Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

viernes, 16 de septiembre de 2016

De políticos, swingers y ambiciones.




El gran salto

Cuando a Joaquín V. le preguntan cómo dio el gran salto de su vida, él baja la mirada y responde siempre lo mismo: por casualidad. Y no miente.

Todo comenzó hace cinco años. Entonces trabajaba como creativo en una agencia de publicidad que no era la suya, inventando comerciales que aumentaban las ventas de  autos, dentífricos, bebidas con o sin alcohol, detergentes, juegos de PlayStation y electrodomésticos publicitados siempre por niños felices y hermosas mujeres. Por eso, cuando le asignaron la campaña de sensibilización basada en las dificultades de los discapacitados para vivir en la ciudad Buenos Aires, Joaquín V. pensó que se trataba de una broma: ¿qué era lo que había que vender? ¿Que ser ciego era genial? ¿Que había que tener un amigo mudo? ¿Que en silla de ruedas los paseos eran más vertiginosos que de a pie? Si hubieran vivido hace miles de años los hubiesen arrojado de un monte… Pero la civilización del siglo XXI, la misma que miraba sus comerciales, estaba orgullosa de haber evolucionado, y así como dejaba morir a millones de niños a causa del SIDA, el hambre y la tuberculosis, gastaba su fortuna construyendo rampas, botones en braille y páginas web sonoras que alentaban a parapléjicos, ciegos, sordos y mudos a vivir en un mundo que los despreciaba pero que se empeñaba en mantenerlos con vida. Joaquín  V. sabía que su trabajo era vender superficialidad, así que terminó por aceptar aquello como si se tratara de un producto cualquiera.
Antes de comenzar, el Ministerio de Desarrollo Social, cliente que había encargado la campaña, asignó a una persona de su propia plantilla para que supervisara el trabajo de Joaquín V. Mara era socióloga, reservada, y a simple vista era evidente que no tenía ninguna relación con el mundo de la publicidad: todo lo que decía parecía estar revestido por una racionalidad infinita.
Si bien Joaquín V. siempre pensaba los comerciales a partir del humor, este en particular le hacía demasiada gracia. Intentaba incluir chistes que Mara censuraba una y otra vez porque se suponía que la campaña debía ser algo serio. Trabajaron y discutieron dos meses y medio; luego, cuando creían que al fin dejarían de verse, llegaron los premios y se vieron obligados a compartir presentaciones, fiestas y conferencias en las que nunca había ciegos, mudos ni sordos, sólo gente “normal” muy bien vestida y brindando con champagne a los gritos, escuchando música y conversando de pie, vestidos con trajes que insinuaban la perfección de sus cuerpos.
Fue en una de esas fiestas en que Joaquín V. dejó de ver a Mara como una versión adulta de Mafalda, que ya no lo ahogaba con sus discursos de integración social sino con los pechos que su vestido ofrecía a la vista. Algo que los ciegos hubieran podido admirar sólo con el tacto de sus manos.
Se fueron juntos de la fiesta, y en un bar se rieron de cada una de las peleas que habían tenido hasta entonces. De pronto Joaquín V. notó que Mara festejaba sus chistes; hacía rato que él había dejado de provocarla, ahora prestaba atención como un devoto a las peroratas que ella soltaba entre caipiriña y caipiriña.
Así comenzaron a verse, primero para salir los fines de semana, luego para almorzar cuando se los permitían sus trabajos… Hasta que un día se encontraron desayunando en la casa de él y cenando en la de ella; se casaron tres meses después y formaron un hogar de profesionales: la socióloga y el creativo publicitario.

Pasaron cuatro años. Mara seguía siendo hermosa e inteligente; su corto cabello negro seguía dejando al descubierto la piel morena de la nuca, los hombros y la espalda, pero él había comenzado a aburrirse. Cuando regresaba a su casa tenía la sensación de entrar a la ONU: Mara se indignaba viendo los bombardeos norteamericanos a lo largo y ancho del mundo, las matanzas de ballenas, los atentados suicidas en Irak y los documentales de niños famélicos que reptaban en los basurales de África y el Gran Buenos Aires. El único vicio de su mujer era su interés por los pobres, los tullidos y los enfermos, y precisamente eso estaba convirtiendo su pobre matrimonio en un tullido enfermo de seriedad y dramatismo. Mara ya no era ese complemento moral que Joaquín V. necesitaba, era un simple homo-éticus y definitivamente él no quería terminar convirtiéndose en eso. La que tenía que cambiar era ella, relajarse, liberarse, olvidar su culpa. Pero ¿sería capaz de hacerlo?  
Mientras tanto, él cada vez recibía más premios, sueldos extras y ofertas de trabajo en el extranjero. Pero el verdadero éxito llegó cuando la Agencia contrató a la nueva abogada. Se llamaba Mariel, era unos mayor que él y tenía la piel suave y pálida, el cabello rubio, lacio, y unos ojos grises parecidos a los de una maestra que él había tenido en la primaria.
Cuando se quiso dar cuenta estaban entrando a un hotel en el horario del almuerzo. Pasaban la tarde teniendo sexo y las pocas veces que hablaban, él terminaba indignado por la estupidez de aquella mujer experta en derecho comercial y comidas macrobióticas. Entonces Joaquín V. se decía que nada era perfecto, pensaba en su propia mujer y extrañaba su austeridad, su transparencia. Luego sentía vergüenza de haberla engañado y le hacía regalos carísimos que ella condenaba porque no creía que valiera la pena comprar una cartera de mil pesos cuando podía conseguir una por cien.
 Por aquella época a Mara la habían contratado en la OIT y debía viajar por Latinoamérica para supervisar algo referido al trabajo infantil. Al parecer, los niños que ensamblaban las zapatillas que ella calzaba y que Joaquín V. promocionaba en sus anuncios, eran más desvalidos que los tullidos que chocaban contra los postes de luz o se caían en los baches de las veredas. 
Fue al regreso de uno de sus viajes que Mara le habó de Pablo Bellano, uno de los dirigentes del Ministerio de Trabajo. Quería hablar con Joaquín V. para ofrecerle algo muy importante: diseñar la campaña electoral de un candidato a la jefatura de gobierno de la Ciudad. Joaquín V. no cabía en su cuerpo, pero Mara, tan racional como siempre, no lo veía tan claro.
­      -  No sé si te conviene – le dijo, y parecía nerviosa.
­     -   ¿Sabés lo que me pueden llegar a pagar por eso?
­   -     Sí, demasiado.
­      -  Una fortuna.  
­     -   ¿No querés saber de qué partido es?
­     -   ¿Quién?
­     -   Bellano.
­    -    Me da lo mismo, yo no soy de ninguno. Tengo que conocer a ese tipo…  
­    -    No creo que…
­    -    Por favor…
­      -  Está bien, pero yo quiero estar presente. No confío en él.
Unos días después, una Mara más nerviosa que nunca, le confirmó que Bellano los invitaba a cenar en su casa.

El sábado siguiente llegaron puntuales con dos botellas de un vino que valía años de trabajo de los niños que Mara intentaba proteger. Pero eso a Joaquín V. no le importaba: lo único que quería era llegar a un acuerdo con Bellano y dar el gran salto de su vida. Aunque no sabía que tendría que saltar desde tan alto.
Estacionaron el auto frente al portón eléctrico que protegía los diez metros del frente de la casa. Bellano los recibió como si los conociera de toda la vida; era un cincuentón atlético, por debajo de las mangas cortas de su chomba negra se apreciaban unos músculos fuertes y tensos. Después de las presentaciones, los guió a través del camino de lajas que cruzaba el jardín y conducía hasta la casa de dos plantas iluminada por una luz tenue. A lo lejos, rodeando la pileta, el césped brillaba bañado por el rocío del anochecer. Desde allí se oía la música que sonaba en la casa. Joaquín V. respiró profundamente el aroma de la tierra húmeda. Todo era perfecto.
Y perfecta la silueta de la mujer de Bellano, que bailaba de espaldas en el living envuelta en una nube de humo. La excitación de Joaquín V. se convirtió en desesperación cuando ella giró y reveló toda su belleza.  
­     -   Así que vos sos Mara… Pablo no me había dicho que eras tan linda…
­     -   Gracias, encantada, Mariel… ¿no? – dijo Mara besando la mejilla de la amante de su marido. Y después, al ver que Joaquín V. seguía de pie en el living sin poder articular palabra, agregó: - Este es mi marido…  
­     -   Yo soy Mariel, ¿vos cómo te llamás?
­  -      Joaquín…
­       - No sabía que los publicistas eran tan tímidos – dijo Bellano quitándole de la mano la bolsa de papel madera que contenía las botellas.
La música o la respiración agitada de Joaquín V. parecía acompañar el movimiento de las llamas de las velas, dispuestas en las cuatro esquinas de la sala. Bebieron la primera botella de vino sentados en los sillones de cuero negro. Joaquín V. intentaba mantenerse en silencio, pero Bellano no dejaba de hacerle preguntas. Mariel le hablaba como si acabaran de conocerse. ¿Qué pretendía? Y él, ¿podía tener tan mala suerte? Estaba a punto de perder a su mujer, a su amante y la oportunidad de su vida, todo al mismo tiempo. 
Al fin, para ganar unos minutos y quizá idear un plan de escape, preguntó dónde estaba el baño. Pero ese tiro también le salió por la culata:
­      -  ¿Lo acompañás, Mariel? Y de paso mostrale la casa mientras yo hablo un segundo con Mara sobre unos temas que tenemos pendientes – dijo Bellano.
­      -  No se preocupen, lo busco yo… ustedes hablen, hablen… - comenzó a balbucear Joaquín V. ante lo inevitable.
Mariel se incorporó sonriendo.
­     -   Vení conmigo – dijo.

La siguió escaleras arriba sin alzar la vista, sin mirar atrás, tan sólo pensando que sería la peor noche de su vida. Alcanzaron un largo pasillo con tres pares de puertas enfrentadas. Mariel señaló una. Joaquín V. se apuró a abrirla, pero dentro no encontró un baño sino un estudio rodeado de libros en estanterías de diseño. Tenía ganas de gritar, descargarse… sin embargo entró y, en silencio, se puso a mirar el lomo de los libros.
Hasta que ella tomó su mano. Entonces él se volvió y encontró el rostro pálido de Mariel y sus ojos grises, ahora sonrojados por el alcohol y la marihuana. Intentó retirar la mano, pero ella le besó la muñeca, y dijo:
­      -  ¿Sorprendido?
­      -  ¿A vos qué te parece? – dijo Joaquín V. llevándose una mano a la frente. Respiraba con dificultad. Volvió a hablar, pero esta vez se tomó la cabeza con las dos manos: - ¿Podemos tener tanta mala suerte…?
­      -  ¿Mala suerte? Esto es genial. Es el primer sábado que pasamos juntos.
­     -   Me quiero matar… - comenzó a decir él, aunque no tuvo valor para rechazar sus labios.
Tardó unos segundos en entender lo que pasaba: al abrir los ojos, por detrás del cabello de Mariel, descubrió a Bellano mirándolos desde la puerta del estudio. Joaquín V. se apartó de ella como si estuviera enferma de malaria, varicela o lepra, y se puso a la defensiva previendo un ataque. Pero Bellano no lo golpeó, no lo insultó, ni siquiera parecía estar enojado. 
­      -  Esto se está poniendo interesante…  – dijo, tomando un libro de los estantes y, volviéndose hacia Joaquín V., agregó: – ya me voy.
Después besó a su mujer y salió del estudio con el libro en la mano. Joaquín V. miró a Mariel, luego la puerta y otra vez a Mariel sin poder entender lo que pasaba.
­     -   Cerrá la boca, queda feo – dijo Mariel, tomándolo de los hombros y besándolo con intensidad.
Pero Joaquín V. estaba nervioso, y la rechazó con los brazos.  
­      -  ¿Estás loca?  - preguntó y por un segundo miró el techo, como si buscara una cámara oculta que justificara la situación.
­     -   Relajate – dijo Mariel.
Imposible: Joaquín V. estaba a punto de perder los nervios.
­     -   ¿Me estás cargando? Si se entera Mara… Y tu marido en vez de cagarme a trompadas me sonríe… ¿Es puto?
­     -   ¿Pablo gay? - dijo Mariel soltando una carcajada – Por favor… Mientras seamos sinceros no hay problema.
­    -    ¿Sinceros? Pero, ¿él sabe que nosotros…?
­   -     Claro, cómo no va a saber…
­   -     Me voy, tengo que irme – dijo Joaquín V. abriendo la puerta.
­     -   Vos no te preocupes…
Al verlos bajar las escaleras, Bellano alzó las cejas.
­   -    ¿Todo bien, Joaquín? Estás pálido.
­  -     No, estoy bien…
Bellano se inclinó hacia Mara, fingiendo que iba a contarle un secreto, pero hablando de tal forma que todos pudieran escucharlo:
­   -    Está asustado.
­    -   ¿Por qué? – preguntó Mara, mirando a Joaquín V., que parecía estar concentrado en una marca de la alfombra.
­  -     Lo encontré besando a mi mujer… - dijo Bellano – Ah, vos no sabés: ellos se conocen de antes, trabajan juntos. Mariel es la abogada de la agencia...
Joaquín V. alzó la vista y pudo ver cómo el rostro de su mujer se contraía con todos los tics de la furia.
­   -    ¿Qué? – dijo Mara, incorporándose, con los ojos desorbitados.
­ -      No pasó nada… - Joaquín V. miró la puerta, estaba muy cerca...
­   -    Qué lástima, porque acá sí que pasaron cosas – dijo Bellano, guiñándole un ojo: - ¿O no, Mara?
Esta vez fue Mara quien bajó la mirada.  
­   -    ¿Qué? – preguntó Joaquín V.
­ -      Nada – murmuró Mara.
­   -    ¿Se lo decís vos o se lo digo yo? – Bellano reía.
­  -     ¿Te volviste loco? – Mara comenzaba a asustarse.
­     -  ¿Es por Mariel? Ella sabe todo…
­-       Esto es ridículo, yo me voy – dijo Mara.
­    -   ¿Qué pasa? Decime, no te vayas – dijo Joaquín V., reteniéndola con una mano.
­   -    Yo te cuento – dijo Bellano, y ya no se reía: - Mara y yo hacemos lo mismo que vos hacés con Mariel.
­   -    Hija de puta – gritó Joaquín V.
­    -   ¿Y vos? ¿Cuánto hace que la ves? – lo acusó Mara.
­   -    No sé, un mes…
­   -    Tres meses, la primera vez te llevé a comer a un restaurante vegetariano – aclaró Mariel.
­   -    Nosotros llevamos cinco, ¿no, Marita?
­  -     Pero… no puede ser… esto estaba preparado - Joaquín V. se resistía a creerlo.
­   -    No, te juro que no – dijo Bellano, destapando otra botella de vino: - el mundo es un pañuelo…  
Joaquín V. se tocó la frente, como si buscara contener el inminente nacimiento de sus cuernos. Así que Mara no era la persona correcta e inofensiva que él imaginaba… creía que su interés por los demás pasaba por un lado más social y menos íntimo… Durante uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos, Joaquín V. sintió ganas de matarla. Después dijo:
­      - ¿Así que viajabas para verte con este?
­     -  Y vos por eso trabajabas tanto, ¿no? – dijo Mara, sacando cuentas y revisando cada una de sus dudas: - El viernes pasado… esa reunión que tenías con la abogada… hijo de puta.

Pasaron varios minutos gritando, discutiendo, hasta que dejaron de hablar. Mariel y Bellano los observaban mientras volvían a servir vino en las copas. El silencio era incómodo porque escondía la rabia de los invitados, que ya no articulaban palabra. Joaquín V. quería irse, pero al mismo tiempo no quería quedar como un cobarde. Mara no dejaba de mirar el suelo.
­     -  ¿Podemos hablar un minuto? – le dijo Joaquín V. de pronto a su mujer.
Ella asintió con la cabeza. Se incorporaron y salieron al jardín. Era una noche fría.
­    -   Vos sabías todo… sos una enferma ¿te calentaba venir con tu marido a la casa de tu amante? –Joaquín V. movía las manos al hablar.
­     -  ¿Por qué te crees que no quería que hicieras negocios con Pablo? Vos fuiste el que insistió en venir… 
­     -  Cómo me cagaste…
­     -  Y vos a mí. – dijo Mara y se quitó algo, tal vez una lágrima, de su ojo izquierdo. Mirando hacia la casa, preguntó: - ¿A vos te parece normal esto?
­   -   
­    -   Vamos, vamos a casa y hablamos, ¿sí?
­     -  ¿Hablar de qué? No lo puedo creer…  La puta madre que te re mil parió. Me estabas metiendo los cuernos y yo no me di cuenta de nada.
­     -  Yo me imaginaba que vos andabas en algo...
­    -   ¿Y por qué no me dijiste nada?
­      - Vos me cagás y yo soy la que tengo que preguntarte “mi amor, ¿me estás cagando?” No me jodas, Joaquín – dijo Mara, con sorna.
Dudando, como si quisiera excusarse, él comenzó a decir:
­     -  Vos empezaste antes… llevas cinco meses…
­    -   ¿Y antes de Mariel no habías salido con ninguna otra?
­  -    
­   -    Vamos a casa.
­  -    No, primero quiero hablar con Bellano. 
­ -      No hagas ningún escándalo, por favor, Joaquín…
­     -  Sólo quiero hablar de laburo. Hijo de mil putas.
­    -   Y encima te buscas una amante vegetariana... si vos odiás a los que no comen carne.  
­    -   Y vos salís con un peronista. Estamos a mano.
Por un segundo, los dos estuvieron a punto de reír o golpearse, pero estaban demasiado confusos para hacer nada. Así que volvieron a entrar a la casa. Joaquín V. se dirigió a Bellano y Mariel.  
­     -  Ustedes lo sabían… Nos hicieron la cama – dijo.
­    -   No es una metáfora muy apropiada… – dijo Bellano.
­    -   Ya estamos acá, relájense. – dijo Mariel.
­    -   ¿Por qué no me dijiste que mi mujer salía con tu marido?
­  -     ¿Te sirvo vino? 
­   -    No. Tenían todo preparado desde el primer momento… Es… es… indignante. - dijo Joaquín V. señalándolos de una manera un tanto amenazadora.
­    -   Bueno, listo. Ya está – dijo Bellano con seriedad, incorporándose de golpe: - Si no da, no da. Si no quieren, todo bien, no pasa nada. Se pueden ir.
­    -   No es eso… - dijo Joaquín V., pensando más en la campaña electoral que en la supervivencia de su matrimonio.
Se sentó, bebió vino. 
­     -   Además, no te podés ir sin ver cómo me queda la lencería que me regalaste – dijo Mariel.
­    -    Es de manual. A mí me regala carteras y a vos lencería… – dijo Mara con resignación.
Mariel soltó una carcajada. Mara se tentó y también comenzó a reír.
­     -  Miralas… son tan lindas cuando se ríen. No te sientas culpable, Joaquín – le dijo Bellano.
­    -  No puedo creer que…  no puede ser…
­    -   Creelo. Cuando vos y yo empezamos a salir, le conté a Pablo y descubrimos que su amante y el mío eran pareja. Una casualidad, un caso en mil millones…. mis amigas tampoco lo pueden creer. Entonces se nos ocurrió hacer esta cena para… no sé… celebrarlo.
­   -    Así que lo del laburo… ¿era mentira? - dijo Joaquín V. viendo cómo el proyecto de Agencia Propia se le iba entre las manos y los cuernos.
­   -    No. Eso es aparte. En la semana nos juntamos y te cuento. Por la guita no te preocupes, tenemos un presupuesto generoso.
Joaquín V. sonrió.
Bellano destapó una botella de champagne y propuso un brindis por la sinceridad. Los cuatro rieron, pero sólo la risa de Joaquín V. era nerviosa. Mara parecía empezar a sentirse cómoda, muy cómoda.
­    -   Esto es re loco – decía y no dejaba de beber.
­   -   Es una locura – dijo Joaquín V. con fastidio.
Mariel fumó y luego de dejar el porro en el cenicero, se acercó a Joaquín V. y lo besó mordiéndole los labios, deslizando su lengua una y otra vez dentro de esa boca impasible.
­   -    Qué hacés… – dijo Mara, entre fascinada y rabiosa, y golpeó a Joaquín V. en un brazo, con fuerza.
Después, dudando, pidió que lo repitieran.
Joaquín V. sonrió por segunda vez en la noche. Mariel volvió a besarlo, pero esta vez él la rodeó con los brazos y le pellizcó el culo con delicadeza, como le gustaba hacerlo.  
En parte por el alcohol, en parte por esa improvisada liberación sexual, Joaquín V. estaba radiante. Y se dejó llevar…
Todo fue bien hasta que alzó los ojos y descubrió a Mara tendida en el sillón, con la boca de Bellano en medio de sus piernas abiertas. Intentó decir algo, pero Mariel le cerró la boca con una mano; con la otra le abrió el cierre del pantalón.
Le resultó extraño tocar las tetas su mujer mientras estaba dentro de otra, y al mismo tiempo era el marido de esta otra el que estaba dentro de su propia mujer. Joaquín V. se imaginó la escena vista desde arriba: un amasijo de cuerpos en el que resaltaban los músculos anfetamínicos de Bellano, la erótica palidez de Mariel, los hombros morenos de Mara y él, como un zombi, con los brazos extendidos alternando entre el culo de Mariel y las tetas de Mara. Un Frankenstein perfecto.

Una hora más tarde, duchados y vestidos, cenaron sentados a la mesa. Joaquín V. seguía sin hablar. La predisposición de su mujer había terminado de paralizarlo.
­  -    ¿Y ustedes hacen esto seguido? De a cuatro, digo… - preguntó Joaquín V.
­    -   Una vez por mes, más o menos. Pero siempre con gente que no conocemos. Bueno, teóricamente esa es la idea… – dijo Mariel.
El whisky y la marihuana volvieron a encenderlos, y las parejas se besaron y se acariciaron con cariño. Luego, las manos cruzaron ese vacío que los separaba y que pronto se llenó con sus cuerpos. Cambiaron de pareja. Mientras las mujeres les lamían el cuerpo, los hombres se sonreían como buenos colegas. Pero Joaquín V. estaba furioso, y evitaba mirar a Mara porque se avergonzaba al verla acariciar los músculos que él no tenía. Mucho peor fue oírla gemir ante las envestidas de Pablo. Sólo pudo soportarlo concentrándose en Mariel, en su forma de mirarlo con aquellos ojos grises de maestra de matemáticas. Optó por vengarse de Bellano practicando con Mariel todas las posturas que conocía y que físicamente era capaz de mantener al menos durante cinco minutos. Y sin embargo no quedó conforme.
Al fin, poco a poco todos fueron apagándose. Amaneció. Volvieron a ducharse. Mariel y Bellano aparecieron en bata y prepararon el desayuno. Una familia típica, un domingo cualquiera. Sólo faltaban niños en piyamas y pantuflas con formas de animales.
Aunque Mara quería quedarse, Joaquín V. rechazó el desayuno. Se despidieron en medio del jardín con el canto de los pájaros de fondo. Ya en el auto, Mara y Joaquín V. guardaron silencio. No habían vuelto a discutir, ni siquiera habían vuelto a hablar durante el resto de la noche.
El sol tardaba en salir, sin embargo ellos ya tenían puestos sus anteojos negros.
­    -    Tengo hambre – dijo Mara cuando doblaron en la esquina.
Joaquín V. condujo en dirección al río. Se detuvo en un bar de la costa. El sol reflejaba el agua como si alguien hubiera colocado millones de espejos sobre el agua. Pidieron los diarios, tostadas, mermeladas, quesos, jamón, café y jugo de naranjas. Durante unos minutos fingieron leer.
Al fin, fue Mara la que rompió el silencio.
­     -   ¿Todo bien?
­   -    
­      -  Qué casualidad…  Qué raro… ¿no?
­    -    Más que raro diría que es rarísimo.  
­   -     Seguís enojado.
­  -      Basta, no quiero hablar.
Pero Mara sí, porque ya había sacado sus propias conclusiones:
­     -   En cierto punto, lo que hacen Pablo y Mariel es combatir la propiedad privada.
­    -    Sos increíble – dijo Joaquín V.
Oyeron el timbre de sus teléfonos celulares: aunque no lo sabían, los dos acababan de recibir el mismo mensaje de texto. Pero sólo Mara se animó a leerlo, y Joaquín V. creyó ver una sonrisa de triunfo en sus labios.

La semana siguiente, se reunió con Bellano en su oficina del Ministerio de Trabajo y sellaron el acuerdo. Joaquín V. cobraría una cifra de cinco ceros y un dinero extra que dependía del resultado de las elecciones. Allí conoció al flamante candidato, un hombre de poco más de cincuenta años, enérgico y seguro de sí mismo, que antes de ser peronista había militado en el en Partido Comunista, en el Radicalismo y luego en el Frepaso.  
La campaña se basó en un anuncio televisivo y una serie de carteles que llenaron la ciudad con su rostro afeitado cruzado por una leve sonrisa. Las encuestas anunciaban un empate. Sin embargo, el día de las elecciones, en la pantalla de su televisor, Joaquín V. vio a su candidato asomado al balcón de la sede del Partido festejando el triunfo de ambos.
Le alcanzó la mitad del dinero para abrir su propia agencia; en poco tiempo consiguió una importante cartera de clientes y un equipo joven, innovador y barato. Así fue que Joaquín V. dio el gran salto de su vida. Y todo por la casualidad que supo unir aquella extraña red de infidelidades. Cuando se quiso dar cuenta estaba en una oficina de Palermo rodeado de gente que trabajaba por él y con una secretaria de veintidós años que sonreía todo el tiempo y no dejaba de cruzar las piernas…
La relación con Mara se había vuelto tan cordial y distante como si fueran compañeros de cuarto. Sólo se decían las palabras necesarias; dormían en la misma cama, pero apenas si se rozaban los pies. A veces Joaquín V. creía recordar que tenía una amante, pero cuando intentaba ver a Mariel ella terminaba organizando encuentros para cuatro. Él participaba cada vez menos; de a ratos, se limitaba a observar a Mara entregada a los brazos, piernas y bocas del nuevo Secretario de Trabajo de la Ciudad y su ex amante, ahora directora de un programa de una de las Secretarías.
En una época remota, en lugar de gozar de la vida, Mara prefería sufrir por las desgracias del mundo... Joaquín V. añoró aquellos días de aburrido dramatismo que ya no iban a volver: el homo-éticus había evolucionado para convertirse en el homo-eróticus. Ocurrió delante de sus propios ojos, y él sin darse cuenta de nada.

Barcelona, Noviembre de 2006



Publicado en la antología EN CELO, Mondadori 2007.

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