Foto: Ferdinando Scianna, "Vieja y joven".
Hacía años que venía preguntándome que podía pasar si dos hermanos se enamoraban. No me interesaba tanto el incesto, sino el amor prohibido. Y la isla resultó el marco perfecto para desarrollar el texto, porque proponía una intimidad increíble para dos personas que habían crecido juntas, que habían jugado y conversado a solas, que habían visto sus cuerpos convertirse en adultos y que de pronto veían ese amor fraternal transformarse en algo que los asustaba, algo prohibido y condenado por el resto.
Fragmento: eso es cosa de animales.
"Vito también había crecido: a los dieciséis años su cuerpo era rudo, musculoso, y ya casi era tan alto como su padre, aunque más fuerte y más hermoso. Cuando el fin de semana siguiente Vito regresó del campo, Giuseppina le dijo que se casaría con un hombre que rico. Su hermano salió a la calle sin contestarle. Parecía enojado. Giuseppina siguió a Vito y lo abrazó por detrás. Él inclinó la cabeza, ella lo miraba fijamente, satisfecha por los celos que había despertado en él.
- ¿No quieres que me case?
- Pensé que tu prometido era yo.
- Tú no eres rico.
Vito sonrió y llevó los brazos hacia
atrás para tomar a Giuseppina por los hombros. Ella lo abrazó con más fuerza y entrelazó
una de sus piernas a la de Vito para intentar desestabilizarlo y hacerlo caer. Ambos
rieron. Vito le hacía cosquillas en la cintura, Giuseppina intentó morderle un
brazo. Al fin Vito la alejó y la hizo girar hasta que quedaron de frente. Sólo
entonces dejaron de reír, y ambos comprendieron que aquello había dejado de ser
un juego. Vito se inclinó hacia ella y le tomó las mejillas con ambas manos. Giuseppina
podía sentir el perfume a albahaca que despedía su hermano, tan bello como un
príncipe de libro. Giuseppina cerró los ojos, esperando que ocurriera algo que no
sabía qué era pero que la asustaba y al mismo tiempo esperaba con ansiedad.
Entonces oyeron el grito de la abuela.
Antes de que pudieran empezar a decir nada,
la anciana tomó a Giuseppina del brazo y se la llevó a la fuerza hacia el
corral, lejos del resto de la familia:
- La Madonna ve todo. Nunca te
olvides de eso.
-
No hice nada.
Giuseppina
le sostuvo la mirada, y su abuela volvió a hablar:
- Los he visto varias veces.
- Nos divertimos…
- A mí no me quieras engañar. Hacer
eso con tu hermano es cosa de animales, no de cristianos. Hazlo y te saldrán
serpientes del vientre, tus hijos serán deformes, con cabeza de demonio y
cuerpo de cabra. Vomitarán como diablos…
- No siga… - dijo Giuseppina,
azorada.
Su abuela le tiró del cabello y la obligó a sostenerle la
mirada:
- Escúchame bien: si sigues con eso,
tus padres se morirán de vergüenza y todos escupirán sobre tu cadáver. Tu alma
arderá en el infierno.
Giuseppina sintió un miedo helado. Y comenzó
a rezar.
Esa noche, mientras escuchaba el rumor
de mantas y cuerpos que se expandía por la casa a medida que sus hermanos se
acostaban, Giuseppina se vio sorprendida por pensamientos nuevos, asfixiantes.
Del miedo que le habían provocado las palabras de la abuela había pasado a la
desesperación, pensando qué debía hacer para escapar de sus sentimientos. Amaba
a Vito, pero no como a un hermano, sino como a un hombre. Al pensar en eso, se
sintió sucia, avergonzada. Y sin embargo, de haber estado solos en la isla,
nunca se habría visto obligada a ocultar lo que sentían… Pero no estaban solos:
vivían rodeados de gente de su misma sangre, esa que les impedía, Santa
Madonna, verse como hombre y mujer, como amantes. No podía seguir alentando
eso. Giuseppina lo sabía, como también sabía el dolor que les costaría a ella y
a Vito olvidarse de todo.
Pero no eran animales.
Eran personas, y las personas no se
enamoraban de sus hermanos. Sólo tenía dos opciones: renunciar a Vito o padecer
los tormentos de la Madonna."
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