquier lector reconocer el arquetipo, se impone decir que este tipo de detectives son escasos en nuestras letras. Y si bien hay, algunos han virado, sea por intención de los autores, sea por insistencia de los lectores, hacia la parodia, sutil o lisa y llana. Pero los hay, están el Echenaik de Sasturain, el Philipe Lecoq de Fernando López, el Lespada de Esteban Llamosas, el Salvatrio de Pablo de Santis, entre otros.
Parisi acepta el desafío con total confianza en sí mismo y jamás oculta que lo que intenta es trabajar dentro de los límites del clasisismo en lo que hace a la novela de detectives (nombre que le viene mejor que el de literatura negra). Ya en la segunda frase de la novela entramos directamente en ese mundo: “Cada objeto de la oficina estaba cubierto de polvo”. Luego conoceremos al detective, un hombre privado, o casi, de vida social, con una hija lejos y una amante casada, sin amigos, el fantasma de un padre relacionado con la represión en Uruguay, y el fantasma de un pasado personal del que tampoco se puede orgullecer. Y como si no bastara, una madre enferma de Alzheimer internada en un geriátrico.
Y aquí aparece el otro desafío de Parisi, que también enfrenta con una energía que nunca decae: obviar los caminos del evidente clasisismo, trillados por el uso y abuso que se vienen haciendo de ellos desde hace un siglo, para incluir lo original, algo que en toda novela de género es muy difícil, aunque no imposible.
Es decir, un pie en la tradición en el sentido más amplio: el detective a lo Marlowe, con un ayudante marginal, a lo Carvalho (Balestra encuentra ayuda ocasional del Rengo, un mendigo al que refugia porque en las violentas calles de Buenos Aires hay gente que, aburrida, anda matando marginales). Un personaje, decíamos, que se muda de país para huir de monstruos del pasado, lo que lo equipara ligeramente al Salgado de Toni Hill, que se queda dormido en cualquier lugar, porque en su cama no lo espera nadie y no parece ser un lugar más acogedor que, por ejemplo su auto o el sillón de su oficina, como el Wallander de Mankell.
Y un pie en la sorpresa. Balestra no es tozudamente honesto. Vive (es decir donde se lo ve más humano), del reiterado sueño de escapar al Tigre, único lugar donde el detective se siente vivo, intocable para el poder corrupto que combate cada día en el mundo real, y ajeno a la descomposición social que combate como puede y a la vez lo inocula. Un mundo real que ha mutado y que desentona tanto con Balestra como la verdad desentona con la mentira, un mundo con niños ricos aburridos hasta el crimen, un mundo plagado de hábitos curiosos, como la divertida escena de la fiesta de gente disfrazada de cualquier cosa, incluso de pollo, eso sí, de color amarillo; el despliegue de una sexualidad incomprensible a los ojos de Balestra, que como su personaje exige, es un hombre clásico, que ama la verdad a pesar de todo, la belleza de la mujer (natural u operada, en este caso), y que las cosas estén en su lugar, el que él es capaz de comprender.
Tal vez la lucha de los hombres como Balestra es para que las cosas no se salgan de su lugar, el lugar de lo comprensible.
Pero algo siempre se le escapa: sean las motivaciones de los hombres capaces de matar por dinero, poder, o amor, sea el funcionamiento de su propio celular; y ni hablar de los vericuetos de esa supermodernidad en la que vive.
De todo eso huye cuando está en el Tigre donde lo espera otro desafío de tremenda importancia: lograr que le crezcan los jazmines. Y a pesar de todo, la novela cierra con una voz de esperanza. Quizá en la próxima novela veamos una Balestra distinto, porque en esta novela es capaz de reír, aunque sea a último momento. “Entonces, desde el fondo del vivero, uno detrás de otro, como si fueran duendes o enanos de jardín, los peones se acercaron cargados de jazmines. Balestra sonrió. Rápido, abrió el baúl y las cuatro puertas de su Peugeot destartalado. Si se apuraba, quizá podría llegar a la isla antes de que comenzara la tormenta”.
Y ya se sabe que antes de la tormenta, reina la calma: Balestra tiene plata que ganó con su trabajo, su amante pronto lo visitará en el Tigre, y en breve volverá a abrazar a su hija.
Alejandro Parisi nació en Buenos Aires. Es guionista y escritor. Con “Delivery” incursionó en el género policial que retoma en “La sangre en el ojo”. También escribió “El ghetto de las ocho puertas” y “Un caballero en el purgatorio”. Como guionista escribió documentales y programas infantiles, tanto para España como para Argentina. Con “La sangre en el ojo” se consolida como un escritor de la novela negra, policial, o de detectives, como prefiera el lector.

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