Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

miércoles, 12 de octubre de 2016

Lecturas escritas: Papeles en el viento o ese tipo que entró por la ventana.



Hace muchos años, por casualidad, una noche escuché a Alejandro Apo leyendo por radio un texto que me hizo llorar. Se titulaba “Esperándolo a Tito”, y tiempo después me enteré que el autor era un tipo llamado Eduardo Sacheri.


 
Hoy terminé de leer “Papeles en el viento”, la primera novela que leo del autor. Para describir un poco el argumento, tengo que decir que el texto arranca con el velorio del Mono, hermano de Fernando y amigo de Mauricio y el Ruso. Hay dos líneas narrativas: una corre en tiempo pasado, contando la infancia, adolescencia y juventud de estos cuatro amigos, hasta el momento en que el Mono enferma de cáncer y muere. La otra línea narrativa va en presente y cuenta la misión que tienen los tres amigos supervivientes tras la muerte del Mono: recuperar la guita que el muerto invirtió comprando a Pittilanga, una promesa de jugador de fútbol que nunca terminó de explotar. La idea de Fernando, el Ruso y Mauricio es recuperar los 300.000 dólares del pase para poder entregarle una mensualidad a la hija del Mono y, por el derecho que da esa plata, poder verla seguido y hacerla de Independiente muy a pesar de “la turra” de la madre. Todo está contado con humor, sin golpes bajos, con mucha calle pero sin que esa calle ensucie la escritura, que es pulcra.

De un libro espero pocas cosas que, si no las tiene, me generan una decepción enorme. A un libro le pido que me emocione, me conmueva, me cuente una historia, me haga reír, me de miedo, bronca… y tengo que decir que “Papeles en el viento” me dio todo eso. Literariamente, tengo mis objeciones: le sobran como 100 páginas y hay palabras demasiado intelectuales para lo que pide la historia. Quiero creer que esos errores son debido a las presiones de algún editor o, quizá, cierta ansiedad del autor para que se lo reconozca en los círculos literarios. Algo que, creo, nunca va a pasar porque Sacheri se limita a contar una historia sin pretensiones. Y, todos sabemos, los círculos literarios (o vitivinícolas, gastronómicos, artísticos o lo que sea) viven de pretensiones porque esas pretensiones forman el contorno que protege a los que están dentro para que la quintita circular no sea invadida por los bárbaros o por los ajenos. Y encima a Sacheri se le ocurre contar una historia sin decirle a nadie qué es bueno o qué es malo, qué hay que pensar, a quién hay que votar, qué música escuchar, en fin, qué hay que consumir para ser in (porque el consumo cultural también es consumo, le joda a quien le joda).

Tengo que confesar que me gustan los autores que vienen de afuera, quizá porque yo, cuando soy autor, sé que carezco de la formación teórica de la literatura, del autorcito europeo de moda al que hay que citar, de ser autorreferencial todo el tiempo, de escribir sólo para unos pocos lectores elegidos (porque, todos saben, si te leen muchos es porque tu libro es malo). Por eso le pago la cuenta a Sacheri. Como lo hago con Mario Puzo, Robert Graves e incluso con el enorme Alejandro Dumas (padre), que en su época era acusado por su masividad.

No me gustan las cosas exclusivas porque vengo de un lugar donde la exclusividad se miraba desde afuera y uno tenía que entrar por una ventana que alguien se olvidó de cerrar. Sacheri, particularmente, entró porque Alejandro Apo leyó un cuento suyo al aire hace mucho tiempo. Y después el tipo tuvo la posibilidad de mostrar su talento. Un talento fresco que roza lo absurdo, pícaro sin ser pretencioso, con un humor a prueba de enfermedades, de descensos, de sequía de títulos y esa cancha que, parece, nunca va a terminar de construirse.

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