Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

viernes, 15 de julio de 2016

No somos River. Ni siquiera somos River.




Foto: La Nación. Daniel Jayo.

Anoche, mientras en el barrio retumbaba el cacerolazo, ollazo o como quieran llamar a esa queja por una nueva mala situación económica y otro gobierno con menos sensibilidad social que un robot apagado, yo escuchaba la previa de la semifinal en AM, como siempre, y fantaseaba con que ese ruido podría extenderse con los festejos del partido. La fantasía no se dio: nadie festejó después del partido, pero tampoco nadie hizo un cacerolazo para quejarse del equipo.

Y eso que motivos sobran.

El primero: Boca sigue sin jugar a nada. Porque para mí, apretar 20 minutos a los defensores rivales no es jugar al fútbol. Y pienso en ese bleff llamado “presión alta”, esa receta de los nuevos prestidigitadores del fútbol que creen que lo más importante es que los jugadores corran para provocar errores contrarios. Pero con eso no alcanza si no tenés propuestas ni méritos futbolísticos propios. Está claro.

El segundo: el Fantasma Tévez. Jugador carismático si los hay, y con una calidad que no demostró desde su regreso de la Juventus. Sí de la boca para afuera: diciendo que hay que comer bien, que hay que cuidarse, que el césped tiene que estar así, que las inferiores tienen que estar asá… que hay que votar a Angelici. No termino de aceptar que le vendió el alma al Presidente, y dejo cierto margen para que lo hayan utilizado. Pero, futbolísticamente, no fue el líder que esperábamos, ni tampoco una segunda guitarra que acompañe. No fue nada, y la deuda es inmensa porque se le dieron todos los gustos.

El tercero: falta equipo, habemus Shopping. Desde hace años, exactamente desde el día en que hizo que Riquelme se fuera y montó un show con el regreso de Tévez, Angelici se dedica a cuestiones que poco tienen que ver con el armado serio de un equipo: Comodoro Py, la nueva cancha-supermercado, Osvaldo por sobre Calleri (Calleri, Calleri, cómo te dejamos ir…), el discursito CEO para el fútbol, transparencia y banca, mucha banca, para los delincuentes de la 12, y el flamante negocio de la Súper Liga. Tantas cosas puso delante del equipo el presidente que lo convierten en un culpable sin juicio.

El cuarto: nos ganó un equipo que no existía pero que nos borró. La seriedad de Independiente del Valle es para aplaudir. Vienen de un país que sufrió un terremoto devastador y todos los ecuatorianos apoyan a este plantel que, anoche, en la Bombonera, demostró que merece jugar la final. Y esa final va a ser un partidazo.

El quinto: la boca del técnico. Pillo, habló demasiado. “No somos River”, dijo después de perder en la ida. “Ni siquiera somos River”, tendría que haber dicho después de la vuelta. Pero, claro, eso no se puede decir porque sería aceptar el fracaso.

En resumen, sólo nos dio para esto porque somos esto: una vidriera que prefiere nombres antes que jugadores, que no banca a los que se lo merecen y que apuesta por las luces de neón antes que por hacer un camino largo, constructivo.

Recién, mientras arrastraba el cochecito de mi hija camino al jardín, el termómetro de la calle fue contundente: el albañil de al lado estaba con un buzo puesto, y le pregunté si se había sacado la camiseta. Se sacó el buzo diciendo: “Yo soy de Boca cuando gana y cuando pierde. Pero a esos hijos de puta hay que matarlos a todos”. Metros más adelante, el carnicero: “no me hablés, Boquita (así me dice el carnicero), me quiero matar”. Y la directora del jardín: “Viste qué desastre anoche?”. 

Estamos todos igual, sorprendidos de que el resultado no nos haya sorprendido, preocupados por lo que se viene y con el recuerdo cada vez más grande de ese “mal tipo, mal compañero, esa manzana podrida” que cada vez que jugaba nos hacía festejar y le quitaba presiones a sus compañeros, y que nos mostró que para ser líder no hace falta tener la cinta de capitán, ni diagramar la pretemporada, ni la dieta ni tener feeling con los periodistas. Sólo hay que pedir la pelota, mostrarse y no esconderse nunca: ni detrás de la marca ni cuando hay que patear un penal.

1 comentario:

  1. Además de no jugar al punto de no animarse a patear el penal, Tevez jugó mudo: no la pidió nunca, no se lo vio darle indicaciones a sus compañeros, alentarlos... ¡Ni siquiera le protestó al árbitro! ¿Eso es un lider?
    Un comentario aparte merece el delegado de la barra en el plantel: ¿hasta cuándo vamos a soportar un arquero que es mala gente y que tiene las patas para caminar? Sólo Pavón y Fabra merecían ponerse la camiseta.

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