Fragmento de DELIVERY, Ed. Sudamericana. 2002.
"Voy caminando despacio y pienso que por más que tarde mi viejo no se
va a ir. Llego a casa y él y la estúpida están sentados en el living. Hola
dicen los dos a la vez y me quiero matar. Hola, digo y voy a la pieza, agarro
un poco de plata, la mochila y unos CD.
Entonces mi viejo dice ¿listo? Sí, digo y la estúpida llama un taxi y
cuando el taxi llega mi viejo se sienta adelante y la estúpida y yo nos
sentamos atrás. La puta madre, pienso y mi viejo dice hasta Retiro.
Vamos en el taxi y la estúpida me dice Martín, en esta canasta hay
una botella de agua mineral, facturas y empanadas. Con las ganas que tenía de
comer empanadas, digo y ella dice no me di cuenta, perdoname… pero bueno, igual
te aviso por si tenés hambre, porque yo cuando viajo en micro me duermo
enseguida. Mejor, pienso y pienso que es mejor que duerma a que diga boludeces.
Ella apoya una mano en el hombro derecho de mi viejo y él le da un beso. Viaje
de mierda.
Llegamos a Retiro. Nos bajamos, el tachero descarga los bolsos del
baúl y mi viejo le paga. Entramos al salón de la terminal y digo que voy a comprar
pilas. Voy a averiguar de qué andén sale el micro, dice mi viejo. Alicia y los
bolsos se quedan ahí. Camino por la terminal y no hay mucha gente, voy a un
kiosco y compro pilas Duracell, cigarrillos y una lata de cerveza. Abro la lata
y tomo un sorbo. Después voy hasta un kiosco de diarios y no sé por qué pero
compro El Gráfico. Sigo caminando y veo un grupo de cinco chicas, tres rubias,
una castaña y una morocha y pienso que tendría que haber comprado una Playboy.
Las chicas me miran, hablan entre ellas y me miran otra vez. Joya, pienso pero
escucho la voz de la estúpida que dice acá Martincito, estamos acá. La puta
madre, pienso.
Es entre el anden cuarenta y nueve y el cincuenta y dos, dice mi
viejo. Vamos al andén. Tengo hambre, pienso y digo Alicia dame una empanada.
Como la empanada y tomo cerveza, después eructo y mi viejo me mira como
diciendo “¿te parece lindo?” Nos sentamos en un banco del andén cuarenta y
nueve y saco el discman de la mochila y le pongo cuatro pilas. Meto un CD y me
pongo los auriculares. Se escucha joya, pienso.
Un rato después llega el micro. Micro de mierda, pienso.
“Transportes del Tuyú”, leo y pienso que debe ser la empresa más barata. Subo
al micro con la mochila, pero mi viejo dice Martín, ¿no la ponés abajo en el
buche? No, le contesto. Ellos guardan los bolsos y después suben. La estúpida
sigue abrazada a la canasta. ¿Qué asientos tenemos?, digo y mi viejo dice
nueve, diez y veintiséis.
Veintiséis, ventanilla. Pasan unos minutos y no sube nadie. Pienso
que estaría joya que suban las chicas que estaban en el salón y me las imagino
a todas desnudas corriendo entre los asientos. Pero seguro que se va a subir
una gorda fea, pienso y veo que se sube una vieja. Se sienta adelante de mi
viejo y de la estúpida, se da vuelta y empieza a hablarles. Que se jodan.
Entonces escucho risas y veo que por las escaleras del micro están
subiendo las chicas. Joya, pienso y pienso que mi suerte está cambiando. Van
hasta el fondo y apago el discman pero me dejo puestos los auriculares. Ahí
está el chico de antes, dice la morocha y es la más linda de todas. Las otras
sonríen y entonces yo digo hola y todas contestan a la vez: hola, dicen y
vuelvo a imaginarlas desnudas. Hermosas. Se me sientan todas más o menos
alrededor, adelante, a un costado, pero ninguna al lado. Hablan, se ríen, me
miran. Yo me saco la campera de jean y vuelvo a encender el discman. Lindas las
chicas del Tuyú.
El chofer cierra la puerta y arranca. Una hora después el micro dio
tantas vueltas y pasó por tantas terminales que ya no sé si estoy en
“Transportes del Tuyú” o en el ciento cuarenta y uno que va a Plaza Italia. Por
suerte no subió mucha gente: un matrimonio con un bebé, dos viejas y un cura.
Las chicas preparan mate y la morocha me dice ¿cómo te llamás? Martín, digo y
ella dice Martín, ¿tomás mate? Sí, digo. Entonces las chicas se presentan:
Jésica, rubia, Marcela, rubia, Julieta, castaña, Lali, rubia, y Maira, la más
hermosa, morocha.
Hablan y de vez en cuando me dan un mate. Yo trato de hacerme el
boludo pero no puedo dejar de mirar la pollerita violeta y las medias rojas de
Maira. Ella también me mira. Después las amigas se van quedando dormidas y
nosotros empezamos a hablar. Somos compañeras del cole, dice, vamos a pasar el
fin de semana a la casa de los padres de Lali. Ah, digo, parecés más grande y
ella dice no, lo que pasa es que… me da vergüenza. Dale, digo y pienso que es
hermosa. Repetí dos años, dice, tengo diecinueve. Joya, digo, yo ni terminé el
colegio. Con esta mina está todo bien, pienso y miro para adelante y no veo ni
a mi viejo ni a la estúpida, seguro que ya están dormidos.
Seguimos hablando y ella dice
no quiero despertar a las chicas y se cambia de asiento. Seguimos hablando.
Hermosa. Hermosa. Hermosa. Que se despierte el cura y que nos case, pienso.
Entonces le doy un beso y está todo bien. Las luces del micro se apagaron y a
ella no le importa nada, a mí menos y entonces hacemos de todo. Joya, pienso y
pienso qué empresa joya. Estamos un rato juntos hasta que las amigas de Maira
se despiertan y ella dice tengo que ir con las chicas. Y yo tengo que dormir,
pienso y le doy un beso y me duermo.
Martín, Martín, dice mi viejo, despertate que llegamos. Abro los
ojos. Bostezo, estiro los brazos y pienso qué buen viaje. Maira y las amigas no
están. Mi viejo se baja del micro y yo agarro mis cosas y lo sigo. Me cagué de
frío, pienso. Abajo están los bolsos y está Alicia. Meto la mano en el bolsillo
de la campera y encuentro una nota: dos números de teléfono y el nombre de
Maira escrito con tinta verde. Está el número de San Clemente y el de su casa,
que por la característica debe quedar en Palermo. Guardo el papel y pienso
joya. Enciendo un cigarrillo. Fumo. Mi viejo sube los bolsos a un taxi rojo con
techo blanco y dice veintisiete y uno. Veintiocho, digo y me río. En el reloj
del taxi, las seis treinta y tres AM.
El taxi agarra por una avenida que se llama San Martín, después
cruza una plazoleta, dobla por la calle Uno hasta llegar a la Veintisiete, después
gira a la izquierda y estaciona frente a la casa de los viejos. Nos bajamos.
Está amaneciendo, el tachero descarga los bolsos y mi viejo le paga. Las luces
de la casa están encendidas, se abre la puerta y los dos viejos salen al jardín
que hay adelante de la casa. Hola, dice la vieja y me abraza y yo digo hola
abuela y la tengo que abrazar. Mi abuelo está llorando y dice pensé que no los
iba a volver a ver. Viejo, dice la vieja, el médico dijo que no tenés que
emocionarte y entonces mi viejo lo abraza y le dice ¿cómo estás? La estúpida y
los bolsos no dicen nada. Saludo a mi abuelo y mi viejo dice ella es Alicia y
mi abuela la mira de arriba a abajo. Hola, dice la vieja y la estúpida dice
hola, doña Isabel, mucho gusto don Carlos.
Entramos a la casa y Alicia dice qué hermoso jardín. Mi viejo sonríe
y dice mi papá es el jardinero. Qué lindo, vuelve a decir la estúpida. La
puerta da a la cocina y sobre la mesa hay una bandeja con medialunas de grasa.
Joya, pienso y pienso en Maira. Dejen los bolsos en la pieza, dice la vieja,
vos Martín vas a tener que dormir en el sillón del living. La puta madre,
pienso y dejo la mochila y me voy a comer medialunas. Mi viejo va a la cocina y
dice me imagino que vamos a ir a pescar. Tu padre ya preparó tres cañas, dice
la vieja, la más grande es para Martín.
Todos hablan a la vez y sonríen y comen y ya quiero volver a Buenos
Aires. Miro a mi abuelo y pienso que está arruinado: era alto y gordo pero
ahora está muy flaco, seguro que por lo de la presión. Está arrugado y las
manos le tiemblan todo el tiempo. La vieja es petisa y tiene rulos blancos,
lleva puesto un delantal y usa unos anteojos que parecen dos culos de botella.
Feo ser viejo, pienso y escucho que la vieja dice ¿qué quieren comer al
mediodía? Mi viejo dice ¿no te hacés unas empanadas fritas de pescado? y la
estúpida dice qué rico y yo me quiero matar, aunque después pienso que si la
vieja hace empanadas por ahí también vende merca. Estoy podrido de comer
empanadas, digo y la vieja dice bueno, a vos te hago otra cosa. ¿Qué querés que
te haga?, dice y yo digo no sé. ¿Pastas, carne o pescado?, dice y digo no sé.
¿Querés fideos?, dice y digo bueno. ¿Caseros o comprados?, dice y digo no sé.
¿Rellenos o comunes?, dice y vuelvo a decir no sé. ¿Con tuco o con pesto?, dice
y digo dejá, mejor como empanadas. Pensalo, dice ella. Vieja de mierda.
Después mi viejo me dice nosotros vamos a caminar por la playa,
¿querés venir? No, gracias, digo y voy a la pieza de los viejos y me acuesto.
La vieja viene atrás mío y dice sacate las zapatillas y me las saco. Me imagino
que no viniste solamente a dormir, ¿no?, dice y yo digo no, abuela, estuve
leyendo todo el viaje, no dormí nada. Entonces agarra una manta y me tapa y
después se va y cierra la puerta. Sobre la mesa de luz hay una foto: soy yo de
chiquito, sentado en el medio del jardín de la casa, mirando hacia un costado,
hacia una pierna de mujer. Después me duermo.
Abro los ojos. Vuelvo a mirar la foto y pienso en mi vieja. La puta
madre, pienso. Entonces me levanto, me pongo las zapatillas y voy a la cocina.
La vieja está de espaldas picando cebolla sobre la mesa. Cuando me escucha,
gira la cabeza y dice no dormiste nada. No, digo y me siento en una silla y
sigue cocinando. Silencio. Pienso en mi vieja y entonces digo che, abuela,
¿tenés alguna foto mía con mi mamá? No sé, dice, ¿por qué no le pedís a tu
padre? Silencio. ¿Tenés? ¿sí o no?, digo y ella dice que no. Hija de puta,
pienso y pienso que no puede ser que cuando pregunto por mi mamá todos se hagan
los boludos.
Después digo me voy a bañar y ella dice cuando termines secá el baño.
Voy a la pieza, abro la mochila y saco un calzoncillo y una remera. Llevo la
mochila y mis otras cosas al sillón del living. Voy al baño, abro la ducha y
espero que el agua salga caliente, pero cuando me estoy bañando de golpe el
agua empieza a salir fría. La puta madre, digo y la vieja dice cerrá la llave
del agua caliente que se apagó el calefón. Me estoy cagando de frío, digo y
ella dice esperá que no prende. Vieja de mierda. Viaje de mierda. Familia de
mierda. Toda la casa es vieja como ellos, pienso y miro los azulejos verdes y
tengo ganas salir desnudo y putear a la vieja. Ya está, dice ella y abro la
ducha y termino de bañarme. La puta madre, digo otra vez y me parece que la
vieja se está riendo.
Después me visto y salgo del baño pero a la vieja no le digo nada.
Agarro el discman, una silla y voy al jardín. Me siento al sol y me saco la
remera, me pongo los auriculares y cierro los ojos. Enciendo un cigarrillo y
fumo. Trato de no pensar en nada pero la música o el sol o no sé qué me hace
pensar en mi vieja. A nadie le importa que yo pregunte por ella, pienso. Apago
el discman. Silencio. Escucho el ruido del viento contra los árboles y un
pajarito que canta. Romi, pienso y pienso otra vez en mi vieja. Pienso en las
dos a la vez y me acuerdo de cuando le conté a Romi lo de mi mamá. Estúpido.
Enciendo el discman. Adelanto el primer tema, el segundo, el
tercero, el cuarto y así hasta el último pero no escucho ninguno. Lo apago.
Pienso en el Tano y en la reunión del domingo. Quiero estar en Edén, pienso y
pienso en todas las chicas que me miraban cuando ese tal Guille me llevó en el
BMW. Me vuelvo hoy, pienso y entonces me relajo y enciendo el discman y escucho
el último tema porque es el mejor.
A las doce y media llegan mi viejo y la estúpida y nos sentamos a
comer. El viejo trae dos botellas de vino tinto y la vieja pone sobre la mesa
una fuente con un montón de empanadas. Mi viejo sirve vino en los vasos y dice
brindemos porque estamos todos juntos. Pienso en mi vieja pero parece que no le
importa a nadie porque todos chocan los vasos, se ríen y después empiezan a
comer. Hijos de puta, pienso y pienso que son unos hijos de puta.
Ellos comen y yo los miro. No digo nada pero los miro. Agarro una
empanada y la desarmo para que se enfríe. Merca, pienso. Merca, digo bajito y
me como el relleno de la empanada. Tomo vino y vuelvo a servirme dos veces más.
Abro la segunda botella y mi viejo me mira como diciendo “pará de tomar”. Me
sirvo otro vaso, tomo y a medida que trago siento que se me duerme la boca. El
viejo dice Martín, ¿seguís repartiendo empanadas? Digo que sí con la cabeza y
no digo nada más. Después me dice ¿querés probar un licorcito casero de
durazno? Sí, digo pero mi viejo dice no, ya tomó mucho. Una copita no le va a
hacer nada, dice el abuelo y se levanta y va hasta el living y vuelve con una
botella verde sin etiqueta y dos vasitos. Sirve y después dice brindo por mi
nieto y me da lástima, entonces digo brindo por mi abuelo y vacío la copa de un
sorbo. Rico el licorcito.
La vieja y la estúpida levantan las cosas de la mesa y el viejo y yo
seguimos tomando licor hasta que la vieja le dice basta que te va a hacer mal y
tapa la botella y el viejo se enoja pero a mí no me importa porque ya estoy
borracho. Mi viejo salió al jardín porque se cansó de mirarme mal y de que yo
no le de pelota. Estúpido. Entonces todos se van a dormir la siesta y yo me
quedo solo.
Al rato me levanto y me siento mareado. Voy al living, abro la
mochila, saco la malla y me la pongo. Enciendo un cigarrillo, fumo. Salgo a la
calle. Tengo que comprarme anteojos negros, pienso. Voy hasta la Costanera por la Veintisiete, entro a
la playa y me saco las zapatillas y la remera. Camino por la arena y pienso que
hace calor. Me meto en el mar y salgo. El día está lindo, voy por la orilla
para el lado del muelle. Un rato después escucho que gritan Martín y me acuerdo
de Romi y de Carla. Miro para la playa y veo a las chicas del micro, todas en
bikini, todas hermosas. Están en todos lados, pienso. Me acerco y las saludo.
Maira me da un beso y dice llegaste justo. ¿Qué?, digo y ella saca un porro y
no digo nada. Mirá las chicas, pienso y ella enciende el porro y fuma y se lo
pasa las demás. Fuman, se ríen, cantan. Yo todavía estoy borracho y cuando me
quiero dar cuenta ya le di una pitada y estoy tosiendo.
Las chicas dicen vamos al agua y se van al mar, Maira y yo nos
quedamos. Todo me da vueltas pero me siento bien y encima ella está tan linda.
Nos acostamos en la arena y hacemos de todo y no nos importa porque en la playa
no hay nadie y porque no nos tiene que importar nada. Después de un rato
enciende otro porro y fumamos pero ya no toso. ¿Hasta cuándo te quedás?, dice y
digo no sé. ¿Me vas a llamar en Buenos Aires?, dice y yo digo que sí. Entonces
me acuerdo del Tano, de la merca, de la guita y me siento bien. Guita, pienso y
pienso que tengo que volver a Buenos Aires. Te juro que te voy a llamar pero
ahora me tengo que ir, digo y le doy un beso y ella se ríe y no se da cuenta de
que se lo digo en serio. Corro por la playa y siento que el corazón me va a
explotar pero no me importa porque quiero irme antes de que todos se
despierten.
Llego a la casa. Silencio. Me saco la malla y me visto. Meto todo en
la mochila y después escribo una nota y la dejo sobre la mesa de la cocina:
“Abuelo me tuve que volver no te emociones que te va a hacer mal. Cuidate.
Martín.” Los demás que se vayan al carajo, pienso. Entonces salgo a la calle y
hago el camino que esta mañana hizo el taxi. Voy escuchando el discman y no
pienso en nada, me río y digo que se maten.
Cuando llego a la estación voy a una de las ventanillas y pregunto
cuándo sale el primer micro a Retiro y me dicen que dentro de una hora y media.
Joya, pienso y saco un pasaje. Enciendo un cigarrillo. Fumo. Me siento en un
banco y tengo sed, así que voy al kiosco y compro una botella de Sprite de
litro y medio y más pilas para el discman. Tomo Sprite y me siento mejor.
Quiero que llegue el micro y quiero irme.
Se hace de noche. Estoy nervioso y el micro no llega. Fumo el último
cigarrillo que tengo. La puta madre, pienso y pienso que lo único que falta es
que mi viejo venga a buscarme a la terminal. Voy a la ventanilla donde compré
el pasaje y le pregunto al pibe que atiende cuánto falta para que llegue el
micro y me dice ahí viene, miro la ruta y veo un micro azul y blanco que se
acerca y estaciona. Joya, digo aunque ya no estoy tan seguro de irme, pero
igual subo al micro sin mirar a la gente que está sentada. Me pongo los
auriculares y trato de dormir. Fumé porro, pienso y me huelo las manos y todavía
tengo olor a porro. Después me duermo.
Abro los ojos. Miro por la ventanilla y veo luces y autos y
carteles. “Buenos Aires 90 km.”,
leo y estiro los brazos. En el asiento de al lado no hay nadie. Pienso en mi
viejo y en el viejo. El abuelo me da lástima, pienso y pienso que mi viejo
ahora que me fui debe estar más tranquilo. Hijo de puta. Si el micro salíó a
las ocho de la noche voy a llegar a eso de las doce y media. Miro la ruta y pienso que hice bien en volver.
Cuando llegue voy a llamar a Romi, pienso y sé que no me va a atender pero
tengo ganas de verla. Estúpido.
El micro llega a Retiro, me bajo y cruzo el salón de la terminal
hasta la calle del fondo donde están los taxis. Me subo a uno y le digo al
tachero la dirección de mi casa. El auto va lento porque hay mucho tránsito.
Los sábados a la noche todos salen y seguro que todos deben estar tomando
merca. El tachero escucha música clásica y no sé por qué pero me deprime.
¿Tiene un cigarrillo?, digo y él me da un Camel y un encendedor. Gracias, digo
y lo enciendo y le devuelvo el encendedor. Fumo. Miro los autos que pasan al
lado del taxi y pienso qué estará haciendo Romi.
Llegamos. Le pago al tachero, bajo y entro a casa. Está todo oscuro
porque mi viejo está en San Clemente, pienso, pero si estuviera en Buenos Aires
la casa estaría igual. Enciendo todas las luces. Pongo un CD y voy al baño.
Dejo la puerta abierta. Me desvisto, tengo arena por todos lados. Entro a la
ducha y el agua enseguida sale caliente y me siento bien. Hoy me bañé dos veces,
pienso.
Salgo del baño y me siento en un sillón del living. Escucho la
música. Pienso qué habrán hecho todos cuando se levantaron de dormir la siesta
y pienso que mi abuelo se debe haber puesto a llorar, mi viejo debe haber
puteado, la estúpida debe haber comido una empanada y la vieja debe haber dicho
“es igual a la madre”. Pienso en eso y me siento mejor. Aunque no sé.
Suena el teléfono y atiendo sin darme cuenta. Por lo menos llamá para
decir que llegaste bien, dice mi viejo. Llegué bien, digo. Ya vamos a hablar,
dice y corta. Hijo de puta, digo y pienso que ni pude decirle que traiga
alfajores"
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