"Desde que Vito la había llevado a la
playa y le había enseñado a nadar, ella había tomado la costumbre de bañarse en
las aguas del Golfo a escondidas de todos. Si su madre dormía profundamente,
ella extendía una manta en el piso de la sala y la regaba con pequeños puñados
de azúcar. Después tomaba a los mellizos y a Marianina y allí los tendía, boca
abajo, para que ellos comenzaran a buscar, lamer y masticar el dulce sabor de
la manta. Entonces Giuseppina salía a la calle, cruzaba las montañas, sorteaba columnas
de humo que se alzaban sobre los campos resecos y alcanzaba una playa desierta.
Se desnudaba completamente para que su madre no la descubriera al ver las ropas
mojadas y se internaba en el mar, por entre medio de rocas y peces. Nadaba
hasta quedar agotada. Sólo después extendía los brazos y se dejaba llevar por
el agua cristalina. Flotaba como ella creía que debían flotar los ángeles de la
Madonna. Su cuerpo desnudo se alejaba con las figuras plateadas que brillaban a
su alrededor.
Sus hermanos podían pasar horas enteras lamiendo
el azúcar, pero Giuseppina debía regresar antes de que Nino saliera de la
escuela; a veces debía correr con todas sus fuerzas para no retrasarse. Al
llegar a la casa, Vicenzo, Pietro y Marianinna la recibían con los ojos bien
abiertos y en completo silencio. Feliz, una Giuseppina agradecida se secaba el
cabello y les regalaba otro puñado de azúcar."
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