Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

viernes, 14 de agosto de 2015

Hablar y escribir: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

En una de las conversaciones que mantuve con un periodista en Montevideo, él me dijo que había algunas palabras en mi escritura que le hacían ruido. Pregunté cuales, y respondió: “beber, incorporarse, tomar y rostro”. Asentí, porque eran decisiones que había tomado a partir de una idea, no por casualidad.
Él insistió: “nadie habla así, la gente dice “tomar, levantarse, agarrar y cara””. Entonces pregunté: “¿en los diálogos mis personajes dicen beber en lugar de tomar?”
“No, los diálogos están bien. Lo que me molesta es el narrador hablando con un tono distinto al que se usa en la calle”, dijo.
Le conté que en Delivery respeté el lenguaje de la calle porque era pertinente para la novela. Después no, porque mis otras novelas exigían otra cosa. Además, es aburrido leer solo cómo habla la gente.
No me dijo nada, pero me quedé pensando.
¿Por qué la literatura tiene que limitarse a reproducir solo cómo habla la gente? ¿Por qué el narrador no puede hablar mejor? ¿La literatura tiene que limitarse sólo a la reproducción del lenguaje de la calle? ¿Cuál es su aporte, entonces?
En el año 2000 me parecía relevante esa discusión. Hoy creo que está pasada de moda.

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