Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

lunes, 2 de mayo de 2016

De controles y fronteras.




Viví en Villa Celina desde el principio de la secundaria hasta el comienzo (y abandono) de la facultad. Fue la época en que comenzaba a salir de noche con mis amigos: primero a Lugano, después más allá de Rivadavia.

Ahora a Celina vuelvo sólo los fines de semana y de día, para almorzar con mis viejos y jugar con mis hijos en ese parque inmenso que aún conservan sólo algunas de las torres. Pero el sábado a la tarde mi hijo quiso ir a dormir a casa de los abuelos, y juntos nos tomamos el 36. Anochecía mientras el colectivo avanzaba dando tumbos por esa ruta que me sé de memoria: Rivadavia, Olivera, Larrazábal, Murguiondo, Av. Cruz y, entonces, La Frontera. 

Desde Flores, Dante venía jugando con un láser, fingiendo que era una mira telescópica que apuntaba a todo lo que el colectivo mostraba por sus ventanillas: paredes, gentes, autos. Cuando llegamos a General Paz, que para los que nacimos en provincia siempre fue y será La Frontera, él continuaba apuntando con el láser. Hasta que al cruzar por debajo del puente vio a los seis gendarmes, los dos patrulleros/camionetas y las tres motos, y se lo guardó en un bolsillo, porque el operativo lo asustó y le dio miedo que los tipos se lo quitaran. Entonces me acordé de Balestra: “en medio de la frontera que protegía a la Capital del peligro que, al parecer, amenazaba desde la Provincia de Buenos Aires”.

Bajamos del colectivo en Roosvelt y Colectora, Dante se quedó con los abuelos y yo me ubiqué en la esquina donde tantas, pero tantas veces esperé ese mismo colectivo que me llevaría de vuelta a casa, ahora para el otro lado. Hacía mucho que no lo esperaba ahí, y de noche. En invierno, en Celina debe hacer 5º menos que en Capital, y el 36 siempre tardó mucho. Este sábado también. 

Mientras me fumaba un cigarrillo, todavía con la visión de Dante guardándose el láser en el bolsillo, me acordé de otra época. Quizá, creo también, por la noticia de que por estos días un fiscal o un juez quiere o quiso prohibir las fiestas electrónicas. Y yo me acordé de los 90´.Era la época de la guerra de los Balcanes, y en la tele se veían las camionetas blancas de la ONU fingiendo hacer algo por los bosnios. Imponían autoridad esos convoys de 4x4 impolutas recorriendo la ex Yugoslavia destruida. 

A diferencia de ahora, todavía se podía cruzar la General Paz sin controles. Sin embargo, como ahora y siempre, en esa época también se creía que “la juventud” era un peligro para todos los que no eran jóvenes. Supuestamente, “había que hacer algo”, y Duhalde decidió sembrar las esquinas estratégicas de la Provincia de Buenos Aires con unas camionetas idénticas a las de la ONU, dando un mensaje claro: que vivíamos en una zona de guerra. Pronto, debajo de mi edificio apareció una de esas camionetas, día y noche, pero sobre todo de noche. No se movía, tenía los vidrios polarizados y nadie bajaba de ella. Y sin embargo bastaba para darte la inseguridad de estar siendo observado, controlado, perseguido.  

Por entonces salía con una chica del Sur y me iba a Remedios de Escalada vía Puente La Noria. Y, obviamente, las camionetas blancas de Duhalde también estaban ahí. Pero las camionetas no lograban que los “jóvenes” no salieran. Al parecer, a alguien se le ocurrió que la juventud no era pecaminosa durante toda la noche, sino que se perdía en el último tramo: era de 3 a 6 AM cuando se cometían los excesos. Entonces, el Sr. Gobernador ordenó el toque de queda a las 3AM. 

Llegaba esa hora y la provincia se congelaba: ni colectivos, ni remises, tan sólo camionetas blancas. Si el toque de queda te agarraba lejos, no podías volver. Si te agarraba cerca, podías volver pero sabiendo que alguna camioneta blanca podía llevarte. Y nos recortó la noche como ahora ese fiscal o juez quiere recortar las fiestas electrónicas. Es curioso cómo se repite la estupidez gubernamental una y otra vez, cambiando las caras, los nombres, pero respetando las formas de la ignorancia.

El sábado, el 36 vino media hora después. Para entonces ya estaba completamente congelado a pesar de la campera, y me preguntaba cómo hacía a los 20 años para esperar ese mismo colectivo con apenas una remera y un saquito de cuero delgado como papel de calcar. Y me la bancaba. Pero ya no. La edad también es eso. 

Sin embargo, al cruzar General Paz de regreso, viendo los reflejos azules de las sirenas de Gendarmería rebotando en el techo del puente, me alegré de tener casi 40 años. De usar campera, de no tener que andar por la calle de madrugada, de no pertenecer al “grupo de riesgo”. Al mismo tiempo, sé que me quedan 12 años para disfrutarlo. Después, Dante va a tener edad para hacer todas esas cosas divertidas y peligrosas que nos inquietan a los padres y aterrorizan a los que toman decisiones. Cuando llegue ese momento, va a tener que saber que por más que se esconda el láser en el bolsillo, eso no lo va a proteger de las camionetas verdes, azules o blancas. 

A continuación, el bueno de Balestra soportando uno de esos tantos controles.





“La visión de los ojos del muerto lo acompañó todo el camino de regreso. En General Paz, lo detuvo uno de los policías que controlaba la salida de Provincia. Balestra estacionó entre los conos naranjas que dividían la avenida Del Libertador, molesto, sabiendo lo que debería soportar.
El agente caminó lentamente hasta la puerta del auto, lo saludó haciendo la venia y le deseó las buenas tardes que se habían emputecido con el cadáver de Hisch, el llanto de su mujer y aquella detención que lo retenía y le impedía llegar a su oficina y tomar toda la grapa que necesitaba.
­      -  Documentos, por favor.
Balestra buscó su billetera, retiró su cédula y se la entregó al policía. El tipo inspeccionó el documento, pero no parecía conforme.
­       - Esto no me sirve… usted es uruguayo…
­       - Como Gardel.
El policía cambió el gesto sobrador por una mirada seria y amenazadora.
­       - Permítame el DNI argentino.
­       - No tengo porque no soy argentino.
­       - Nadie es perfecto.
Balestra comenzaba a irritarse.
­       - ¿Está de paso en el país?
­       - Sí, desde hace veinticinco años.
­       - Espere un segundo.
El policía amagó con alejarse, quizá para forzar una coima o porque en verdad deseaba averiguar los antecedentes de Balestra. Pero él no quería perder más tiempo parado allí, en medio de la frontera que protegía a la Capital del peligro que, al parecer, amenazaba desde la Provincia de Buenos Aires.
­       - Escuche, agente, soy ciudadano del MERCOSUR… usted sabe, libre comercio, libre circulación de personas, hermanos latinoamericanos, el Che, Zitarrosa…
­       - Sí, pero necesita cambiar esta cédula vieja por la nueva, la del MERCOSUR.
­       - Le prometo que lo voy a hacer.
­       - ¿Puedo ver qué tiene en el baúl?
­       - Tres kilos de cocaína, una granada y tres FALs.
­       - Bájese del auto.
Cuando el agente llevó una mano a su arma, Balestra decidió terminar con aquella farsa. Retiró una tarjeta de su billetera y se la tendió al policía, diciendo:
­       - Estoy un poco cansado para bajarme. ¿Por qué no llama a mi padrino?
El otro leyó el nombre que aparecía en la tarjeta y, sorprendido, hizo una venia obediente y exagerada que sin embargo no logró solapar el odio que irradiaban sus ojos.
­       - Disculpe la demora. Puede circular.
Balestra volvió a guardar la tarjeta, la cédula y puso primera alejándose a toda velocidad.”  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario