Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

viernes, 3 de mayo de 2019

Palabras de Hanka 753 en el CCK

Foto: Rosa Karina Rasdolsky


Leo en el diario que anoche todos los presentes en el CCK se emocionaron con el discurso que leyó Hanka. No es para menos. 

Según Infobae:

"...resultaron conmovedoras las palabras de Hanka Grszmot, quien explicó: "Estamos aquí para cumplir con esos héroes y nunca debemos olvidarnos de convertir el odio en amor, la locura en la razón. Solo así podemos evitar que siga vigente la xenofobia". Y cerró su mensaje al sostener a viva voz: "Debemos unirnos para gritar 'nunca más'". Todos los presentes se pusieron de pie y aplaudieron emocionados.

"Esta sobreviviente del Holocausto que estuvo en el campo de exterminio de Auschwitz recordó que tuvo una infancia muy feliz "hasta que llegaron los nazis". Es que a los 9 años fue sometida al infierno del régimen alemán, que le arrancó ante sus ojos a su padre y sus hermanos. "Mi historia es una de tantas. Hoy estoy aquí para honrar a quienes no pudieron estar aquí. Estoy acá para mantener el recuerdo de los que lucharon en el bosque. Porque no hay un idioma en el mundo que pueda describir lo que tuvimos que vivir en los campos de exterminio donde se armó un sistema perfectamente organizado para la muerte".
 
"Hubo llantos y silencio profundo en el salón cuando Hanka habló al público. "Somos un pueblo que sufrió persecuciones y nunca pudieron doblegarnos", destacó emocionada también esta judía polaca de 89 años.

Foto: Infobae


Y viendola ahí en el escenario, sola con los papeles del discurso que escribimos juntos, es imposible no pensar que alguna vez fue una niña, sola, de pie en una larga fila, sintiendo la nieve sobre su cuerpo desnudo, esperando su turno para ser devorada por los hornos. Y sobrevivió. Y anoche les contó a todos por qué es necesario tener memoria.

Acá, su discurso completo:

"Buenas noches a todos los hombres y las mujeres que están aquí.

Mi nombre es Hanka Grzmot y soy sobreviviente de Auschwitz, Oranienburg y Ravensbruk.
Hoy estoy acá en parte para contarles mi historia, pero sobre todo para recordar a aquellos que no pudieron contar la suya.
Me crié en Lodz. Era la mas chica de siete hermanos que mi padre, viudo, crió con amor y dedicación. Tuve una infancia feliz, hasta que llegaron los nazis. En 1939 a mi hermano mayor, que acababa de terminar la escuela, le entregaron un fusil que no sabía manejar y lo enviaron a defender la frontera con Alemania. Nunca volvió.
Después de invadirnos, los nazis nos encerraron en un ghetto. Casi de inmediato, mis otros dos hermanos varones salieron a la calle y desaparecieron sin dejar rastro. El hambre era tan insoportable como los disparos y las vejaciones a las que nos sometían las bestias nazis.
El ghetto se fue vaciando selección tras selección. Al fin, un día, le tocó a mi padre. Yo estaba en sus brazos cuando los alemanes comenzaron a golpearlo con los fusiles, para que me soltara. Nunca voy a olvidar cómo su mano se escurrió entre las mías, cómo continuaron golpeándolo hasta subirlo a un camión para gasearlo delante de mis ojos. Ese día, con apenas 9 años, conocí el infierno.
Poco después, junto a mis dos hermanas, nos cargaron en un vagón de carbón y nos llevaron a Auschwitz, donde nos raparon, nos desnudaron y nos sometieron al hambre y la desidia. Pasamos un día y dos noches desnudas, bajo la nieve, esperando que aquellos hornos infernales acabaran con nuestras vidas. Luego nos trasladaron a Oranienburg, para trabajar en una fábrica de armamento, y finalmente nos arrojaron al infierno de Ravensbruk, donde los prisioneros habían perdido todo rastro humano luego de años de encierro.
Allí, mientras temblábamos de hambre y de frío, en 1945 llegaron unas ambulancias que nos trasladaron hacia el norte, para finalmente ser liberadas en Suecia, el país que nos devolvió la vida.
Sin embargo, mi historia es una entre tantas. Si hoy estoy acá, frente a ustedes, es realmente para honrar a los que no tuvieron la misma suerte que yo: a mi querido padre, al millón de niños que por el solo hecho de ser judíos no pudieron crecer porque los nazis los separaron de sus familias a punta de fusil para luego empujarlos a las cámaras de gas.
Si estoy acá es para mantener vivo su recuerdo y el de los chicos que lucharon en los bosques mientras los trenes cargados de judíos indefensos recorrían Europa conduciendo a hombres, mujeres, niños y ancianos hacia la muerte.
Holocausto, Shoa… no existe ningún idioma en el mundo que pueda describir eso que ellos, los mártires, y nosotros, los sobrevivientes, tuvimos que vivir.
Fue el genocidio emblemático del siglo XX. Y ocurrió en un tiempo oscuro, donde daba la sensación de que se había secado la propia fuente del amor, del respeto, de la civilización.
Nada ayudó. Ni las plegarias, ni los llantos. Tampoco hubo un solo gobierno ni país en el planeta que tuviera el poder y el deseo de defendernos.
En los campos de exterminio se torturaba física y psicológicamente a las víctimas, hasta quitarles toda su humanidad. Nunca antes se vio un sistema tan organizado para la industria de la muerte, que sólo tenía un propósito: exterminar al ser humano con una cruel dedicación.
En su criminal acción, los nazis no hacían diferencias entre judíos ricos, pobres, hombres, mujeres, niños y ancianos: todas las diferencias desaparecían a las puertas de las cámaras de gas y de los hornos.
A nuestro alrededor, como en una pesadilla, constantemente se producían ejecuciones, se cavaban fosas comunes y las madres desesperadas gritaban al ver cómo los verdugos golpeaban a sus niños hasta matarlos en plena calle mientras los huérfanos deambulaban por los campos buscando un mendrugo de pan, llorando a sus familias deportadas.
Nosotros lo vimos y lo vivimos. En los ghettos, en los campos, las familias, fieles a su fe, pensaban en Dios llorando, mientras nuestras lágrimas se fundían con las de ellos, sufriendo en silencio, desamparados, rezando en silencio, gimiendo de desesperación mientras los rollos sagrados eran quemados en los templos, junto con los rabinos y lo más sagrado de nuestra fe: la Torá.
Aun retumba en mis oídos el grito de SHEMA ISRAEL de estas víctimas inocentes. Sus cenizas siguen apiladas en las colinas de Auschwitz, Treblinka, Dachau, Buchenwald, Majdanek y toda Europa. Su sangre clama, pero sus voces ya no se escuchan.
Encerrados en los barracones de Auschwitz nosotros implorábamos que algún país bombardeara las vías que conducían a los judíos a la muerte. ¿Por qué nadie lo hizo? Yo tampoco lo sé.
En aquellos años, toda Europa estaba embriagada de antisemitismo hasta la locura. Pero no nos engañemos: la SHOA no fue solo un acto de embriaguez. Fue un proceso meditado y cruelmente perfeccionado durante siglos. Tampoco ocurrió por la locura de un líder: no, miles de personas, gobiernos y países llevaron adelante esa barbarie cegados por su antisemitismo. Fue la venganza universal de los mediocres y fracasados antisemitas, que perseguían el horrible objetivo de borrar de la faz de la tierra a todo un pueblo, un pueblo que durante miles de años sufrió persecuciones, exilios, éxodos y masacres que, sin embargo, nunca lograron doblegarlo. Por el pueblo judío siempre fue un pueblo lúcido y vital que ha producido a varios de los mejores filósofos, científicos artistas y pensadores de la Humanidad.
Y sin embargo, no lograron doblegarnos. En medio de aquel horror que fue la Shoa, surgió un grito de rebelión. Hambrientos, desarmados y exhaustos, los jóvenes del ghetto de Varsovia no se entregaron.
Eran apenas un puñado de muchachos desnutridos que se levantaron contra sus verdugos. Cercados por los disparos y las bombas, sabiendo que les esperaba una muerte segura, con su rebeldía sentaron un precedente para las futuras generaciones enseñándonos el valor de la resistencia, de la dignidad. Y en aquel oscuro sótano, con la sangre de sus manos escribieron “No se olviden de nosotros”.
Es por eso que hoy ustedes y yo estamos acá. Para cumplir el pedido de nuestros héroes y mártires. Porque el olvido es la peor forma que puede tomar la muerte. Nunca debemos ni podremos olvidarlos. Que su recuerdo nos de fuerza para convertir la muerte en vida, el odio en amor, la locura en razón.
Debemos profundizar el estudio de la historia de la Shoa porque creemos firmemente que esa oscura página de la Historia debe ser incorporada a la memoria universal del ser humano. Sólo así podremos evitar que se repitan los genocidios, la xenofobia, el racismo y las dictaduras.
Nuestra desgracia debe servir para que podamos afianzar el respeto, el pluralismo, la igualdad y la democracia, baluartes indispensables para la libertad del hombre, para construir una humanidad mas feliz. El mundo cambiará solo si ustedes, los jóvenes, conocen lo que nosotros vivimos, y comprenden que el ser humano es uno solo, sin diferencias de raza ni religión.
Nuestra sobrevivencia y nuestro testimonio sólo tendrán sentido si ustedes, los jóvenes, luchan para que ese infierno que yo conocí a los 9 años no vuelva a sorprender a ningún otro ser humano. Porque ustedes son nuestra única esperanza: conociendo la historia y recordándola, nos ayudarán a cumplir la misión que recibimos el mismo día en que fuimos liberados.
Por eso, en memoria de los que no están, unámonos en un solo grito que atraviese los cielos y las fronteras para gritarle al mundo entero: NUNCA MAS.

Muchas gracias."

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