Hace un par de semanas visité a los chicos de los terceros años del colegio Santa Cruz de Almagro, que leyeron HANKA 753. Ese día conversamos sobre la novela y todas las cosas que hubieran querido preguntarle a Hanka.
Gracias a la gestión de la profe Claudia Douve, hoy los chicos y las chicas del colegio pudieron conocer a Hanka. Si bien hice de presentador, me gustó haberlo vivido en tercera persona y poder contemplar toda la escena de costado: Hanka leyendo su discurso con la fuerza innata que tiene hoy, a sus 88 años, su relato del hambre, la miseria, la vejaciones del ghetto de Lodz, y luego la nieve cayendo sobre Auschwitz, la fila esperando la muerte en los hornos, la liberación y la llegada a Suecia. Todo contado con una naturalidad divina, que de a ratos la llevaba a hacer chistes para que los chicos pudieran bajar la tensión. No era fácil.
Eran alrededor de 50 alumnas y alumnos de entre 15 y 16 que la escucharon haciendo un silencio escalofriante. La frase "no volaba una mosca" se hizo para ese momento que compartimos en el Santa Cruz. Y yo otra vez caí bajo el hechizo de mi personaje: la entrevisté durante un año entero, pero siempre que habla es como si la escuchara por primera vez.
Al final, la aplaudieron como se aplaude a una heroína. Se acercaron a abrazarla, a pedirle que les firmara la novela. Y le entregaron un cuadro que pintó una profe que es artista plástica. Para los que no conocen la historia, antes de la llegada de los nazis Hanka tenía un álbum de figuritas de animales. Ese era su tesoro. Cada tarde su padre le contaba historias con esos animales para que ella fuera aprehendiendo el mundo. Después, con la creación del ghetto y los edictos nazis, Hanka perdió el álbum, las figuritas, incluso a su padre.
Los chicos del Santa Cruz tomaron esa idea que en realidad fue una idea de Dante, mi hijo, al que, mientras escribía la novela, le pregunté qué animal podíamos resaltar entre todos esos que Hanka veía en figuritas cuando era chica. Dante no dudó: “cuando caen las bombas, las ardillas voladoras pueden saltar de un árbol a otro y escapar”, dijo. Y acá están las tres ardillas voladoras, que son Hanka, Hela y Raquel, las tres hermanas que sobrevivieron a todo. En el cuadro no están solas, están protegidas por una ardilla grande, que representa a su padre. Ese padre que Hanka tanto quería y que hoy, como siempre, se emocionó al recordarlo.
Escribir es un acto egoísta. Pero a veces se nos va de las manos. Me alegro que esta haya sido una de esas veces. Gracias a Claudia, a Juancho, el vicerrector, y a cada uno de los chicas y chicas que leyeron la novela y nos trataron tan bien.
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