"Un día, después de pagarles a las
mujeres que le lavaban la ropa, su abuela se acercó a la cama de Rosalía y
dijo:
--
Esta niña ya puede lavar. No hace
falta pagarle a las mujeres, que maltratan la tela y nos cobran el jabón que no
usan.
Así fue que a la mañana siguiente Giuseppina
se unió al grupo de mujeres que se dirigían al lavadero. Allí dentro, alrededor
del fregadero, se arrodilló como lo hicieron las demás mujeres sobre el ruedo
de sus vestidos, para no lastimarse las rodillas, y comenzó a fregar la ropa
con unas piedras pulidas. Las mujeres la miraban con curiosidad.
Una dijo:
-
Siempre tan bella
-
La princesa de la isla –se burló otra
pellizcándole las caderas.
En su rostro, Giuseppina sintió el calor de la vergüenza.
Las mujeres comenzaron a reír.
-
Cuando vivas en un palacio, ¿te
acordarás de nosotras?
Giuseppina pasó largas horas inclinada
alrededor del fregadero que se llenaba con el agua fresca de una fuente que había
al otro lado de la pared. Las mujeres hablaban por sobre el sonido del agua que
caía en la fuente; se divertían burlándose unas de otras, comentando los secretos
del pueblo y las noticias que llegaban de Roma.
Aunque le temblasen las rodillas al
incorporarse; aunque apenas lograra soportar el peso de la ropa mojada que
debía llevar a la casa; aunque luego sintiera un dolor horrible al final de la
espalda, a Giuseppina le gustaba ir al lavadero. Allí sólo entraban las
mujeres, y eso significaba que ella había dejado de ser una niña."
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