Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

martes, 21 de abril de 2015

Cuando Frattini conoció a Soldi

"El domingo anterior a la exposición, Maga le llevó uno de sus trajes preferidos. 

-        Va a venir cinco minutos y se va a ir – dijo Frattini, que en los últimos días había pasado de la excitación a la incertidumbre.
-        Igual, para mí es como si hubieras ganado el concurso nacional – dijo Maga, acariciándole la mano derecha, encallecida por tantos meses de dibujo.
Cuando llegó el día, Frattini y los otros artistas se encargaron de asistir a los empleados civiles del penal que tenían la misión de colgar las obras en las paredes de la capilla. Asombrados, nerviosos, los siete contemplaban sus obras con emoción. Tras años de golpizas, torturas, encierro y mal trato, aquella situación los conmovía hasta el silencio. Poco a poco, los demás internos fueron ingresando a la capilla en tandas, para contemplar las obras de los artistas confinados. Se detenían a ver las obras durante largos minutos. Algunos, incluso, se emocionaban y disimulaban las lágrimas soltando ruidosas carcajadas y chistes subidos de tono.  
En un momento, hubo un revuelo de guardias en la puerta de la capilla. Frattini y los demás se miraron.
-        Llegó Soldi – dijo uno.
Entonces, apareció el Director vestido con sus mejores ropas y una sonrisa de satisfacción. Detrás suyo, un aciano avanzaba repartiendo saludos, tomado del brazo de una mujer.
-        Les presento a Raúl Soldi y a su mujer – dijo el Director.
Los presos le dedicaron cinco minutos de aplausos. Más allá de admirar su carrera artística, que pocos conocían, el hecho de que se hubiera animado a ir al penal acompañado por su esposa era un gesto de confianza que todos valoraban.
Nervioso, Frattini y los otros pintores respondieron al llamado del Director. Se acercaron al maestro, estrecharon su mano, la de su mujer, y luego se apartaron para que pudiera recorrer la exposición sin ser molestado.
Soldi miraba los cuadros y los pintores lo miraban a él. Al pasar frente a cada retrato, se detenía unos segundos y luego se volvía hacia el grupo de Frattini, moviendo la cabeza con aprobación. Detrás de él, el Director elogiaba su obra como frases pomposas que dibujaban sonrisas de burlas en el rostro de los guardias.
Cuando Soldi alcanzó el retrato de Borges se detuvo más tiempo que frente al resto de trabajos. Lo miró a dos metros de distancia. Luego se acercó un poco, luego otro poco más, hasta que quedó a un palmo del retrato. Sólo entonces, preguntó:
-        ¿Quién dibujó esto?
Nervioso, Frattini dio un paso al frente.
-        Yo, maestro – dijo.
-        Venga, Frattini – lo alentó el Director del penal.
Antes de que terminara de decirlo, Frattini ya estaba frente a Soldi.
-        ¿Cómo hizo para trabajar el cabello? ¿Qué técnica usó?
Frattini guardó silencio. Le hubiera gustado dar una respuesta extensa, con nombres de técnicas pictóricas, pero no hubiera sabido por dónde empezar.
-        Dibujo y después borroneo con la goma, hasta que se difumina el trazo –respondió con humildad.
-        Es impresionante. Es el mejor retrato de Borges que vi en mi vida.
Frattini sintió los pulmones llenos de aire, a punto de explotar. Intentó decir algo, pero sólo le salió un murmullo inentendible. Soldi había vuelto la vista nuevamente hacia Borges. Al fin, se volvió hacia Frattini diciendo:
-        Se lo compro, Frattini.
-        No, de ninguna manera. Para mí sería un honor que el maestro lo aceptara como regalo.
Soldi lo miró, y Frattini tuvo la sensación de que era la primera vez que realmente lo veía.
-        ¿Cuánto le queda de condena?
-        Tres meses, maestro – resumió Frattini, aunque podía decirle los días y las horas exactas que le quedaban para salir.
-        Tres meses… - dijo Soldi, sopesando la respuesta:- nada.
-        Si Dios quiere…
Soldi torció el rostro, evaluando a aquel pintor encerrado que lo había sorprendido. Después metió una mano en uno de sus bolsillos, retiró una tarjeta y se la entregó a Frattini.
-        Cuando salga, venga a verme de inmediato.
Esa noche apenas si pudo dormir. No podía dejar de pensar en las palabras de Soldi. En su mano, la tarjeta que el maestro le había dado era como el pase de entrada a un mundo desconocido. Se durmió imaginando cómo sería su nueva vida: trabajaría de cualquier cosa por la mañana y pintaría sus retratos por la tarde. “Basta de llaves”, pensó Frattini. Al fin se curaría aquella maldita enfermedad."

Fragmento de "Un caballero en el purgatorio". Sudamericana, 

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