Foto: Rosa Karina Rasdolsky |
Leo en el diario que anoche todos los presentes en el CCK se emocionaron con el discurso que leyó Hanka. No es para menos.
Según Infobae:
"...resultaron conmovedoras las palabras de Hanka Grszmot, quien
explicó: "Estamos aquí para cumplir con esos héroes y nunca debemos
olvidarnos de convertir el odio en amor, la locura en la razón. Solo así
podemos evitar que siga vigente la xenofobia". Y cerró su mensaje al
sostener a viva voz: "Debemos unirnos para gritar 'nunca más'". Todos los presentes se pusieron de pie y aplaudieron emocionados.
"Esta sobreviviente del Holocausto que estuvo en el campo de exterminio
de Auschwitz recordó que tuvo una infancia muy feliz "hasta que llegaron
los nazis". Es que a los 9 años fue sometida al infierno del régimen
alemán, que le arrancó ante sus ojos a su padre y sus hermanos. "Mi
historia es una de tantas. Hoy estoy aquí para honrar a quienes no
pudieron estar aquí. Estoy acá para mantener el recuerdo de los que
lucharon en el bosque. Porque no hay un idioma en el mundo que
pueda describir lo que tuvimos que vivir en los campos de exterminio
donde se armó un sistema perfectamente organizado para la muerte".
"Hubo
llantos y silencio profundo en el salón cuando Hanka habló al público.
"Somos un pueblo que sufrió persecuciones y nunca pudieron doblegarnos",
destacó emocionada también esta judía polaca de 89 años.
Foto: Infobae |
Y viendola ahí en el escenario, sola con los papeles del discurso que escribimos juntos, es imposible no pensar que alguna vez fue una niña, sola, de pie en una larga fila, sintiendo la nieve sobre su cuerpo desnudo, esperando su turno para ser devorada por los hornos. Y sobrevivió. Y anoche les contó a todos por qué es necesario tener memoria.
Acá, su discurso completo:
"Buenas noches a todos los hombres y las mujeres que están
aquí.
Mi nombre es Hanka Grzmot y soy sobreviviente de Auschwitz,
Oranienburg y Ravensbruk.
Hoy estoy acá en parte para contarles mi historia, pero sobre
todo para recordar a aquellos que no pudieron contar la suya.
Me crié en Lodz. Era la mas chica de siete hermanos que mi
padre, viudo, crió con amor y dedicación. Tuve una infancia feliz, hasta que
llegaron los nazis. En 1939 a mi hermano mayor, que acababa de terminar la
escuela, le entregaron un fusil que no sabía manejar y lo enviaron a defender
la frontera con Alemania. Nunca volvió.
Después de invadirnos, los nazis nos encerraron en un ghetto.
Casi de inmediato, mis otros dos hermanos varones salieron a la calle y
desaparecieron sin dejar rastro. El hambre era tan insoportable como los
disparos y las vejaciones a las que nos sometían las bestias nazis.
El ghetto se fue vaciando selección tras selección. Al fin,
un día, le tocó a mi padre. Yo estaba en sus brazos cuando los alemanes
comenzaron a golpearlo con los fusiles, para que me soltara. Nunca voy a
olvidar cómo su mano se escurrió entre las mías, cómo continuaron golpeándolo
hasta subirlo a un camión para gasearlo delante de mis ojos. Ese día, con
apenas 9 años, conocí el infierno.
Poco después, junto a mis dos hermanas, nos cargaron en un
vagón de carbón y nos llevaron a Auschwitz, donde nos raparon, nos desnudaron y
nos sometieron al hambre y la desidia. Pasamos un día y dos noches desnudas,
bajo la nieve, esperando que aquellos hornos infernales acabaran con nuestras
vidas. Luego nos trasladaron a Oranienburg, para trabajar en una fábrica de
armamento, y finalmente nos arrojaron al infierno de Ravensbruk, donde los
prisioneros habían perdido todo rastro humano luego de años de encierro.
Allí, mientras temblábamos de hambre y de frío, en 1945 llegaron
unas ambulancias que nos trasladaron hacia el norte, para finalmente ser
liberadas en Suecia, el país que nos devolvió la vida.
Sin embargo, mi historia es una entre tantas. Si hoy estoy
acá, frente a ustedes, es realmente para honrar a los que no tuvieron la misma
suerte que yo: a mi querido padre, al millón de niños que por el solo hecho de
ser judíos no pudieron crecer porque los nazis los separaron de sus familias a
punta de fusil para luego empujarlos a las cámaras de gas.
Si estoy acá es para mantener vivo su recuerdo y el de los
chicos que lucharon en los bosques mientras los trenes cargados de judíos
indefensos recorrían Europa conduciendo a hombres, mujeres, niños y ancianos
hacia la muerte.
Holocausto, Shoa… no existe ningún idioma en el mundo que
pueda describir eso que ellos, los mártires, y nosotros, los sobrevivientes,
tuvimos que vivir.
Fue el genocidio emblemático del siglo XX. Y ocurrió en un
tiempo oscuro, donde daba la sensación de que se había secado la propia fuente
del amor, del respeto, de la civilización.
Nada ayudó. Ni las plegarias, ni los llantos. Tampoco hubo un
solo gobierno ni país en el planeta que tuviera el poder y el deseo de
defendernos.
En los campos de exterminio se torturaba física y
psicológicamente a las víctimas, hasta quitarles toda su humanidad. Nunca antes
se vio un sistema tan organizado para la industria de la muerte, que sólo tenía
un propósito: exterminar al ser humano con una cruel dedicación.
En su criminal acción, los nazis no hacían diferencias entre
judíos ricos, pobres, hombres, mujeres, niños y ancianos: todas las diferencias
desaparecían a las puertas de las cámaras de gas y de los hornos.
A nuestro alrededor, como en una pesadilla, constantemente se
producían ejecuciones, se cavaban fosas comunes y las madres desesperadas
gritaban al ver cómo los verdugos golpeaban a sus niños hasta matarlos en plena
calle mientras los huérfanos deambulaban por los campos buscando un mendrugo de
pan, llorando a sus familias deportadas.
Nosotros lo vimos y lo vivimos. En los ghettos, en los
campos, las familias, fieles a su fe, pensaban en Dios llorando, mientras
nuestras lágrimas se fundían con las de ellos, sufriendo en silencio,
desamparados, rezando en silencio, gimiendo de desesperación mientras los
rollos sagrados eran quemados en los templos, junto con los rabinos y lo más
sagrado de nuestra fe: la Torá.
Aun retumba en mis oídos el grito de SHEMA ISRAEL de estas
víctimas inocentes. Sus cenizas siguen apiladas en las colinas de Auschwitz,
Treblinka, Dachau, Buchenwald, Majdanek y toda Europa. Su sangre clama, pero
sus voces ya no se escuchan.
Encerrados en los barracones de Auschwitz nosotros
implorábamos que algún país bombardeara las vías que conducían a los judíos a
la muerte. ¿Por qué nadie lo hizo? Yo tampoco lo sé.
En aquellos años, toda Europa estaba embriagada de
antisemitismo hasta la locura. Pero no nos engañemos: la SHOA no fue solo un
acto de embriaguez. Fue un proceso meditado y cruelmente perfeccionado durante
siglos. Tampoco ocurrió por la locura de un líder: no, miles de personas,
gobiernos y países llevaron adelante esa barbarie cegados por su antisemitismo.
Fue la venganza universal de los mediocres y fracasados antisemitas, que
perseguían el horrible objetivo de borrar de la faz de la tierra a todo un
pueblo, un pueblo que durante miles de años sufrió persecuciones, exilios,
éxodos y masacres que, sin embargo, nunca lograron doblegarlo. Por el pueblo
judío siempre fue un pueblo lúcido y vital que ha producido a varios de los
mejores filósofos, científicos artistas y pensadores de la Humanidad.
Y sin embargo, no lograron doblegarnos. En medio de aquel
horror que fue la Shoa, surgió un grito de rebelión. Hambrientos, desarmados y
exhaustos, los jóvenes del ghetto de Varsovia no se entregaron.
Eran apenas un puñado de muchachos desnutridos que se
levantaron contra sus verdugos. Cercados por los disparos y las bombas,
sabiendo que les esperaba una muerte segura, con su rebeldía sentaron un
precedente para las futuras generaciones enseñándonos el valor de la
resistencia, de la dignidad. Y en aquel oscuro sótano, con la sangre de sus
manos escribieron “No se olviden de nosotros”.
Es por eso que hoy ustedes y yo estamos acá. Para cumplir el
pedido de nuestros héroes y mártires. Porque el olvido es la peor forma que
puede tomar la muerte. Nunca debemos ni podremos olvidarlos. Que su recuerdo
nos de fuerza para convertir la muerte en vida, el odio en amor, la locura en
razón.
Debemos profundizar el estudio de la historia de la Shoa
porque creemos firmemente que esa oscura página de la Historia debe ser
incorporada a la memoria universal del ser humano. Sólo así podremos evitar que
se repitan los genocidios, la xenofobia, el racismo y las dictaduras.
Nuestra desgracia debe servir para que podamos afianzar el
respeto, el pluralismo, la igualdad y la democracia, baluartes indispensables
para la libertad del hombre, para construir una humanidad mas feliz. El mundo
cambiará solo si ustedes, los jóvenes, conocen lo que nosotros vivimos, y comprenden
que el ser humano es uno solo, sin diferencias de raza ni religión.
Nuestra sobrevivencia y nuestro testimonio sólo tendrán
sentido si ustedes, los jóvenes, luchan para que ese infierno que yo conocí a
los 9 años no vuelva a sorprender a ningún otro ser humano. Porque ustedes son
nuestra única esperanza: conociendo la historia y recordándola, nos ayudarán a
cumplir la misión que recibimos el mismo día en que fuimos liberados.
Por eso, en memoria de los que no están, unámonos en un solo
grito que atraviese los cielos y las fronteras para gritarle al mundo entero:
NUNCA MAS.
Muchas gracias."
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