Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

jueves, 27 de julio de 2017

Delivery, fragmento: alguna vez fuimos jóvenes.




"Me despierto. En el reloj de la video, las diez treinta AM. Me quedé dormido, pienso y pienso en Romi. Viernes. Hoy va a haber mucho trabajo. De los dos. Voy al baño, abro la ducha y cuando el agua sale caliente entro y me baño. Preparo café y me sirvo dos veces. 
Voy caminando hasta el negocio. Está nublado y parece que va a llover, el tachero tenía razón. Los clientes empiezan a llamar más temprano y cada vez hay más pedidos para llevar. Tengo ganas de gritar “la puta madre” pero pienso en Romi y no grito nada. Sonrío. Llevo los pedidos y me siento bien, es como pasear. A las tres, antes de irme, los chicos me preguntan si la fiesta se hace y yo les digo sí, traigan bebidas y CDs. Inviten mucha gente, digo y Toni dice Cecilia invitó a sus compañeras… no hay drama ¿no? Estúpido, pienso y digo no, todo bien.
Vuelvo caminando y pienso que tengo que arreglar un poco la casa. Cuando llego, Verónica me está esperando en la puerta. Te vine a ayudar, dice, Ceci me contó que hacés una fiesta… Toni hijo de puta, pienso. Sí, gracias, digo. Entonces me abraza, me besa, me acaricia. Ayer te llamé, digo y ella hace una mueca y dice no me avisaron, ¿querías algo? No, era para invitarte nada más. Entonces otra vez abrazo, beso y caricias.
Entramos y vamos a la cocina, no quiero ir a la pieza con ella. Mientras como un sandwich, a Vero se le ocurren un montón de estupideces para la fiesta. La escucho sin decir nada, cuando termina de hablar le doy treinta pesos y le digo comprá cerveza. Después le pido que invite a algunos amigos que hace mucho que no veo. ¿Te enojás si me acuesto un rato?, digo y ella dice descansá, vas a ver qué lindo que sale todo. Despertame a las seis y media, digo y me acuesto. En el reloj de la video, las cuatro doce PM. Me duermo pensando en Romi.

Escucho voces. Me levanto, voy al living y veo a los gordos. Me miran y el rubio dice nos cagaste. Entonces sacan unas ametralladoras y me cagan a tiros. La puta madre, pienso y escucho que Vero dice Martín, son las siete menos cuarto, te tenés que ir. Abro los ojos. La puta madre, vuelvo a pensar. Verónica dice Ceci vino a ayudarme y entonces sé que los gordos no me van a matar no sólo porque estuve soñando sino porque me esperan a las siete en Bogotá y Nicolás Repetto con un montón de merca y con un montón de guita. No hay que cagarlos, pienso. En el reloj de la video, las seis cuarenta y seis PM.
Me levanto, voy al baño y me lavo la cara y los dientes. Después voy a la cocina y agarro una botella de agua de la heladera. Tomo agua. En el living, Vero y Cecilia. Hola y chau, digo y después agarro el beeper, salgo a la calle y voy a encontrarme con los gordos.

Bogotá y Nicolás Repetto. El Golf está estacionado, el rubio parado al lado del coche. Cuando me ve dice flaquito, hoy sacás quinientos limpios. Anoche no fuiste, dice después, los regalos no se desprecian… No pude, digo y dice el Tano te quería saludar, hasta preguntó por vos y todo. ¿En serio?, digo y me imagino al Tano parando la música del boliche y preguntando ¿vino Martín? La próxima vez te juro que voy, digo y dice tomá y me da una bolsa más grande que todas las que me dio antes. Enciendo un cigarrillo. Tanta merca junta me pone nervioso. El tabaco te va a matar, dice. Silencio. A las doce acá, dice después. ¿Podemos encontrarnos a las once y media?, pregunto y él sonríe. No, ¿por qué?, dice y me da miedo. Entonces digo si no podés no importa, vení a las doce. Es lo mismo, flaquito, dice, once y media en Yerbal y Lezica. Ah, dice, acordate de cambiarle las pilas al beeper. Después se sube al auto y se va. Macanudo el rubio.

Voy al negocio. Llevo la bolsa de merca y tengo miedo de que me pare la cana. No pasa nada, digo. Llego y enseguida empiezo a trabajar porque es viernes y la gente quiere empanadas y merca.
Reparto y pienso en mi vieja. ¿Cómo será? ¿Rubia?, ¿alta?, ¿flaca? No sé. Debe ser como esa mina, pienso y pienso que no, como esa no. Como esa puede ser. No, tampoco. Miro a las mujeres que caminan por la calle, a las que están en las casas donde reparto la merca y a las que reciben las empanadas y siempre estoy a punto de decir ¿usted es mi vieja? Estúpido. La puta madre, digo y pienso por qué estoy buscando a mi vieja si tengo tantas cosas que hacer. Entonces trato de concentrarme en mi trabajo, en los dos.

Reparto merca. Un montón de merca. El beeper en total suena dieciocho veces. Lo que hago parece lo más normal del mundo: estaciono la moto, toco timbre, saco la merca de la caja y se la doy al que abre la puerta. Nadie dice nada. A mí qué me importa, pienso y pienso en toda la guita que voy a ganar. También pienso que no soy el único que hace esto: todos los delivery de Buenos Aires reparten merca. Sino los beepers no se hubieran inventado y los delivery menos.
Al final del recorrido cuento la plata y me parece mentira: cinco mil pesos. No lo puedo creer. Tengo ganas de irme a la mierda pero me acuerdo del sueño de esta tarde y pienso que no hay que cagar a los gordos. Pero es mucha guita. La puta madre, pienso. Guardo la plata y vuelvo al negocio.
El dueño se va a las diez porque tiene un casamiento y dice mañana a la mañana no abrimos. Los chicos están excitados por la fiesta. Después de que él se va abren botellas de vino blanco y brindamos varias veces.

A las once y media, el Golf blanco para en la esquina que dijo el rubio. Vinieron los dos gordos y como siempre le doy la guita al grandote, que es el que sabe contar. Entonces cuenta los billetes y después lo mira al rubio. Joya, dice. Ahora escuchame, dice el rubio, el domingo vos no trabajás, así que preparate porque tenés una reunión con el Tano. El grandote sonríe, el rubio abre la boca pero no dice nada. ¿Para qué?, digo pero él dice el Tano quiere hablar con vos sobre tu futuro. Bueno… digo y el grandote me da quinientos pesos. Flaquito, dice el rubio, a vos no te para nadie, ¿me entendiste?, nadie. Silencio. Bueno… digo después. Se suben al auto y el grandote pone música. El rubio me da una tarjeta del mismo boliche y dice el domingo a las once y media, puntual. Después enciende el motor. El beeper anda joya, digo pero ya se fueron.

A las doce menos cuarto vuelvo al negocio, entro la moto y cerramos. Los chicos ya están borrachos. Yo no. Pienso en los gordos, en el Tano, en la merca. La merca. La guita. El Negro tenía razón: me metí en un quilombo. La puta madre, digo pero pienso en toda la plata que voy a ganar y pienso que de otra manera sería imposible. Pienso en eso hasta convencerme de no pensar más ni en los gordos ni en el Tano ni en la merca. Entonces me acuerdo de que hay una fiesta en mi casa y me siento mejor. Pero Romi no va, pienso y digo la puta madre.
Después, los cuatro vamos para casa y cuando llegamos ya está Verónica con las compañeras. Pienso que las chicas como ella cuando salen del colegio no hacen nada. Colegio privado, pienso. Llamé a todos y me dijeron que venían, dice. En la mesa del living hay un poco de comida y algunas cervezas abiertas. Todas las lamparitas son azules y con esa música mi casa no parece mi casa. Joya, pienso, aunque lo de las lamparitas de color me parece una estupidez. Verónica está alegre, me abraza y quiero matarme. Pienso en Romi. A cada rato llega más gente con más bebidas y el volumen de la música aumenta y todos bailan. Pienso en mi viejo y me río. Pienso en mi vieja y creo que la voy a encontrar, sigo con la cerveza y me relajo. Bailo con Vero y a ella le gusta.

Estoy borracho y mi casa está llena de gente que no conozco. Todos se divierten y no hay problemas. Me siento en un sillón y hablo con el Negro que también está borracho, le cuento de Romi, de los gordos, del Tano. Pero de mi vieja no. Después el Negro dice mirá y yo miro y veo que un pibe que no conozco está armando un porro en el living de mi casa. Hijo de puta, pienso pero no digo nada. ¿Es cliente tuyo?, pregunta el Negro y se ríe. Silencio. La puta madre, pienso, lo que veo no me gusta. Drogón, digo y el Negro se ríe otra vez. Me mira y después dice repartir merca no te jode y esto sí, ¿no?… vos sos un hijo de puta. Tengo ganas de pegarle al estúpido del porro pero así le doy la razón al Negro. Me sirvo más cerveza y hago como si no pasara nada.
A las seis la gente empieza a irse. Verónica está borracha y las amigas quieren que se quede a dormir. Pero yo no, entonces les doy plata y les digo que la lleven en taxi. El último en irse es Andrés, que se quedó dormido en un sillón y cuando lo despierto me dice quiero ver a la divorciada, Martín, me tenés que ayudar. Borracho, digo y lo saco a los empujones. Cierro la puerta y pienso en Romi. Después me voy a dormir.

Trato de abrir los ojos, y cuando por fin lo hago, siento un pinchazo en la frente. La puta madre, pienso. Tengo náuseas. Me tapo la cabeza con la sábana y me doy cuenta de que estoy vestido. Cierro los ojos. Siento frío y empiezo a temblar. Pienso en mi vieja. En mi vieja. Mi vieja. Mamá… digo y lloro. No sé por qué pero estoy llorando. Cierro los ojos con mucha fuerza hasta que me duele. Pienso en los gordos, en el Tano, en la merca y tengo miedo. Mamá, vuelvo a decir pero no me contesta nadie."

DELIVERY. Sudamericana, 2002.

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