Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

viernes, 26 de julio de 2019

Frattini, la muerte de Evita y la lluvia.





"Pero el agobio de Frattini no cesó con la desaparición del cabo. Seguía soportando órdenes, ejercicios y aquel maltrato, lejos de la ciudad que lo esperaba rebosante de joyas y dinero. No podía creer que aún le faltaran ocho meses para ser dado de baja.
Al fin, una mañana, mientras sus compañeros defendían a la patria haciendo flexiones de brazos bajo una lluvia helada, Frattini se lanzó contra uno de lo puntos alejados de los alambrados que cercaban el predio. Colocó un tronco para ganar altura y se sujetó al alambre de púas que coronaba la cerca. Se había vendado las manos con retazos de tela, de modo que logró cruzar al otro lado sin lastimarse, sin siquiera desgarrase la ropa.
Cuando aterrizó en el camino empedrado del exterior, sintió que el corazón se le aceleraba. Le dio una última mirada al predio, insultó en voz baja a todos los militares que había conocido allí dentro y se echó a correr hacia cualquier parte, escapando del ejército y la tormenta.
Aunque temblaba de frío, estaba feliz. Iba haciendo planes mientras se acercaba a la Avenida con la intención de que algún conductor lo llevara gratis hasta el Centro. Vio a tres mujeres que lloraban abrazadas al pie de un árbol. Una de ellas alzaba las manos al cielo, lanzando gemidos y blasfemias. Más adelante, un hombre envuelto con una bandera argentina intentaba encender una vela bajo la lluvia. Poco a poco, Frattini dejó de correr, de caminar, sin saber qué pasaba.
Cuando alcanzó la avenida, le hizo señas a un camión. Sus ropas de soldado ayudaron a que el chofer se detuviera. Frattini amagó con subirse a la parte trasera del camión, pero el chofer le hizo una seña para que se sentara en la cabina. 
-       Sentate acá así me hacés compañía. Qué día de mierda – dijo el hombre.
-       Sí, cómo llueve – contestó Frattini.
-       ¿Vos sos pelotudo? Su murió Evita, pibe.
-       ¿Evita? No puede ser… – dijo Frattini, asombrado.
Su felicidad se fue apagando con los gestos de dolor que vio a lo largo de todo el camino. La gente había salido a las calles buscando más consuelo que explicaciones. Desde la ventanilla del camión Frattini veía hombres fornidos que lloraban abrazados, rondas de mujeres que le rezaban a los distintos bustos de Eva que había en las plazas y que ahora estaban decorados con ofrendas de cualquier tipo, juguetes, vestidos de novia y flores frescas de todos los colores. En una esquina vio un grupo de niños que cantaban la marcha peronista exhibiendo un listón negro en sus camisas.
A medida que el camión entraba en la Ciudad, el tránsito comenzó a avanzar más lento. Los vehículos desbordaban la avenida. La gente iba en bicicletas, autos, motos, camiones, o simplemente a pie, y todos avanzaban sumidos en el mismo silencio. Tardaron más de tres horas en alcanzar el interior del mercado de Abasto. Allí Frattini se despidió del chofer y salió a la calle. Sin oponer resistencia, se dejó arrastrar por la gente que se dirigía al Centro caminando por veredas y calles, derramándose por la ciudad como una marea huérfana y cabizbaja.
En un momento pensó en alejarse, pero no podía. Tampoco tenía donde ir: había entregado la pieza de la pensión el mismo día en que había sido enrolado en el ejército y si iba al conventillo a esa hora, tendría que soportar a su padre. Leonor estaba demasiado lejos, perdida entre las montañas y su pasado, como el Tano.
Fue uno de los primeros cientos de miles de personas que llegaron al Congreso. No podía dejar de mirar a la gente. En un momento, una anciana lo abrazó, llorando, y él se echó a llorar con ella. Aquellos hombres, mujeres, niños y ancianos que esperaban bajo la lluvia, tiritando de frío, que lloraban y proclamaban la santidad de la muerta entre sollozos, despertaron en él una compasión infinita.
De pronto escuchó que alguien le hablaba:
-       Soldado, párase como un hombre y vaya a ayudar a la cocina – dijo un oficial vestido de verde, señalando una pequeña cocina de campaña.
Recién en ese momento Frattini recordó que llevaba ropas militares, que se había escapado de la colimba y que lo podrían detener. Sin embargo no tenía miedo. Prefería quedarse allí. Y así lo hizo. Durante tres días Frattini dejó de lado su condición de desertor para convertirse en uno más de los cientos de soldados que se encargaron de abrigar y servir bebidas calientes a los millones de personas que pasaron por el velorio de Eva.
Cuando todo terminó, Frattini se dirigió al conventillo. Le dijo a Mirtha que le habían dado franco, se cambió de ropa y fue a alquilar una pieza en una pensión de la calle Necochea. El velorio de Leonor, el Tano y Evita había sido larguísimo, pero al fin había terminado.  
Ya era hora de visitar a San Pedro."

Un caballero en el purgatorio, Sudamericana, 2012. (fragmento)

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