Cierta adolescencia crónica de parte del ambiente literario nunca dejará de irritarme y, al mismo tiempo, causarme gracia. Como si los autores fueran extraterresrtes que no deben utilizar su escritura como herramienta de trabajo. Cada vez estoy más orgulloso de poder vivir de lo que escribo, alternando entre mis propios textos y los ajenos.
Ahora que pasó el tiempo desde aquella charla, pensando, me acordé de esta anécdota de Frattini con Soldi.
"Hacía
más de dos meses que no sabía nada de Soldi. Él, como los demás, también
parecía haber olvidado las promesas. Sin embargo, el maestro no se sorprendió
con su visita.
-
¿Y Frattini? ¿Cómo van sus obras?
-
Voy a tener un hijo. Necesito un
trabajo, maestro.
-
No voy a ayudarlo a arruinar su
carrera de artista.
-
Pero…
-
Nada. Pinte. Pinte y vuelva a
pintar – dijo el maestro, incapaz de asomar la cabeza por fuera de su confortable
burbuja.
Al
salir a la calle, Frattini se sintió más sólo que nunca. Los deseos de Soldi no
servían para pagar las cuentas ni para acallar esa voz que parecía volver a
hablarle en su interior después de meses de ausencia. Nervioso, comenzó a
caminar por las calles de Belgrano en dirección al Centro. De a ratos,
observaba los edificios, las ventanas cerradas y a los porteros que se apuraban
a terminar de lustrar los picaportes de bronce antes de marcharse a dormir la
siesta. La esperanza de conseguir un trabajo se había diluido hasta convencerlo
de que eso nunca pasaría. ¿A quién quería engañar? De presentarse en un empleo
cualquiera, sus patrones no tardarían en despedirlo al conocer su prontuario.
Además, ¿qué experiencia tenía? No sabía hacer otra cosa que dibujar y robar."
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