Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

lunes, 23 de agosto de 2021

Ganamos el Premio DAIA-Banco Galicia 2021!



Entre 2009 y 2017 tuve el privilegio de conocer a Mira Erlich, Nusia Gotlib y Hanka Grzmot, tres mujeres sobrevivientes del Holocausto que me confiaron su testimonio para que yo pudiera escribir la serie Tres Mujeres en el Holocausto, compuesta por las novelas: “El ghetto de las ocho puertas”; “La niña y su doble”; y “Hanka 753”.



Tanto Mira como Nusia y Hanka, no querían que escribiera sus historias para vanagloriarse de nada. El único objetivo que tenían era que su testimonio llegara a las nuevas generaciones para que “eso” que ellas habían sufrido siendo niñas no volviera a ocurrirle a nadie.

En 2016 recibí un mail de María Isabel Paredes, docente de Literatura de la provincia de San Juan, donde me contaba que junto a su colega Fabiana Puebla, docente de Historia, habían comenzado a trabajar “El ghetto de las ocho puertas” con alumnos de las escuelas Fray Mamerto Esquiú y la Escuela Industrial Domingo Faustino Sarmiento. Por mail, junto a la familia Erlich pudimos ver decenas de fotos de los chicos con los libros, trabajando la historia de Mira y Teo con un compromiso impresionante.



La noticia me alegró mucho, porque yo también fui a una escuela católica y nunca nadie me habló del Holocausto hasta que llegué a la Universidad. De alguna manera, María Isabel y Fabiana estaban completando el círculo: gracias a ellas estas historias estaban llegando a los chicos y chicas jóvenes, despertando su empatía y conmoviéndolos. En el camino, habían aprendido que como ciudadanos tenían la obligación de combatir el antisemitismo y la xenofobia  para que nadie sufriera lo que ellos habían leído en la novela.

Siempre se dice que los adolescentes no tienen expectativas, que no se toman las cosas en serio. Disiento completamente. Los adolescentes necesitan el estímulo de docentes comprometidos que los hagan pensar, que les muestren el mundo con su luz y su oscuridad para que ellos mismos saquen sus conclusiones. Eso fue lo que hicieron las docentes de San Juan, y fue tan exitoso ese trabajo que hasta Teo Erlich, el protagonista del libro, se emocionó y decidió viajar para conocer a esas chicas y chicos sanjuaninos que lo recibieron como a un héroe. Como a un sobreviviente.  



Desde entonces formamos un equipo que sigue funcionando hasta hoy, tanto con viajes como de manera virtual durante la pandemia: Mariana y Fabiana con su fuerza al frente de las clases, la Kehila de San Juan tendiendo lazos y poniéndose a disposición, y yo como autor de estas tres novelas que, gracias a esa experiencia sanjuanina, hoy en día también se trabajan en escuelas de otras ciudades y otras provincias, e incluso en una universidad de Alemania.

Uno de los recuerdos más lindos que tengo como autor, y también como persona, fue durante el último viaje a San Juan. Nos reunimos en el anfiteatro de la Universidad, donde estaban los alumnos de la Escuela Industrial que habían leído mis novelas esperando que empezara la charla. Vi que Víctor Kovalski estaba emocionado. Como ex alumno de esa escuela, lo conmovía que cincuenta años después de haber egresado los chicos y chicas, en su mayoría católicos, se hubieran interesado tanto, pero tanto en un tema como el Holocausto, algo impensado cuando él era alumno.

Hace mas de un mes, Víctor me propuso candidatearme para este reconocimiento. Estaba orgulloso del trabajo que veníamos haciendo con las novelas, los alumnos, la Kehila y las docentes que se sumaron al trabajo iniciado por María Isabel y Fabiana.



Lamento mucho que hoy él no pueda ver esto. Pero sé que lo hubiera disfrutado doblemente: como sanjuanino y como judío. Quiero agradecer a las autoridades de la DAIA y del Banco Galicia por este reconocimiento que no es sólo para mí, sino también para las familias protagonistas de El ghetto de las ocho puertas, La niña y su doble y Hanka 753. Los Erlich, los Gotlib y los Grzmot. Pero también es un reconocimiento para el trabajo de mis queridos María Isabel Paredes, Fabiana Puebla y Leo Siere, que junto con Víctor y toda su gente, me abrieron la puerta de la Kehila a pesar de que soy goy y, encima, porteño.

A mis amigos sanjuaninos, un abrazo enorme. Vamos a seguir molestando, vamos a seguir trabajando para que todo el mundo sepa que lo que le ocurrió en el Holocausto a Mira, Teo, Nusia y Hanka no puede volver a pasarle a nadie. Nunca más.


 



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