Me pidieron que eligiera un tema para la promoción del cuento "La furia del Gusano", que integra la antología Buenos Aires Noir, que en mayo se publica en Francia. Era imposible elegir otro: por la letra y porque es el principio de la enorme película francesa "La Haine" (El odio).
Acá, el video de Burnin and Lootin, de Marley, con subtítulos. Y, más abajo, un fragmento del cuento.
"Conteniendo el humo en
los pulmones, acodado en una de las ventanas sin marcos ni vidrios, el Gusano
miraba la inmensidad que se abría ante él. Desde que tenía memoria, aquella era
la mejor imagen que había contemplado. Al principio, cuando era solo un huérfano
que vivía en la casilla de su abuela, se colaba entre los médicos de la salita de
primeros auxilios de la planta baja y escalaba aquella estructura enorme,
maltrecha desde sus inicios, un enorme bloque de más de diez pisos que, en su
diseño, se imaginaba como uno de los mejores hospitales de toda América Latina.
Pero apenas habían construido la estructura, y por eso resultaba complicado
trepar las escaleras inconclusas, evitar los hierros retorcidos y oxidados tras
medio siglo de abandono para, al fin, alcanzar una ventana y contemplar esa
ciudad tan cercana y distante que a él, Luchito en ese entonces, lo hacía
sentir pequeño y desubicado.
Pero de eso habían
pasado más de quince años, y ahora él ya no miraba la ciudad con temores. Al
contrario: sabía que las casas, el barrio y todo lo que rodeaba aquella ventana
le pertenecía. No lo había conseguido con facilidad. Si algo había aprendido Luchito
mientras se convertía en el Gusano, era que el poder cuesta sangre, y él había
visto desangrarse por las calles del barrio a muchos de sus pibes. Ahora tenía
más de cincuenta a su disposición. Se hacían llamar La murga de los renegados. Ladrones, vendedores de droga, sicarios,
punteros políticos, barras bravas, peones de la Federal… A veces hasta él mismo
se sorprendía de todas las actividades en las que se habían especializado.
Al fin, el Gusano soltó
el humo de sus pulmones y tuvo que inclinarse para toser.
Desperdigados a su
alrededor, varios de los renegados mataban el tiempo jugando con sus teléfonos
celulares, fumando, aspirando o enfrentados en un partido de fútbol de playstation
en la televisión de cuarenta y seis pulgadas que habían comprado hacía ya tiempo.
Desde otro de los ambientes del piso llegaba el rumor hacendoso de los tres
renegados encargados de rayar tizas para ampliar el kilo de cocaína que debían
entregar esa misma noche en uno de los barrios del Centro. El Gusano los miró a
todos, y se sintió orgulloso del lugar adonde había llegado, alto, tan alto en
Los Perales.
En un rincón, Marco
Antonio Cuellar se retorcía las manos sin poder esconder su terror. Quizá fuera
la primera vez que estuviera rodeado de tantos argentinos. Aquel barrio era una
gran mamushka que contenía distinta gente que muy pocas veces se mezclaba. Por
eso el Gusano se había sorprendido tanto con el pedido de Cuellar. Porque los bolivianos
trabajaban y se mantenían al margen de ellos, yendo y viniendo del Mercado Central
cargados de verduras y de niños, o encerrados en talleres clandestinos cociendo
las prendas que se vendían en el Centro. Al Gusano le llamaba la atención esa obediencia,
esa laboriosidad incorruptible, como si trabajar todo el día bastara para
superar la pobreza que venían arrastrando desde hacía siglos.
Pero, en ese pedido, el
Gusano había visto una oportunidad. Después de todo, un favor no se le niega a
nadie. Mucho menos a un referente de una parte del barrio donde los renegados
no podían entrar hasta entonces pero que, después de ayudar a Cuellar, al fin se
abriría para ellos. El Gusano también había aprendido que las cosas siempre
terminan complicándose y que por eso es necesario tener un arma cargada y un
lugar seguro donde esconderse."
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