Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

martes, 16 de junio de 2020

El Padrino, Giuliano y el recuerdo de Ítaca.




Anoche volví a ver por enésima vez El Padrino I, quizá la mejor película de todos los tiempos. No vale la pena citar el argumento porque es tan conocido como cualquier historia de la Biblia occidental. Al margen de eso, volví a sorprenderme con la calidad fílmica de Coppola: los planos abiertos como postales, la actuación excelente de cada uno de los actores y actrices que aparecen en escena y esa manera minimalista de narrar. Escenas cortas y contundentes como puñaladas.

Como siempre que la veo, vuelvo a mis abuelos sicilianos. Será por la música omnipresente, como la comida, la risa alta, la burla constante por cualquier defecto o debilidad ajena, y un detalle que las otras veces había pasado por alto. En la escena que muere Don Corleone (bellísima por la locación pero también por el contraste entre lo que está haciendo ese abuelo antes de morir) me acordé que de chico, en la mesa, después de comer, yo también agarraba la cáscara de un cuarto de naranja y, haciéndole un corte horizontal y pequeños cortes verticales para simular dientes, me la ponía en la boca como si fuera una dentadura postiza y sacaba la lengua para asustar al que estuviera desprevenido.

Más allá del talento de Coppola, detrás de todo eso está el gran Mario Puzo, que además de escribir la novela en la que está basada la película fue responsable del guión. Un autor bastardeado porque era demasiado popular como para que la crítica lo tomara en serio. “El último Don”, “Omertá”, “La arena sucia”, “Siete tumbas en Múnich” y “El Padrino” son libros que vale la pena leer.  

Sin embargo, para mí la obra maestra de Puzo es “El Siciliano”, una novela basada en la vida de Salvatore Giuliano, héroe nacional de la isla. Un campesino que se opone a la opresión del gobierno y la mafia siciliana de la posguerra y termina convirtiéndose en una especie de Espartaco que, dos mil años después que el original, logra que el sur se rebele ante Roma. Un libro hermoso, mezcla de documento histórico, tragedia, novela de acción y un canto al honor de los desposeídos. Una vez mi abuela Francisca me contó que su marido, mi abuelo Mariano, conocía bastante a Giuliano. Nunca busqué confirmar o refutar ese dato: me bastó con saberlo para convencerme de que fue así. Quizá las leyendas consistan en eso. Datos remotos que se convierten en bronce.

En El Padrino, Michael Corleone debe exiliarse durante un año en Sicilia. Y la novela “El Siciliano” arranca con Michael Corleone mirando partir un buque en el puerto de Palermo, ansioso por regresar a América. Pero no puede marcharse porque su padre le puso una condición: sacar de Sicilia a Salvatore Giuliano para salvarle la vida.

Después, la novela cuenta de manera hermosa el nacimiento, auge y caída de ese héroe campesino contestatario, idealista, devorado por su orgullo y por las presiones políticas de “la nueva Italia” impuesta por la democracia cristiana, la iglesia, la mafia y los americanos.

En “El Siciliano” está todo el espíritu que sobrevuela a los Corleone, contado con detalle, como una Biblia que da sentido a esa película que volví a ver. Siempre vamos a extrañar a Don Vito, a Michael pero también a Giuliano y a esos abuelos que recorrían la isla buscando salir de la pobreza y la explotación.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario