"El
domingo anterior a la exposición, Maga le llevó uno de sus trajes
preferidos.
-
Va a venir cinco minutos y se va a
ir – dijo Frattini, que en los últimos días había pasado de la excitación a la
incertidumbre.
-
Igual, para mí es como si hubieras
ganado el concurso nacional – dijo Maga, acariciándole la mano derecha,
encallecida por tantos meses de dibujo.
Cuando
llegó el día, Frattini y los otros artistas se encargaron de asistir a los
empleados civiles del penal que tenían la misión de colgar las obras en las
paredes de la capilla. Asombrados, nerviosos, los siete contemplaban sus obras
con emoción. Tras años de golpizas, torturas, encierro y mal trato, aquella
situación los conmovía hasta el silencio. Poco a poco, los demás internos
fueron ingresando a la capilla en tandas, para contemplar las obras de los
artistas confinados. Se detenían a ver las obras durante largos minutos.
Algunos, incluso, se emocionaban y disimulaban las lágrimas soltando ruidosas
carcajadas y chistes subidos de tono.
En
un momento, hubo un revuelo de guardias en la puerta de la capilla. Frattini y
los demás se miraron.
-
Llegó Soldi – dijo uno.
Entonces,
apareció el Director vestido con sus mejores ropas y una sonrisa de
satisfacción. Detrás suyo, un aciano avanzaba repartiendo saludos, tomado del
brazo de una mujer.
-
Les presento a Raúl Soldi y a su
mujer – dijo el Director.
Los
presos le dedicaron cinco minutos de aplausos. Más allá de admirar su carrera
artística, que pocos conocían, el hecho de que se hubiera animado a ir al penal
acompañado por su esposa era un gesto de confianza que todos valoraban.
Nervioso,
Frattini y los otros pintores respondieron al llamado del Director. Se
acercaron al maestro, estrecharon su mano, la de su mujer, y luego se apartaron
para que pudiera recorrer la exposición sin ser molestado.
Soldi
miraba los cuadros y los pintores lo miraban a él. Al pasar frente a cada
retrato, se detenía unos segundos y luego se volvía hacia el grupo de Frattini,
moviendo la cabeza con aprobación. Detrás de él, el Director elogiaba su obra
como frases pomposas que dibujaban sonrisas de burlas en el rostro de los
guardias.
Cuando
Soldi alcanzó el retrato de Borges se detuvo más tiempo que frente al resto de
trabajos. Lo miró a dos metros de distancia. Luego se acercó un poco, luego
otro poco más, hasta que quedó a un palmo del retrato. Sólo entonces, preguntó:
-
¿Quién dibujó esto?
Nervioso,
Frattini dio un paso al frente.
-
Yo, maestro – dijo.
-
Venga, Frattini – lo alentó el
Director del penal.
Antes
de que terminara de decirlo, Frattini ya estaba frente a Soldi.
-
¿Cómo hizo para trabajar el
cabello? ¿Qué técnica usó?
Frattini
guardó silencio. Le hubiera gustado dar una respuesta extensa, con nombres de
técnicas pictóricas, pero no hubiera sabido por dónde empezar.
-
Dibujo y después borroneo con la
goma, hasta que se difumina el trazo –respondió con humildad.
-
Es impresionante. Es el mejor
retrato de Borges que vi en mi vida.
Frattini
sintió los pulmones llenos de aire, a punto de explotar. Intentó decir algo,
pero sólo le salió un murmullo inentendible. Soldi había vuelto la vista
nuevamente hacia Borges. Al fin, se volvió hacia Frattini diciendo:
-
Se lo compro, Frattini.
-
No, de ninguna manera. Para mí
sería un honor que el maestro lo aceptara como regalo.
Soldi
lo miró, y Frattini tuvo la sensación de que era la primera vez que realmente
lo veía.
-
¿Cuánto le queda de condena?
-
Tres meses, maestro – resumió Frattini,
aunque podía decirle los días y las horas exactas que le quedaban para salir.
-
Tres meses… - dijo Soldi,
sopesando la respuesta:- nada.
-
Si Dios quiere…
Soldi
torció el rostro, evaluando a aquel pintor encerrado que lo había sorprendido.
Después metió una mano en uno de sus bolsillos, retiró una tarjeta y se la
entregó a Frattini.
-
Cuando salga, venga a verme de
inmediato.
Esa
noche apenas si pudo dormir. No podía dejar de pensar en las palabras de Soldi.
En su mano, la tarjeta que el maestro le había dado era como el pase de entrada
a un mundo desconocido. Se durmió imaginando cómo sería su nueva vida:
trabajaría de cualquier cosa por la mañana y pintaría sus retratos por la
tarde. “Basta de llaves”, pensó Frattini. Al fin se curaría aquella maldita
enfermedad."
Fragmento de "Un caballero en el purgatorio". Sudamericana,
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