Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

viernes, 29 de septiembre de 2017

HANKA 753: adelanto.



La primera anécdota que Hanka recuerda de su vida es ese mismo grito que escucharon los chicos de la ORT hace unas semanas en su viaje de egresados: "Judíos de mierda". Acá, una escena breve de la novela que sale en noviembre, HANKA 753, por Editorial Sudamericana. 84 años después, la frase se repite como un mantra y demuestra, una vez más, que la única patria de la ignorancia, la discriminación y el fascismo es la Humanidad.


Familia Dziubas, Polonia, 1933.

 
"Oyeron unos pasos, golpes de zapatos quitándose la nieve, y Hanka se incorporó de un salto dejando caer el álbum y las figuritas. Cuando se abrió la puerta y se recortó la figura alta, envuelta en un abrigo largo y pesado, con la cabeza cubierta por un sombrero y la barba larga que comenzaba a encanecerse, corrió a abrazar a su padre.
Mordejai la tomó de las mejillas, le olió el cabello y luego le besó la frente. A medida que se quitaba las capas de abrigos que lo habían protegido del frío y el viento, fue saludando a cada uno de los hijos y preguntándoles cómo les había ido en sus actividades del día. Al fin, los miró de nuevo en silencio.

-        ¿Hela?
-        Todavía no regresó de la universidad – dijo Malka.
Si bien él no solía imponer muchas cosas, las dos normas que regían la casa eran inobjetables: cada uno debía ocupar su tiempo en las aulas de las escuelas, y todos debían estar sentados a la mesa a las ocho en punto para compartir la cena familiar. Mordejai consultó su reloj: aún eran las siete. 
-        Entonces tenemos unos minutos para mirar las figuritas escuchando cantar a Malka – contestó Mordejai, acariciando una de las trenzas de la pequeña Hanka y mirando a su hija mayor.
Malka comenzó a cantar con esa dulce voz que parecía embellecer el aire, la casa, Polonia entera, mientras su padre ocupaba el sillón de la sala y sentaba a Hanka sobre sus rodillas para, en susurros, con la voz de Malka de fondo, contarle que en los bosques de Europa existían unas ardillas voladoras capaces de saltar más de treinta y cinco metros de un árbol a otro.

-        ¿Y sabés por qué saltan?
Entornó los ojos con fuerza, como si ese gesto la ayudara a acelerar su pequeño cerebro de tres años en busca de una respuesta que sorprendiera a su padre. 

-        ¿Para escapar?
Mordejai sonrió, orgulloso.

-        Muy bien, Hanki. Cuando algún depredador quiere atraparla, la ardilla salta de un árbol a otro.
-        ¿Qué son los depredadores?
Pero entonces Mordejai abrió los ojos de par en par y Malka dejó de cantar al escuchar los gritos que llegaban desde afuera.

-        Judía, judía – decía alguien en polaco.
De inmediato, Mordejai bajó a Hanka de sus rodillas y se incorporó. Seguido por sus hijos mayores, se acercó a las ventanas.

-        Hela – gritó Mordejai.
Bernardo y Abraham se apuraron en abrir la puerta. En el vano, recortada en la oscuridad, Hela lloraba en silencio sosteniendo sus lentes destrozados. Bernardo y Abraham salieron sin detenerse a mirar a su hermana, soltando insultos a los niños que corrían hacia su casa cargando el cajón con las estatuillas de yeso.
Cuando volvieron a entrar, Bernardo y Abraham se acercaron a su hermana, que estaba sentada junto a su padre.

-        ¿Estás bien? – preguntó Mordejai, mirando detenidamente la pequeña herida que Hela tenía en la frente.
-        Sí, pero me rompieron los lentes – decía Hela, preocupada.
-        ¿Qué te hicieron? – quiso saber Bernardo.
-        Me tiraron piedras. Nada más – dijo Hela, y bajó la voz al ver el gesto persuasivo de su padre, que señalaba a Hanka con los ojos para que Hela dejara de hablar.
-        Vamos a buscarlos – dijo Abraham, tomando el palo de una escoba.
-        Acá nadie va a golpear a nadie – dijo Mordejai con un tono que no dejaba lugar a otras opiniones. Y sosteniendo la mano de Hela, agregó: - Mañana compramos otro par de lentes para que puedas seguir estudiando. - Al fin, mirando en derredor, dijo: - Y ahora cenemos, por favor.

Nadie dijo nada. Lentamente, los siete hijos fueron ocupando sus lugares y esperaron que Mordejai se lavara las manos y bendijera la mesa con ese ritual que se repetía cada noche. Sin embargo la tensión era tan palpable como la nieve que cubría lo vereda, la calle y todo Lodz.
En un momento, pudo oír que Malka le decía a Bernardo:

-        Son todos católicos, los vecinos. No podemos hacer nada.
-       Lo mejor es seguir con nuestra vida sin molestar a nadie – dijo Mordejai -, y ustedes deben dedicarse a sus cosas, estudiar, crecer… si hacen eso, van a tener una vida digna y van a poder mudarse a otro barrio.
-        Siempre igual. Escapando… – murmuró Bernardo, temiendo la reacción de su padre.
-        Como las ardillas voladoras – dijo Hanka, sonriendo.
-        Como las ardillas voladoras – dijo Mordejai, sin sonrisas, buscando ocultar sus verdaderos pensamientos."

2 comentarios:

  1. Excelente fragmento, me hace sentir parte de la familia de Hanka, cuántas sensaciones... Gracias!!!

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