Cuando a Joaquín
V. le preguntan cómo dio el gran salto de su vida, él baja la mirada y responde
siempre lo mismo: por casualidad. Y no miente.
Todo comenzó hace
cinco años. Entonces trabajaba como creativo en una agencia de publicidad que
no era la suya, inventando comerciales que aumentaban las ventas de autos, dentífricos, bebidas con o sin
alcohol, detergentes, juegos de PlayStation y electrodomésticos publicitados siempre
por niños felices y hermosas mujeres. Por eso, cuando le asignaron la campaña de
sensibilización basada en las dificultades de los discapacitados para vivir en la
ciudad Buenos Aires, Joaquín V. pensó que se trataba de una broma: ¿qué era lo
que había que vender? ¿Que ser ciego era genial? ¿Que había que tener un amigo
mudo? ¿Que en silla de ruedas los paseos eran más vertiginosos que de a pie? Si
hubieran vivido hace miles de años los hubiesen arrojado de un monte… Pero la
civilización del siglo XXI, la misma que miraba sus comerciales, estaba
orgullosa de haber evolucionado, y así como dejaba morir a millones de niños a
causa del SIDA, el hambre y la tuberculosis, gastaba su fortuna construyendo
rampas, botones en braille y páginas web sonoras que alentaban a parapléjicos,
ciegos, sordos y mudos a vivir en un mundo que los despreciaba pero que se
empeñaba en mantenerlos con vida. Joaquín
V. sabía que su trabajo era vender superficialidad, así que terminó por
aceptar aquello como si se tratara de un producto cualquiera.
Antes de comenzar,
el Ministerio de Desarrollo Social, cliente que había encargado la campaña, asignó
a una persona de su propia plantilla para que supervisara el trabajo de Joaquín
V. Mara era socióloga, reservada, y a simple vista era evidente que no tenía
ninguna relación con el mundo de la publicidad: todo lo que decía parecía estar
revestido por una racionalidad infinita.
Si bien Joaquín V.
siempre pensaba los comerciales a partir del humor, este en particular le hacía
demasiada gracia. Intentaba incluir chistes que Mara censuraba una y otra vez
porque se suponía que la campaña debía ser algo serio. Trabajaron y discutieron
dos meses y medio; luego, cuando creían que al fin dejarían de verse, llegaron
los premios y se vieron obligados a compartir presentaciones, fiestas y
conferencias en las que nunca había ciegos, mudos ni sordos, sólo gente
“normal” muy bien vestida y brindando con champagne a los gritos, escuchando música
y conversando de pie, vestidos con trajes que insinuaban la perfección de sus
cuerpos.
Fue en una de esas
fiestas en que Joaquín V. dejó de ver a Mara como una versión adulta de
Mafalda, que ya no lo ahogaba con sus discursos de integración social sino con
los pechos que su vestido ofrecía a la vista. Algo que los ciegos hubieran
podido admirar sólo con el tacto de sus manos.
Se fueron juntos de
la fiesta, y en un bar se rieron de cada una de las peleas que habían tenido
hasta entonces. De pronto Joaquín V. notó que Mara festejaba sus chistes; hacía
rato que él había dejado de provocarla, ahora prestaba atención como un devoto a
las peroratas que ella soltaba entre caipiriña y caipiriña.
Así comenzaron a
verse, primero para salir los fines de semana, luego para almorzar cuando se
los permitían sus trabajos… Hasta que un día se encontraron desayunando en la
casa de él y cenando en la de ella; se casaron tres meses después y formaron un
hogar de profesionales: la socióloga y el creativo publicitario.
Pasaron cuatro
años. Mara seguía siendo hermosa e inteligente; su corto cabello negro seguía
dejando al descubierto la piel morena de la nuca, los hombros y la espalda,
pero él había comenzado a aburrirse. Cuando regresaba a su casa tenía la
sensación de entrar a la ONU:
Mara se indignaba viendo los bombardeos norteamericanos a lo largo y ancho del
mundo, las matanzas de ballenas, los atentados suicidas en Irak y los
documentales de niños famélicos que reptaban en los basurales de África y el
Gran Buenos Aires. El único vicio de su mujer era su interés por los pobres,
los tullidos y los enfermos, y precisamente eso estaba convirtiendo su pobre
matrimonio en un tullido enfermo de seriedad y dramatismo. Mara ya no era ese
complemento moral que Joaquín V. necesitaba, era un simple homo-éticus y definitivamente él no quería terminar convirtiéndose
en eso. La que tenía que cambiar era ella, relajarse, liberarse, olvidar su
culpa. Pero ¿sería capaz de hacerlo?
Mientras tanto, él
cada vez recibía más premios, sueldos extras y ofertas de trabajo en el
extranjero. Pero el verdadero éxito llegó cuando la Agencia contrató a la nueva
abogada. Se llamaba Mariel, era unos mayor que él y tenía la piel suave y
pálida, el cabello rubio, lacio, y unos ojos grises parecidos a los de una
maestra que él había tenido en la primaria.
Cuando se quiso
dar cuenta estaban entrando a un hotel en el horario del almuerzo. Pasaban la
tarde teniendo sexo y las pocas veces que hablaban, él terminaba indignado por
la estupidez de aquella mujer experta en derecho comercial y comidas
macrobióticas. Entonces Joaquín V. se decía que nada era perfecto, pensaba en
su propia mujer y extrañaba su austeridad, su transparencia. Luego sentía
vergüenza de haberla engañado y le hacía regalos carísimos que ella condenaba
porque no creía que valiera la pena comprar una cartera de mil pesos cuando
podía conseguir una por cien.
Por aquella época a Mara la habían contratado
en la OIT y debía
viajar por Latinoamérica para supervisar algo referido al trabajo infantil. Al
parecer, los niños que ensamblaban las zapatillas que ella calzaba y que
Joaquín V. promocionaba en sus anuncios, eran más desvalidos que los tullidos
que chocaban contra los postes de luz o se caían en los baches de las veredas.
Fue al regreso de
uno de sus viajes que Mara le habó de Pablo Bellano, uno de los dirigentes del
Ministerio de Trabajo. Quería hablar con Joaquín V. para ofrecerle algo muy
importante: diseñar la campaña electoral de un candidato a la jefatura de
gobierno de la Ciudad.
Joaquín V. no cabía en su cuerpo, pero Mara, tan racional
como siempre, no lo veía tan claro.
-
No sé
si te conviene – le dijo, y parecía nerviosa.
-
¿Sabés
lo que me pueden llegar a pagar por eso?
-
Sí,
demasiado.
-
Una
fortuna.
-
¿No
querés saber de qué partido es?
-
¿Quién?
-
Bellano.
-
Me da
lo mismo, yo no soy de ninguno. Tengo que conocer a ese tipo…
-
No
creo que…
-
Por
favor…
-
Está
bien, pero yo quiero estar presente. No confío en él.
Unos días después,
una Mara más nerviosa que nunca, le confirmó que Bellano los invitaba a cenar
en su casa.
El sábado siguiente llegaron puntuales con dos
botellas de un vino que valía años de trabajo de los niños que Mara intentaba
proteger. Pero eso a Joaquín V. no le importaba: lo único que quería era llegar
a un acuerdo con Bellano y dar el gran salto de su vida. Aunque no sabía que
tendría que saltar desde tan alto.
Estacionaron el auto
frente al portón eléctrico que protegía los diez metros del frente de la casa. Bellano
los recibió como si los conociera de toda la vida; era un cincuentón atlético, por
debajo de las mangas cortas de su chomba negra se apreciaban unos músculos fuertes
y tensos. Después de las presentaciones, los guió a través del camino de lajas
que cruzaba el jardín y conducía hasta la casa de dos plantas iluminada por una
luz tenue. A lo lejos, rodeando la pileta, el césped brillaba bañado por el
rocío del anochecer. Desde allí se oía la música que sonaba en la casa. Joaquín
V. respiró profundamente el aroma de la tierra húmeda. Todo era perfecto.
Y perfecta la silueta de
la mujer de Bellano, que bailaba de espaldas en el living envuelta en una nube
de humo. La excitación de Joaquín V. se convirtió en desesperación cuando ella giró
y reveló toda su belleza.
-
Así que vos
sos Mara… Pablo no me había dicho que eras tan linda…
-
Gracias,
encantada, Mariel… ¿no? – dijo Mara besando la mejilla de la amante de su
marido. Y después, al ver que Joaquín V. seguía de pie en el living sin poder
articular palabra, agregó: - Este es mi marido…
-
Yo soy
Mariel, ¿vos cómo te llamás?
-
Joaquín…
-
No sabía
que los publicistas eran tan tímidos – dijo Bellano quitándole de la mano la
bolsa de papel madera que contenía las botellas.
La música o la
respiración agitada de Joaquín V. parecía acompañar el movimiento de las llamas
de las velas, dispuestas en las cuatro esquinas de la sala. Bebieron la primera
botella de vino sentados en los sillones de cuero negro. Joaquín V. intentaba mantenerse
en silencio, pero Bellano no dejaba de hacerle preguntas. Mariel le hablaba
como si acabaran de conocerse. ¿Qué pretendía? Y él, ¿podía tener tan mala
suerte? Estaba a punto de perder a su mujer, a su amante y la oportunidad de su
vida, todo al mismo tiempo.
Al fin, para ganar unos
minutos y quizá idear un plan de escape, preguntó dónde estaba el baño. Pero
ese tiro también le salió por la culata:
-
¿Lo
acompañás, Mariel? Y de paso mostrale la casa mientras yo hablo un segundo con
Mara sobre unos temas que tenemos pendientes – dijo Bellano.
-
No se
preocupen, lo busco yo… ustedes hablen, hablen… - comenzó a balbucear Joaquín
V. ante lo inevitable.
Mariel se incorporó
sonriendo.
-
Vení
conmigo – dijo.
La siguió escaleras
arriba sin alzar la vista, sin mirar atrás, tan sólo pensando que sería la peor
noche de su vida. Alcanzaron un largo pasillo con tres pares de puertas
enfrentadas. Mariel señaló una. Joaquín V. se apuró a abrirla, pero dentro no
encontró un baño sino un estudio rodeado de libros en estanterías de diseño. Tenía
ganas de gritar, descargarse… sin embargo entró y, en silencio, se puso a mirar
el lomo de los libros.
Hasta que ella tomó su
mano. Entonces él se volvió y encontró el rostro pálido de Mariel y sus ojos
grises, ahora sonrojados por el alcohol y la marihuana. Intentó retirar la
mano, pero ella le besó la muñeca, y dijo:
-
¿Sorprendido?
-
¿A vos qué
te parece? – dijo Joaquín V. llevándose una mano a la frente. Respiraba con
dificultad. Volvió a hablar, pero esta vez se tomó la cabeza con las dos manos:
- ¿Podemos tener tanta mala suerte…?
-
¿Mala
suerte? Esto es genial. Es el primer sábado que pasamos juntos.
-
Me quiero
matar… - comenzó a decir él, aunque no tuvo valor para rechazar sus labios.
Tardó unos segundos en
entender lo que pasaba: al abrir los ojos, por detrás del cabello de Mariel,
descubrió a Bellano mirándolos desde la puerta del estudio. Joaquín V. se
apartó de ella como si estuviera enferma de malaria, varicela o lepra, y se
puso a la defensiva previendo un ataque. Pero Bellano no lo golpeó, no lo
insultó, ni siquiera parecía estar enojado.
-
Esto se
está poniendo interesante… – dijo, tomando
un libro de los estantes y, volviéndose hacia Joaquín V., agregó: – ya me voy.
Después besó a su mujer
y salió del estudio con el libro en la mano. Joaquín V. miró a Mariel, luego la
puerta y otra vez a Mariel sin poder entender lo que pasaba.
-
Cerrá la
boca, queda feo – dijo Mariel, tomándolo de los hombros y besándolo con
intensidad.
Pero Joaquín V. estaba
nervioso, y la rechazó con los brazos.
-
¿Estás loca? - preguntó y por un segundo miró el techo,
como si buscara una cámara oculta que justificara la situación.
-
Relajate –
dijo Mariel.
Imposible: Joaquín V.
estaba a punto de perder los nervios.
-
¿Me estás
cargando? Si se entera Mara… Y tu marido en vez de cagarme a trompadas me
sonríe… ¿Es puto?
-
¿Pablo gay?
- dijo Mariel soltando una carcajada – Por favor… Mientras seamos sinceros no
hay problema.
-
¿Sinceros?
Pero, ¿él sabe que nosotros…?
-
Claro, cómo
no va a saber…
-
Me voy, tengo
que irme – dijo Joaquín V. abriendo la puerta.
-
Vos no te
preocupes…
Al verlos bajar las
escaleras, Bellano alzó las cejas.
-
¿Todo bien,
Joaquín? Estás pálido.
-
No, estoy
bien…
Bellano se
inclinó hacia Mara, fingiendo que iba a contarle un secreto, pero hablando de
tal forma que todos pudieran escucharlo:
-
Está
asustado.
-
¿Por qué? –
preguntó Mara, mirando a Joaquín V., que parecía estar concentrado en una marca
de la alfombra.
-
Lo encontré
besando a mi mujer… - dijo Bellano – Ah, vos no sabés: ellos se conocen de
antes, trabajan juntos. Mariel es la abogada de la agencia...
Joaquín
V. alzó la vista y pudo ver cómo el rostro de su mujer se contraía con todos los
tics de la furia.
-
¿Qué? – dijo
Mara, incorporándose, con los ojos desorbitados.
-
No pasó
nada… - Joaquín V. miró la puerta, estaba muy cerca...
-
Qué
lástima, porque acá sí que pasaron cosas – dijo Bellano, guiñándole un ojo: -
¿O no, Mara?
Esta vez
fue Mara quien bajó la mirada.
-
¿Qué? –
preguntó Joaquín V.
-
Nada –
murmuró Mara.
-
¿Se lo
decís vos o se lo digo yo? – Bellano reía.
-
¿Te
volviste loco? – Mara comenzaba a asustarse.
-
¿Es por
Mariel? Ella sabe todo…
-
Esto es
ridículo, yo me voy – dijo Mara.
-
¿Qué pasa?
Decime, no te vayas – dijo Joaquín V., reteniéndola con una mano.
-
Yo te
cuento – dijo Bellano, y ya no se reía: - Mara y yo hacemos lo mismo que vos
hacés con Mariel.
-
Hija de
puta – gritó Joaquín V.
-
¿Y vos? ¿Cuánto
hace que la ves? – lo acusó Mara.
-
No sé, un
mes…
-
Tres meses,
la primera vez te llevé a comer a un restaurante vegetariano – aclaró Mariel.
-
Nosotros llevamos
cinco, ¿no, Marita?
-
Pero… no
puede ser… esto estaba preparado - Joaquín V. se resistía a creerlo.
-
No, te juro
que no – dijo Bellano, destapando otra botella de vino: - el mundo es un
pañuelo…
Joaquín
V. se tocó la frente, como si buscara contener el inminente nacimiento de sus
cuernos. Así que Mara no era la persona correcta e inofensiva que él imaginaba…
creía que su interés por los demás pasaba por un lado más social y menos
íntimo… Durante uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos, Joaquín V. sintió ganas
de matarla. Después dijo:
-
¿Así que
viajabas para verte con este?
-
Y vos por
eso trabajabas tanto, ¿no? – dijo Mara, sacando cuentas y revisando cada una de
sus dudas: - El viernes pasado… esa reunión que tenías con la abogada… hijo de
puta.
Pasaron
varios minutos gritando, discutiendo, hasta que dejaron de hablar. Mariel y
Bellano los observaban mientras volvían a servir vino en las copas. El silencio
era incómodo porque escondía la rabia de los invitados, que ya no articulaban
palabra. Joaquín V. quería irse, pero al mismo tiempo no quería quedar como un
cobarde. Mara no dejaba de mirar el suelo.
-
¿Podemos
hablar un minuto? – le dijo Joaquín V. de pronto a su mujer.
Ella
asintió con la cabeza. Se incorporaron y salieron al jardín. Era una noche
fría.
-
Vos
sabías todo… sos una enferma ¿te calentaba venir con tu marido a la casa de tu
amante? –Joaquín V. movía las manos al hablar.
-
¿Por
qué te crees que no quería que hicieras negocios con Pablo? Vos fuiste el que
insistió en venir…
-
Cómo me
cagaste…
-
Y vos
a mí. – dijo Mara y se quitó algo, tal vez una lágrima, de su ojo izquierdo.
Mirando hacia la casa, preguntó: - ¿A vos te parece normal esto?
-
…
-
Vamos,
vamos a casa y hablamos, ¿sí?
-
¿Hablar
de qué? No lo puedo creer… La puta madre
que te re mil parió. Me estabas metiendo los cuernos y yo no me di cuenta de
nada.
-
Yo me
imaginaba que vos andabas en algo...
-
¿Y
por qué no me dijiste nada?
-
Vos
me cagás y yo soy la que tengo que preguntarte “mi amor, ¿me estás cagando?” No
me jodas, Joaquín – dijo Mara, con sorna.
Dudando,
como si quisiera excusarse, él comenzó a decir:
-
Vos
empezaste antes… llevas cinco meses…
-
¿Y
antes de Mariel no habías salido con ninguna otra?
-
…
-
Vamos
a casa.
-
No, primero
quiero hablar con Bellano.
-
No
hagas ningún escándalo, por favor, Joaquín…
-
Sólo
quiero hablar de laburo. Hijo de mil putas.
-
Y
encima te buscas una amante vegetariana... si vos odiás a los que no comen
carne.
-
Y vos
salís con un peronista. Estamos a mano.
Por
un segundo, los dos estuvieron a punto de reír o golpearse, pero estaban
demasiado confusos para hacer nada. Así que volvieron a entrar a la casa.
Joaquín V. se dirigió a Bellano y Mariel.
-
Ustedes
lo sabían… Nos hicieron la cama – dijo.
-
No es
una metáfora muy apropiada… – dijo Bellano.
-
Ya
estamos acá, relájense. – dijo Mariel.
-
¿Por
qué no me dijiste que mi mujer salía con tu marido?
-
¿Te
sirvo vino?
-
No. Tenían
todo preparado desde el primer momento… Es… es… indignante. - dijo Joaquín V.
señalándolos de una manera un tanto amenazadora.
-
Bueno,
listo. Ya está – dijo Bellano con seriedad, incorporándose de golpe: - Si no
da, no da. Si no quieren, todo bien, no pasa nada. Se pueden ir.
-
No es
eso… - dijo Joaquín V., pensando más en la campaña electoral que en la
supervivencia de su matrimonio.
Se
sentó, bebió vino.
-
Además,
no te podés ir sin ver cómo me queda la lencería que me regalaste – dijo
Mariel.
-
Es de
manual. A mí me regala carteras y a vos lencería… – dijo Mara con resignación.
Mariel soltó una
carcajada. Mara se tentó y también comenzó a reír.
-
Miralas…
son tan lindas cuando se ríen. No te sientas culpable, Joaquín – le dijo
Bellano.
-
No puedo
creer que… no puede ser…
-
Creelo. Cuando
vos y yo empezamos a salir, le conté a Pablo y descubrimos que su amante y el
mío eran pareja. Una casualidad, un caso en mil millones…. mis amigas tampoco
lo pueden creer. Entonces se nos ocurrió hacer esta cena para… no sé… celebrarlo.
-
Así que lo
del laburo… ¿era mentira? - dijo Joaquín V. viendo cómo el proyecto de Agencia Propia
se le iba entre las manos y los cuernos.
-
No. Eso es
aparte. En la semana nos juntamos y te cuento. Por la
guita no te preocupes, tenemos un presupuesto generoso.
Joaquín
V. sonrió.
Bellano destapó
una botella de champagne y propuso un brindis por la sinceridad. Los cuatro
rieron, pero sólo la risa de Joaquín V. era nerviosa. Mara parecía empezar a
sentirse cómoda, muy cómoda.
-
Esto es re
loco – decía y no dejaba de beber.
-
Es una
locura – dijo Joaquín V. con fastidio.
Mariel fumó
y luego de dejar el porro en el cenicero, se acercó a Joaquín V. y lo besó mordiéndole
los labios, deslizando su lengua una y otra vez dentro de esa boca impasible.
-
Qué hacés… –
dijo Mara, entre fascinada y rabiosa, y golpeó a Joaquín V. en un brazo, con
fuerza.
Después,
dudando, pidió que lo repitieran.
Joaquín
V. sonrió por segunda vez en la noche. Mariel volvió a besarlo, pero esta vez él
la rodeó con los brazos y le pellizcó el culo con delicadeza, como le gustaba
hacerlo.
En parte
por el alcohol, en parte por esa improvisada liberación sexual, Joaquín V.
estaba radiante. Y se dejó llevar…
Todo fue
bien hasta que alzó los ojos y descubrió a Mara tendida en el sillón, con la
boca de Bellano en medio de sus piernas abiertas. Intentó decir algo, pero
Mariel le cerró la boca con una mano; con la otra le abrió el cierre del
pantalón.
Le resultó extraño tocar
las tetas su mujer mientras estaba dentro de otra, y al mismo tiempo era el
marido de esta otra el que estaba dentro de su propia mujer. Joaquín V. se
imaginó la escena vista desde arriba: un amasijo de cuerpos en el que resaltaban
los músculos anfetamínicos de Bellano, la erótica palidez de Mariel, los
hombros morenos de Mara y él, como un zombi, con los brazos extendidos
alternando entre el culo de Mariel y las tetas de Mara. Un Frankenstein
perfecto.
Una hora
más tarde, duchados y vestidos, cenaron sentados a la mesa. Joaquín V. seguía
sin hablar. La predisposición de su mujer había terminado de paralizarlo.
-
¿Y ustedes
hacen esto seguido? De a cuatro, digo… - preguntó Joaquín V.
-
Una vez por
mes, más o menos. Pero siempre con gente que no conocemos. Bueno, teóricamente esa
es la idea… – dijo Mariel.
El
whisky y la marihuana volvieron a encenderlos, y las parejas se besaron y se
acariciaron con cariño. Luego, las manos cruzaron ese vacío que los separaba y
que pronto se llenó con sus cuerpos. Cambiaron de pareja. Mientras las mujeres les
lamían el cuerpo, los hombres se sonreían como buenos colegas. Pero Joaquín V. estaba
furioso, y evitaba mirar a Mara porque se avergonzaba al verla acariciar los
músculos que él no tenía. Mucho peor fue oírla gemir ante las envestidas de
Pablo. Sólo pudo soportarlo concentrándose en Mariel, en su forma de mirarlo
con aquellos ojos grises de maestra de matemáticas. Optó por vengarse de Bellano practicando con Mariel todas las posturas que
conocía y que físicamente era capaz de mantener al menos durante cinco minutos.
Y sin embargo no quedó conforme.
Al
fin, poco a poco todos fueron apagándose. Amaneció. Volvieron a ducharse. Mariel
y Bellano aparecieron en bata y prepararon el desayuno. Una familia típica, un
domingo cualquiera. Sólo faltaban niños en piyamas y pantuflas con formas de
animales.
Aunque
Mara quería quedarse, Joaquín V. rechazó el desayuno. Se despidieron en medio
del jardín con el canto de los pájaros de fondo. Ya en el auto, Mara y Joaquín
V. guardaron silencio. No habían vuelto a discutir, ni siquiera habían vuelto a
hablar durante el resto de la noche.
El
sol tardaba en salir, sin embargo ellos ya tenían puestos sus anteojos negros.
-
Tengo
hambre – dijo Mara cuando doblaron en la esquina.
Joaquín V. condujo
en dirección al río. Se detuvo en un bar de la costa. El sol reflejaba el agua
como si alguien hubiera colocado millones de espejos sobre el agua. Pidieron
los diarios, tostadas, mermeladas, quesos, jamón, café y jugo de naranjas. Durante
unos minutos fingieron leer.
Al fin, fue Mara
la que rompió el silencio.
-
¿Todo
bien?
-
…
-
Qué
casualidad… Qué raro… ¿no?
-
Más
que raro diría que es rarísimo.
-
Seguís
enojado.
-
Basta,
no quiero hablar.
Pero Mara sí, porque
ya había sacado sus propias conclusiones:
-
En
cierto punto, lo que hacen Pablo y Mariel es combatir la propiedad privada.
-
Sos
increíble – dijo Joaquín V.
Oyeron el timbre
de sus teléfonos celulares: aunque no lo sabían, los dos acababan de recibir el
mismo mensaje de texto. Pero sólo Mara se animó a leerlo, y Joaquín V. creyó
ver una sonrisa de triunfo en sus labios.
La semana
siguiente, se reunió con Bellano en su oficina del Ministerio de Trabajo y sellaron
el acuerdo. Joaquín V. cobraría una cifra de cinco ceros y un dinero extra que
dependía del resultado de las elecciones. Allí conoció al flamante candidato,
un hombre de poco más de cincuenta años, enérgico y seguro de sí mismo, que
antes de ser peronista había militado en el en Partido Comunista, en el Radicalismo
y luego en el Frepaso.
La campaña se basó en un anuncio televisivo
y una serie de carteles que llenaron la ciudad con su rostro afeitado cruzado
por una leve sonrisa. Las encuestas anunciaban un empate. Sin embargo, el día
de las elecciones, en la pantalla de su televisor, Joaquín V. vio a su
candidato asomado al balcón de la sede del Partido festejando el triunfo de
ambos.
Le alcanzó la mitad del dinero para abrir su
propia agencia; en poco tiempo consiguió una importante cartera de clientes y
un equipo joven, innovador y barato. Así fue que Joaquín V. dio el gran salto de
su vida. Y todo por la casualidad que supo unir aquella extraña red de
infidelidades. Cuando se quiso dar cuenta estaba en una oficina de Palermo rodeado
de gente que trabajaba por él y con una secretaria de veintidós años que sonreía
todo el tiempo y no dejaba de cruzar las piernas…
La relación con Mara se había vuelto tan
cordial y distante como si fueran compañeros de cuarto. Sólo se decían las
palabras necesarias; dormían en la misma cama, pero apenas si se rozaban los
pies. A veces Joaquín V. creía recordar que tenía una amante, pero cuando intentaba
ver a Mariel ella terminaba organizando encuentros para cuatro. Él participaba cada
vez menos; de a ratos, se limitaba a observar a Mara entregada a los brazos,
piernas y bocas del nuevo Secretario de Trabajo de la Ciudad y su ex amante,
ahora directora de un programa de una de las Secretarías.
En una época remota, en lugar de gozar de la
vida, Mara prefería sufrir por las desgracias del mundo... Joaquín V. añoró
aquellos días de aburrido dramatismo que ya no iban a volver: el homo-éticus
había evolucionado para convertirse en el homo-eróticus.
Ocurrió delante de sus propios ojos, y él sin darse cuenta de nada.
Barcelona, Noviembre de 2006
Publicado en la
antología EN CELO, Mondadori 2007.
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