"Vito también le hablaba de la campiña, de
caminos que cruzaban ríos secos y colinas donde había flores de colores mucho
más bellos, incluso, que los vestidos de las mujeres de los libros. Vito tenía once
años, tan sólo tres más que ella, pero parecía saberlo todo. Un día le habló de
las treinta y ocho columnas del templo de Segesta y del teatro griego donde una
vez, dijo, había visto a un niño de cabellos rojos como el fuego sentado entre
las piedras blancas con una cabra de largos cuernos ensortijados.
Giuseppina apoyaba la cabeza sobre el
pecho de su hermano, envuelta en el perfume de la albahaca, y lo oía hablar con
los ojos cerrados, abandonada a aquellas manos curtidas de campesino que sólo
se volvían suaves cuando la acariciaban a ella."
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