Anoche volví a ver por enésima vez El Padrino I, quizá la
mejor película de todos los tiempos. No vale la pena citar el argumento porque
es tan conocido como cualquier historia de la Biblia occidental. Al margen de
eso, volví a sorprenderme con la calidad fílmica de Coppola: los planos abiertos
como postales, la actuación excelente de cada uno de los actores y actrices que
aparecen en escena y esa manera minimalista de narrar. Escenas cortas y
contundentes como puñaladas.
Como siempre que la veo, vuelvo a mis abuelos sicilianos. Será
por la música omnipresente, como la comida, la risa alta, la burla constante
por cualquier defecto o debilidad ajena, y un detalle que las otras veces había
pasado por alto. En la escena que muere Don Corleone (bellísima por la locación
pero también por el contraste entre lo que está haciendo ese abuelo antes de
morir) me acordé que de chico, en la mesa, después de comer, yo también agarraba
la cáscara de un cuarto de naranja y, haciéndole un corte horizontal y pequeños
cortes verticales para simular dientes, me la ponía en la boca como si fuera
una dentadura postiza y sacaba la lengua para asustar al que estuviera
desprevenido.
Más allá del talento de Coppola, detrás de todo eso está el
gran Mario Puzo, que además de escribir la novela en la que está basada la
película fue responsable del guión. Un autor bastardeado porque era demasiado
popular como para que la crítica lo tomara en serio. “El último Don”, “Omertá”,
“La arena sucia”, “Siete tumbas en Múnich” y “El Padrino” son libros que vale
la pena leer.
Sin embargo, para mí la obra maestra de Puzo es “El
Siciliano”, una novela basada en la vida de Salvatore Giuliano, héroe nacional
de la isla. Un campesino que se opone a la opresión del gobierno y la mafia siciliana
de la posguerra y termina convirtiéndose en una especie de Espartaco que, dos
mil años después que el original, logra que el sur se rebele ante Roma. Un
libro hermoso, mezcla de documento histórico, tragedia, novela de acción y un
canto al honor de los desposeídos. Una vez mi abuela Francisca me contó que su
marido, mi abuelo Mariano, conocía bastante a Giuliano. Nunca busqué confirmar
o refutar ese dato: me bastó con saberlo para convencerme de que fue así. Quizá
las leyendas consistan en eso. Datos remotos que se convierten en bronce.
En El Padrino, Michael Corleone debe exiliarse durante un
año en Sicilia. Y la novela “El Siciliano” arranca con Michael Corleone mirando
partir un buque en el puerto de Palermo, ansioso por regresar a América. Pero
no puede marcharse porque su padre le puso una condición: sacar de Sicilia a
Salvatore Giuliano para salvarle la vida.
Después, la novela cuenta de manera hermosa el nacimiento,
auge y caída de ese héroe campesino contestatario, idealista, devorado por su
orgullo y por las presiones políticas de “la nueva Italia” impuesta por la
democracia cristiana, la iglesia, la mafia y los americanos.
En “El Siciliano” está todo el espíritu que sobrevuela a los
Corleone, contado con detalle, como una Biblia que da sentido a esa película
que volví a ver. Siempre vamos a extrañar a Don Vito, a Michael pero también a
Giuliano y a esos abuelos que recorrían la isla buscando salir de la pobreza y
la explotación.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario