Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

miércoles, 25 de julio de 2018

Barenboim y la incomodidad de los otros.



Hasta el día de hoy participaba en un grupo virtual que comparte distintos artículos para facilitar la enseñanza de la Shoa. En ese sentido, hace un par de días decidí compartir esta carta de Daniel Barenboim. Nadie puede dudar del trabajo que el señor Barenboim viene haciendo para la superación del conflicto palestino-israelí, dejando de lado su nacionalidad y sus creencias, luchando por un solo objetivo: la universalidad y la igualdad del género humano sin distinción de creencias ni ideologías.

Sin embargo, tras difundir las palabras de Daniel Barenboim vi que algunas personas se sintieron ofendidas y cuestionaron la relación entre esa carta y la enseñanza de la Shoa. Por respeto, decidí abandonar el grupo y dar mi respuesta en el ámbito privado de este blog sin incomodar a nadie.  

Me resulta preocupante que no puedan encontrar una relación entre la enseñanza de la shoa y esta carta de Barenboim. ¿Por qué? Porque esa idea de igualdad universal fue el mayor aprendizaje que tuve durante los años que pasé entrevistando a las protagonistas de El ghetto de las ocho puertas, La niña y su doble y Hanka 753, novelas que componen la Trilogía del Holocausto.

Una y otra vez las oí decir que habían crecido sintiéndose inferiores por el simple hecho de ser judías, que el estado polaco no las trataba igual que a los polacos católicos, que sus infancias estuvieron signadas por la discriminación implícita y explícita de un Estado Religioso. “Los seres humanos somos todos iguales más allá de nuestras creencias”, decían, repetían. Esa, creo desde mi humilde experiencia, es la enseñanza mas valiosa que nos dejó la Shoa y debemos transmitírsela a las futuras generaciones.

No podemos aceptar que ningún estado haga eso con sus ciudadanos. Ninguno, sea el que sea, aunque eso nos enfrente con nuestros peores fantasmas y contradicciones. Porque los pueblos exceden a los Estados, porque las personas son algo mucho mas grande que su nacionalidad y porque nadie puede imponerle ninguna fe a otro.

A continuación, la carta que el señor Daniel Barenboim publicó el 23 de julio de 2018 en el diario La Nación.

“Por qué hoy me da vergüenza ser israelí
“En 2004 pronuncié un discurso en el Knesset, el Parlamento Israelí, en el que hablé sobre la Declaración de la Independencia del Estado de Israel. La definí como "una fuente de inspiración para creer en los ideales que nos transformaron de judíos en israelíes". Dije también que "este documento notable expresaba un compromiso: «El Estado de Israel promoverá el desarrollo del país para el beneficio de todos sus habitantes; estará basado en los principios de libertad, justicia y paz, a la luz de las enseñanzas de los profetas de Israel; asegurará la completa igualdad de derechos políticos y sociales a todos sus habitantes sin diferencia de credo, raza o sexo; garantizará libertad de culto, conciencia, idioma, educación y cultura»".
Los padres fundadores del Estado de Israel que firmaron la Declaración entendían que el principio de igualdad era el cimiento de la sociedad que estaban construyendo. También se comprometían, y nos comprometían a nosotros, "a buscar la paz y las buenas relaciones con todos los pueblos y estados vecinos.
Setenta años después, el Gobierno israelí aprobó una nueva ley que reemplaza el principio de igualdad y los valores universales por el nacionalismo y el racismo.
Me provoca un profundo dolor que deba hoy hacerme las mismas preguntas que formulé hace 14 años cuando hablé en el Knesset: ¿Podemos ignorar la brecha intolerable que existe entre aquello que prometía la Declaración de la Independencia y lo que se realizó, la brecha entre la idea y las realidades de Israel?
¿Coincide con la Declaración de la Independencia la situación de ocupación y de dominio de otro pueblo? ¿Tiene algún sentido la independencia de uno a costa de los derechos fundamentales del otro?
¿Puede el pueblo judío, cuya historia es testimonio de sufrimiento incesante e implacable persecución, permitirse ser indiferente a los derechos y el sufrimiento de un pueblo vecino?
¿Puede el Estado de Israel permitirse el sueño irreal de un final ideológico al conflicto, en lugar de buscar una solución pragmática, humanitaria, basada en la justicia social?
Catorce años después, sigo creyendo que, a pesar de todas las dificultades objetivas y subjetivas, el futuro de Israel y su lugar en la familia de las naciones ilustradas dependerá de nuestra capacidad para cumplir la promesa de los padres fundadores, tal como está inscripta en la Declaración de la Independencia.
Sin embargo, nada cambió realmente desde 2004. Por el contrario, tenemos ahora una ley que confirma a la población árabe como ciudadanos de segunda clase. Es entonces una forma muy clara de apartheid. No creo que el pueblo judío haya vivido veinte siglos, entre persecuciones y el sufrimiento de crueldades infinitas, para convertirse ahora en opresores e infligir la crueldad a los otros. Esta nueva ley hace exactamente eso. Por eso hoy me da vergüenza ser israelí.”


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