"A
principios del año siguiente, llegó a Lwow la familia que Rudolph tenía en
Dresde. O parte de ella: su prima Edwarda y su hijo Hans eran los únicos de la
familia que habían sobrevivido a “la noche de los cristales rotos”. Rudolph los
invitó a cenar la misma noche de su llegada.
Lo
poco que sabía de las penurias de su primo y su tía le había bastado a Nusia
para imaginar que ellos estarían asustados, y sobre todo furiosos con los
alemanes que los habían expulsado del país donde habían vivido desde hacía más
de veinte años.
-
Desgraciados alemanes – dijo
Rudolph al abrazar a su prima.
-
Ellos sabrán lo que hacen–
respondió ella.
Rudolph,
Fridzia, Nusia y Helena la miraron esperando que fuera una broma. Pero Edwarda
hablaba en serio.
-
Alemania nos permitió vivir allí,
pero los judíos no aceptaron mezclarse. Siempre andan con esas ropas extrañas,
esas barbas antiguas… se lo tienen merecido.
-
Pero, ¿no te han expulsado? ¿No
has tenido que abandonar tu casa, tu ciudad?
-
Por culpa de los judíos.
-
Tú eres judía.
-
No como ellos."
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