Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

viernes, 11 de marzo de 2016

"Su rostro en el tiempo". Fragmento: eso es cosa de animales.

Foto: Ferdinando Scianna, "Vieja y joven".


Hacía años que venía preguntándome que podía pasar si dos hermanos se enamoraban. No me interesaba tanto el incesto, sino el amor prohibido. Y la isla resultó el marco perfecto para desarrollar el texto, porque proponía una intimidad increíble para dos personas que habían crecido juntas, que habían jugado y conversado a solas, que habían visto sus cuerpos convertirse en adultos y que de pronto veían ese amor fraternal transformarse en algo que los asustaba, algo prohibido y condenado por el resto.


Fragmento: eso es cosa de animales.


"Vito también había crecido: a los dieciséis años su cuerpo era rudo, musculoso, y ya casi era tan alto como su padre, aunque más fuerte y más hermoso. Cuando el fin de semana siguiente Vito regresó del campo, Giuseppina le dijo que se casaría con un hombre que rico. Su hermano salió a la calle sin contestarle. Parecía enojado. Giuseppina siguió a Vito y lo abrazó por detrás. Él inclinó la cabeza, ella lo miraba fijamente, satisfecha por los celos que había despertado en él.
­     - ¿No quieres que me case?
­     - Pensé que tu prometido era yo.
­     - Tú no eres rico.
Vito sonrió y llevó los brazos hacia atrás para tomar a Giuseppina por los hombros. Ella lo abrazó con más fuerza y entrelazó una de sus piernas a la de Vito para intentar desestabilizarlo y hacerlo caer. Ambos rieron. Vito le hacía cosquillas en la cintura, Giuseppina intentó morderle un brazo. Al fin Vito la alejó y la hizo girar hasta que quedaron de frente. Sólo entonces dejaron de reír, y ambos comprendieron que aquello había dejado de ser un juego. Vito se inclinó hacia ella y le tomó las mejillas con ambas manos. Giuseppina podía sentir el perfume a albahaca que despedía su hermano, tan bello como un príncipe de libro. Giuseppina cerró los ojos, esperando que ocurriera algo que no sabía qué era pero que la asustaba y al mismo tiempo esperaba con ansiedad.
Entonces oyeron el grito de la abuela.
Antes de que pudieran empezar a decir nada, la anciana tomó a Giuseppina del brazo y se la llevó a la fuerza hacia el corral, lejos del resto de la familia:
­     - La Madonna ve todo. Nunca te olvides de eso.
­    -   No hice nada.
Giuseppina le sostuvo la mirada, y su abuela volvió a hablar:
­     - Los he visto varias veces.
­     - Nos divertimos…
­     - A mí no me quieras engañar. Hacer eso con tu hermano es cosa de animales, no de cristianos. Hazlo y te saldrán serpientes del vientre, tus hijos serán deformes, con cabeza de demonio y cuerpo de cabra. Vomitarán como diablos…
­     - No siga… - dijo Giuseppina, azorada.
Su abuela le tiró del cabello y la obligó a sostenerle la mirada:
­     - Escúchame bien: si sigues con eso, tus padres se morirán de vergüenza y todos escupirán sobre tu cadáver. Tu alma arderá en el infierno.
Giuseppina sintió un miedo helado. Y comenzó a rezar.  

Esa noche, mientras escuchaba el rumor de mantas y cuerpos que se expandía por la casa a medida que sus hermanos se acostaban, Giuseppina se vio sorprendida por pensamientos nuevos, asfixiantes. Del miedo que le habían provocado las palabras de la abuela había pasado a la desesperación, pensando qué debía hacer para escapar de sus sentimientos. Amaba a Vito, pero no como a un hermano, sino como a un hombre. Al pensar en eso, se sintió sucia, avergonzada. Y sin embargo, de haber estado solos en la isla, nunca se habría visto obligada a ocultar lo que sentían… Pero no estaban solos: vivían rodeados de gente de su misma sangre, esa que les impedía, Santa Madonna, verse como hombre y mujer, como amantes. No podía seguir alentando eso. Giuseppina lo sabía, como también sabía el dolor que les costaría a ella y a Vito olvidarse de todo.
Pero no eran animales.
Eran personas, y las personas no se enamoraban de sus hermanos. Sólo tenía dos opciones: renunciar a Vito o padecer los tormentos de la Madonna." 

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