Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

viernes, 12 de mayo de 2017

Lecturas Escritas: la condena de la eterna adolescencia



Es la primera vez que detengo mis lecturas por culpa de la escritura.Será la edad, que no permite concentrarme en dos cosas a la vez. Y sin embargo compré "Formas de volver a casa", una de las primeras novelas de Alejandro Zambra, un autor chileno que me gusta mucho.

Esta novela avanza a dos manos: por un lado, se cuenta la infancia de un chico durante los años 80, en plena dictadura de Pinochet. Por otro, eso que tanto le gusta a algunos lectores, pero sobre todo a algunos autores, se cuenta la construcción de la novela desde el autor convertido en personaje sufriente: su postura bohemia anacrónica  ("Pasé la mañana bebiendo cerveza y leyendo Madam Bobary"), su imposibilidad de avanzar con la escritura, su mal de amores. No me gusta: casi que me irrita. Pero Zambra escribe tan bien que sus vicios egocentristas no alcanzan para tapar sus palabras.

No lo terminé de leer, y estoy avanzando muy lentamente. Pero desde hace días vengo pensando en este párrafo bellísimo, tanto por su escritura como por sus conceptos. Sobre todo en estos días en que la sociedad argentina respondió tan rápido al intento judicial de liberar a esos represores que deben pudrirse en la cárcel.

En "Formas de volver a casa", el narrador, un chico de alrededor de once años, crece a la sombra de la vida de los adultos indiferentes, opositores o simpatizantes del dictador. Años más tarde, el autor, mientras escribe, duda de quiénes deben ser los protagonistas de la novela de su propia infnacia. 


Y entonces, como sólo pueden hacerlo los iluminados, Zambra escribe el párrafo siguiente:

"La novela es la novela de los padres, pensé entonces, pienso ahora. Crecimos creyendo eso, que la novela era de los padres. Maldiciéndolos y también refugiándonos, aliviados, en esa penumbra. Mientras los adultos mataban o eran muertos, nosotros hacíamos dibujos en un rincón. Mientras el país se caía a pedazos nosotros aprendíamos a hablar, a caminar, a doblar servilletas en forma de barcos, de aviones. Mientras la novela sucedía, nosotros jugábamos a escondernos, a desaparecer."

En Latinoamérica, la generación de Zambra, que integro, desde el principio estuvo condenada a las sombras de las acciones de sus padres, esos hombres y mujeres que quisieron cambiar el mundo. La condena, creo yo, está en ser considerados hijos. Aunque hoy tengamos el doble de la edad que nuestros padres tuvieron en aquella época, seguimos siendo hijos. Y no hablo de lazos familiares, sino de la imposibilidad moral que la Historia (¿o habrá sido la izquierda?) nos impuso para que no los cuestionemos, ni a ellos ni a sus métodos libertarios.

El sufrimiento, la persecución y la matanza de esos jóvenes que fueron nuestros padres nos impide criticarlos. Nos condena a ser eternos adolescentes, aunque llevemos viviendo mucho más que aquellos jóvenes desaparecidos. Y es curioso, pero ese silencio que nuestra generación debe guardar, es el que sigue impidiendo que pensemos los años 70 como los adultos que somos.

Pienso en Patria, de Fernando Aramburu, pienso en el criticado pero valiente Héctor Leis, pero no puedo decir nada. Soy, tengo que ser un adolescente "que no entiende". No tengo que entender. No puedo entender, no puedo criticar. Porque, como dice Zambra: "Mientras la novela sucedía, nosotros jugábamos a escondernos, a desaparecer".


2 comentarios:

  1. Me encantó la reseña. Es la segunda vez en la semana que me hablan de Zambra, por primera vez. Hace rato que busco ficción que hable de esa época, por otro lado.
    Voy a leer esta novela!

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    1. Confieso que no la termine todavia. Pero Zambra es garantía de buena lectura.

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