Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

miércoles, 8 de marzo de 2017

Todo sigue igual. Reflexiones después de la nada.

No tengo formación política, no milito en ningún lado, es más, soy reacio a las causas comunes. Y sin embargo a veces me dan ganas de escribir sobre lo que pasa a mi alrededor. Hace rato que venía pensando en un texto que, para que me represente, tenía que ser directo, sin edición ni vueltas ni firuletes literarios. Tan solo el desencanto que se ve en la calle y que ayer tuvo sus cinco minutos de paroxismo en la marcha sin paro de la CGT. Acá está:

Reflexiones después de la nada.


En septiembre cumplí 40 años, y mi vida es tan poco original que para darse una idea de quién soy basta con leer el índice del anuario de mi generación: nieto de inmigrantes italianos y españoles, nací en la dictadura, me crié en Lugano (la periferia de la periferia de Capital), hice la primaria con el Alfonsinismo, fui la última camada sorteada para el servicio militar obligatorio y no la hice porque mataron al soldado Carrasco, terminé la secundaria y empecé a buscar laburo con el Menemismo, intenté hacer una carrera universitaria trabajando 9 horas y me aburrí y dejé mientras la gente gritaba Libertad a Panario. Mi primer voto fue a Bordón, que a los 15 días estaba paseando por Europa, me quedé sin laburo a fines de los 90 mientras la gente de clase media bien pensante (esa que dice que todo se arruinó en los 90`) gastaba sus pesos=dólares viajando por Europa. Voté a la Alianza, fui a marchas contra la Alianza, festejé la caída de la Alianza, el 2001 dejó a mi familia fundida, en 2002 mis padres, mi hermano y muchos familiares que nunca habían tomado un avión se despidieron llorando para ir a buscarse la vida a Italia y España, yo me fui a Barcelona como tantos argentinos mientras mi generación puteaba al peronismo y algunos bien pensantes jugaban con que había que cerrar el país en la General Paz. Volví a los cuatro años para encontrarme que todos eran peronistas federales y criticaban al menemismo con el necesario olvido de que la habían pasado bomba en los 90` pero con la firme creencia (firme, pero con argumentos de gelatina) de que todo era culpa de los que se iban a Miami (porque irse a México y a Brasil es otra cosa, gato). Vi cómo metían en cana a los genocidas, vi cómo ponían al frente del ejército a un Genocida, vi cómo muchos se llenaban la boca hablando de igualdad mientras, gracias a sus ¿aspiraciones? ¿creencias? ¿actings? ¿capacidades? conseguían puestos públicos que les reportaban ingresos como para poder viajar a Miami (pero no, claro, hay que ir a NY o a Cuba), viajes a ferias internacionales, asensos meteóricos, mientras la cantidad de pobres volvía a crecer. Pero eso no importaba, porque lo importante era poder ejercer la reivindicación de muchas cosas que estaban aplazadas y que, se sabe, obvio, son más importantes que la igualdad, los derechos humanos que no tengan que ver con el terrorismo de Estado, el desempleo y la dignidad, aunque la esquina de mi casa volvía a llenarse de pibes que limpiaban parabrisas. Entonces todos dejaron de ser lo que creían ser: peronistas, al fin y al cabo, había que ponerle un nombre para darle entidad a ese gobierno que gobernó durante una década y que, una lástima, hizo lo posible para despegarse de la clase obrera y los sindicatos corruptos, sí, sindicatos corruptos que lo habían protegido durante la crisis del campo y los tantos ataques de los medios. Porque, lástima otra vez, ese gobierno decidió que los críticos eran enemigos y a ellos les bastaba rodearse de cerebros en la misma sintonía, una sintonía confusa que sonaba lindo discursivamente pero que iba volviéndose tautológica, sin escuchar el reclamo de la sociedad, que, como se sabe, siempre tiene revancha. Y así la sociedad prefirió darle otro rato de paroxismo a la derecha liberal que seguir soportando el basureo y la corruptela de un modelo que, por más supuestas buenas intensiones que tuviera, nunca terminó de tomarse en serio a la democracia y la participación obrera porque entendía el poder como una herencia monarcal. 

Y entonces llegó el tipo con menos carisma de la política, y se rodeó de gerentes almidonados porque los humanistas y los funcionarios de la política habían fracasado. No lo voté, porque nunca lo votaría. Tampoco voté en blanco. En un punto, como ejemplo de la sociedad, yo también voté para que otro no gane: perdóname la confesión, Daniel, mientras seguís preguntándote cuántos muertos hubo realmente en las inundaciones de La Plata. Y entonces llegaron ellos, que, carentes del sentido político como nadie en la historia pero con la misma teoría de los que se fueron, creen que la palabra y el marketing bastan para gobernar. Y así fue que legitimados por los errores y desastres anteriores los gerentes se pusieron la servilleta al cuello y decidieron sentarse a la mesa que les habían dejado preparada: “Mil ñoquis afiliados al partido? No perdamos tiempo y echemos a todos los empleados públicos. Bolsos llenos de guita y obras públicas cobradas sin hacer? Entonces blanqueemos guita, perdonemos deudas a privados (cuantos más familiares y amigos, mejor) y saquémosle retenciones a todos los que quieran llevarse los recursos naturales. Que no podemos comprar mostaza francesa? Liberemos las importaciones y hagamos mierda el mercado interno y la industria nacional. Que hay inseguridad? Metamos en cana a los pobres desde que salen del jardín de infantes, y cerremos las fronteras para que no entre ningún inmigrante. Que piden un paro nacional porque dicen que la plata no alcanza, que las empresas cierran, que la inflación no para, que todo está peor? Es culpa del oportunismo de los gremios corruptos y del aguijoneo de esos que van a tomar el té a la puerta de Comodoro Py. Y encima se quejan? Es todo culpa de la pesada herencia, ¿o van a creerse que somos de derecha, liberales, fascistas del siglo XXI?” 

Así las cosas, ayer, viendo a la gente en la plaza reclamando un paro nacional, viendo cómo los trabajadores (que no fueron por el pancho y la coca, basta con esa estupidez) cuestionaban a los sindicalistas corruptos y al actual gobierno, me sentí mas representado que en las últimas dos elecciones para presidente.
Si el actual gobierno cree que eso fue algo desestabilizador y oportunista, está condenado a recibir el odio de todos los trabajadores que, gato, sólo están pidiendo un par de estupideces, no más: trabajo, plata para pagar los impuestos que ustedes subieron, seguridad, legalidad. 

En septiembre cumplí 40, decía. Y en el fondo (no esperen optimismo), tengo la derrotada sensación de que todo sigue igual, como diría el poeta de Piedra Buena, Pity Álvarez.

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