Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Los lectores amigos de Martín.

DELIVERY, Ed. Sudamericana. 2002

 14 años después de haber publicado este libro que tanto me divirtió escribir, todavía, de vez en cuando, algún lector amigo me escribe preguntándome donde puede conseguirlo. En ningún lado, es la respuesta de siempre. Pero volverá. Cuando se canse de pisar el Ford Escort por la Ruta 2, Martín volverá y será reeditado.

Acá, un fragmento.

"Bogotá y Nicolás Repetto. El Golf está estacionado, el rubio parado al lado del coche. Cuando me ve dice flaquito, hoy sacás quinientos limpios. Anoche no fuiste, dice después, los regalos no se desprecian… No pude, digo y dice el Tano te quería saludar, hasta preguntó por vos y todo. ¿En serio?, digo y me imagino al Tano parando la música del boliche y preguntando ¿vino Martín? La próxima vez te juro que voy, digo y dice tomá y me da una bolsa más grande que todas las que me dio antes. Enciendo un cigarrillo. Tanta merca junta me pone nervioso. El tabaco te va a matar, dice. Silencio. A las doce acá, dice después. ¿Podemos encontrarnos a las once y media?, pregunto y él sonríe. No, ¿por qué?, dice y me da miedo. Entonces digo si no podés no importa, vení a las doce. Es lo mismo, flaquito, dice, once y media en Yerbal y Lezica. Ah, dice, acordate de cambiarle las pilas al beeper. Después se sube al auto y se va. Macanudo el rubio.


Voy al negocio. Llevo la bolsa de merca y tengo miedo de que me pare la cana. No pasa nada, digo. Llego y enseguida empiezo a trabajar porque es viernes y la gente quiere empanadas y merca.
Reparto y pienso en mi vieja. ¿Cómo será? ¿Rubia?, ¿alta?, ¿flaca? No sé. Debe ser como esa mina, pienso y pienso que no, como esa no. Como esa puede ser. No, tampoco. Miro a las mujeres que caminan por la calle, a las que están en las casas donde reparto la merca y a las que reciben las empanadas y siempre estoy a punto de decir ¿usted es mi vieja? Estúpido. La puta madre, digo y pienso por qué estoy buscando a mi vieja si tengo tantas cosas que hacer. Entonces trato de concentrarme en mi trabajo, en los dos.

Reparto merca. Un montón de merca. El beeper en total suena dieciocho veces. Lo que hago parece lo más normal del mundo: estaciono la moto, toco timbre, saco la merca de la caja y se la doy al que abre la puerta. Nadie dice nada. A mí qué me importa, pienso y pienso en toda la guita que voy a ganar. También pienso que no soy el único que hace esto: todos los delivery de Buenos Aires reparten merca. Sino los beepers no se hubieran inventado y los delivery menos.
Al final del recorrido cuento la plata y me parece mentira: cinco mil pesos. No lo puedo creer. Tengo ganas de irme a la mierda pero me acuerdo del sueño de esta tarde y pienso que no hay que cagar a los gordos. Pero es mucha guita. La puta madre, pienso. Guardo la plata y vuelvo al negocio.
El dueño se va a las diez porque tiene un casamiento y dice mañana a la mañana no abrimos. Los chicos están excitados por la fiesta. Después de que él se va abren botellas de vino blanco y brindamos varias veces.

A las once y media, el Golf blanco para en la esquina que dijo el rubio. Vinieron los dos gordos y como siempre le doy la guita al grandote, que es el que sabe contar. Entonces cuenta los billetes y después lo mira al rubio. Joya, dice. Ahora escuchame, dice el rubio, el domingo vos no trabajás, así que preparate porque tenés una reunión con el Tano. El grandote sonríe, el rubio abre la boca pero no dice nada. ¿Para qué?, digo pero él dice el Tano quiere hablar con vos sobre tu futuro. Bueno… digo y el grandote me da quinientos pesos. Flaquito, dice el rubio, a vos no te para nadie, ¿me entendiste?, nadie. Silencio. Bueno… digo después. Se suben al auto y el grandote pone música. El rubio me da una tarjeta del mismo boliche y dice el domingo a las once y media, puntual. Después enciende el motor. El beeper anda joya, digo pero ya se fueron."

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