Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

martes, 14 de marzo de 2017

La niña y su doble. Fragmento: la despedida.


Preparando la charla de mañana para el taller Por las huellas de la Shoa, en Kehila Rosario, vuelvo a elegir este fragmento de La niña y su doble. Uno siempre tiene preferencias sobres sus textos, y creo que este pasaje describe como ninguno la novela sobre la vida de Nusia.





"Un día Helena y Rudolph llegaron a la casa acompañados por la ucraniana que la había llevado al campo. 
-        Primero te irás tú, luego Fridzia, y luego nosotros – le dijo su madre.
-        Tienes que ser fuerte. Tienes que sobrevivir – le dijo su padre con los ojos llenos de lágrimas.
-        Mañana vendré a buscarte, Stanislawa – dijo la ucraniana.
-        ¿Dónde iré?
-        A Varsovia. Allí nadie notará que tu acento ucraniano no es correcto. Ingresarás a un orfanato y te harás pasar por una huérfana ucraniana.
La mujer se marchó y prometió encontrarse con ella, en la fábrica, al día siguiente. Esa noche Nusia permaneció despierta. Quería escapar del ghetto, pero temía por la suerte de sus padres y Fridzia.
Cuando amaneció, sus padres la encontraron sentada en una silla, rodeada por las mismas maletas que se había llevado al campo. Rezaba en silencio murmurando el Padrenuestro, la única estratagema en la que confiaba para sobrevivir.
Rudolph ya se había cambiado. Debían llegar a la fábrica cuanto antes para encontrarse con la ucraniana.
Primero Nusia se despidió de Fridzia, que se marcharía del ghetto días más tarde. Al abrazar a su hermana sintió en la piel aquello que su mente no terminaba de aceptar. Quizá pasaran años hasta que volvieran a encontrarse. Se secaron las lágrimas y se dedicaron una última mirada cargada de cariño e improbables buenos deseos que ninguna se animó a pronunciar.
-        Cuídate, Nusia. Tienes que obedecer en todo lo que te digan... – dijo su madre al besarla.
Estaba tan desolada que no pudo seguir hablando. Rudolph no estaba mejor.
Al salir, Nusia se volvió para contemplar por última vez a su familia escondida detrás de la ventana. Su tía y su hermana lloraban. Su madre se cubría la boca con una mano, acallando un grito que nadie debía escuchar. 
Rudolph y su hija cruzaron la puerta del ghetto cargando las dos valijas. Antes de que los soldados dijeran algo, Rudolph dejó caer unos billetes que sirvieron de respuesta a cualquier pregunta. Caminaron lentamente, sabiendo que al llegar a la fábrica sus historias tomarían una velocidad vertiginosa que podría conducirlos a cualquier parte, a un destino que ahora les resultaba oscuro, improbable. 
La ucraniana llegó a la fábrica poco después que ellos. Llevaba un tapado negro, el cabello arreglado y una maleta pequeña que buscaba confundir a cualquiera que la detuviera. La mujer guardó silencio mientras Nusia se despedía de su padre.
Era la primera vez que Nusia lo veía llorar. Rudolph la abrazó con fuerzas y, en voz baja, al oído, le susurró:
-        Te quiero, camarada.
Nusia ya no pudo contener las lágrimas.
-        Papá, no quiero irme – dijo.
-        Tienes que hacerlo.
Sólo entonces la ucraniana decidió intervenir.
-        Debemos tomar el tren a Varsovia. De prisa.
Nusia volvió a abrazar a su padre, que con dulzura apoyó sus manos en los hombros de la niña y la fue empujando hacia la puerta de la fábrica. Entonces Nusia y la ucraniana salieron y la puerta se volvió a cerrar.
No dejó de llorar en todo el camino a la estación. Allí, ocuparon un banco y esperaron a hasta que la noche cayó extendiendo un manto de niebla sobre los andenes. Nusia no podía dejar de pensar en su padre y en el futuro, mientras la ucraniana volvía a repetir que se callara, que pasara desapercibida, que no dejara de rezar.
-        Stanislawa, ¿me oyes?
Pero Nusia no la escuchaba. Desde el fondo de la estación se acercaba una figura que ella conocía.
-        Papá – gritó Nusia de pronto.
-        Calla, Stanislawa – dijo la mujer, incrédula.
Rudolph tampoco creía lo que él mismo estaba haciendo. Cuidadoso como era, no había podido contenerse y había salido a la calle luego del toque de queda para ver a su hija por última vez. Después de abrazarla, le entregó un papel en el que Nusia pudo leer una dirección escrita con una letra temblorosa, distinta a la de su padre.
-        Ve a visitar a tu prima Eva. Ella te ayudará.
Después se quedó sin palabras. La contempló durante una milésima de segundo, memorizando sus rasgos, y volvió a abrazarla.
-        Cuídate – dijo.
-        Señor Stier, esto es peligroso – dijo la ucraniana, y no mentía. 
Sólo entonces Rudolph les dio la espalda y se echó a correr. 
El tren llegó pocos minutos más tarde. Nusia siguió a la ucraniana hasta uno de los vagones y se sentó junto a ella, frente a las ventanas. Su padre ya no estaba por ninguna parte. Poco a poco se fue serenando, hasta que al fin recuperó el ritmo normal de su respiración. El tren partió poco antes de medianoche. El vagón en el que ellas viajaban estaba repleto de gente que se dirigía a Varsovia.
Se fueron alejando del centro de Lwow, que a esa hora de la noche parecía desierto. Las luces brillaban envueltas en aureolas de niebla, como la cabeza de los santos que el maestro le había mostrado en las estampas.
Pocos kilómetros después de haber dejado la ciudad, Nusia creyó sentir un olor extraño, como si todo se estuviera quemando a su alrededor. Al mirar por las ventanas no vio fuego, tan solo una nieve fina, incorpórea, que se arrastraba por el cielo con el paso del viento. 
Entonces escuchó a los pasajeros decir:
-        Mira, mira. Aquí es donde queman a los judíos.
En ese momento, dos soldados nazis se acercaron a ella y le pidieron los documentos. Con una serenidad que le parecía ajena, ella retiró la cartilla con una sonrisa y se las enseñó a los alemanes.
-        Soy Stanislawa Jendrus, viajo a Varsovia – dijo en un perfecto ucraniano.
En apenas tres años, le habían quitado la casa, la escuela, su familia. La habían vaciado de todo aquello que había formado su identidad, y ahora la obligaban a olvidar su propio nombre. Debía ser otra. 
-        Muy bien, Stanislawa – dijo la ucraniana, con alivio, al ver que los soldados se alejaban.
-        Stanislawa Jendrus – repitió Stanislawa, llorando, mientras se alejaba de su pasado bajo una lluvia de cenizas."

1 comentario:

  1. Lo que más atrapa a un lector , es poder sentirse dentro de esa historia como siendo parte. Por eso me encanta tu trabajo. Excelente manera de contar la historia de alguien más , cómo si fuera propia. Gracias por compartirlo .

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