Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

miércoles, 9 de marzo de 2016

"Su rostro en el tiempo". Fragmento: el origen del ritual de la manta con azúcar.

En 2005 viajamos a Vitoria, Álaba, País Vasaco, a conocer el pueblo de nuestra amiga Almudena Herrán. No era Sicilia, pero alguien de la familia de Almudena me contó que durante el franquismo los curas denunciaban a los pobladores que no iban a misa. Ya no recuerdo si era la madre o su abuela, lo cierto es que, a pesar de que no quería ir a misa, la mujer no quería darle excusas a Franco para que la denunciara y encarcelara como a tantos otros. Pero tenía hijos pequeños y se le complicaba ir a misa con ellos. Entonces, extendía una manta en el suelo y la regaba con pequeños puñados de azúcar para que ellos se entretuvieran el tiempo que ella necesitaba para ir a la iglesia y que el cura la viera. La anécdota me quedó grabada durante años. Todo se recicla. Giuseppina aprendió de ella.






"Desde que Vito la había llevado a la playa y le había enseñado a nadar, ella había tomado la costumbre de bañarse en las aguas del Golfo a escondidas de todos. Si su madre dormía profundamente, ella extendía una manta en el piso de la sala y la regaba con pequeños puñados de azúcar. Después tomaba a los mellizos y a Marianina y allí los tendía, boca abajo, para que ellos comenzaran a buscar, lamer y masticar el dulce sabor de la manta. Entonces Giuseppina salía a la calle, cruzaba las montañas, sorteaba columnas de humo que se alzaban sobre los campos resecos y alcanzaba una playa desierta. Se desnudaba completamente para que su madre no la descubriera al ver las ropas mojadas y se internaba en el mar, por entre medio de rocas y peces. Nadaba hasta quedar agotada. Sólo después extendía los brazos y se dejaba llevar por el agua cristalina. Flotaba como ella creía que debían flotar los ángeles de la Madonna. Su cuerpo desnudo se alejaba con las figuras plateadas que brillaban a su alrededor.
Sus hermanos podían pasar horas enteras lamiendo el azúcar, pero Giuseppina debía regresar antes de que Nino saliera de la escuela; a veces debía correr con todas sus fuerzas para no retrasarse. Al llegar a la casa, Vicenzo, Pietro y Marianinna la recibían con los ojos bien abiertos y en completo silencio. Feliz, una Giuseppina agradecida se secaba el cabello y les regalaba otro puñado de azúcar."

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