“Un detective suelto en el Río de la Plata”
Por Javier Chiabrando.
Detectives
vocacionales obligados a investigar por la aparición de la tragedia en
sus vidas. Policías en actividad que buscan la verdad, o que tropiezan
con ella. Émulos de Sherlock, capaces de ver a través de una cerradura
oxidada y llena de telarañas cosas que los mortales comunes no vemos ni
aunque pasen en tecnicolor frente a nuestros ojos. Periodistas que en
lugar de levantar el teléfono salen a la calle a entrevistar víctimas y
potenciales victimarios. Policías retirados, asqueados con la corrupción
de la santa institución de la ley. Y, por último, detectives de oficina
polvorienta, botella en un cajón, una vida de espaldas al mundo que
ruge fuera de la ventana de esa oficina, y una mujer que entra y sale de
su vida.
De todo esto hay un poco en la literatura argentina. Pero
quizá de lo que menos hay es de la última variante, la del detective
solitario con cartelito en la puerta de la oficina, suerte esquiva, a
medias asqueado, a medias derrotado, que al investigar choca con poderes
económicos y políticos que rara vez logra penetrar, escéptico,
tozudamente honrado.
Con ese último modelo, con el que a la
literatura argentina no le ha sido fácil lidiar, se mete Alejandro
Parisi con “La sangre en el ojo”, la primera novela con el personaje de
Álvaro Balestra (y que no será la última), un detective en busca de
clientes como cualquier masajista o peluquero, pero que también
pertenece a otras de las categorías descriptas arriba: es un retirado de
la policía, en este caso de la policía uruguaya.
Por muy fácil que
sea para cualquier lector reconocer el arquetipo, se impone decir que
este tipo de detectives son escasos en nuestras letras. Y si bien hay,
algunos han virado, sea por intención de los autores, sea por
insistencia de los lectores, hacia la parodia, sutil o lisa y llana.
Pero los hay, están el Echenaik de Sasturain, el Philipe Lecoq de
Fernando López, el Lespada de Esteban Llamosas, el Salvatrio de Pablo de
Santis, entre otros.
Parisi acepta el desafío con total confianza
en sí mismo y jamás oculta que lo que intenta es trabajar dentro de los
límites del clasisismo en lo que hace a la novela de detectives (nombre
que le viene mejor que el de literatura negra). Ya en la segunda frase
de la novela entramos directamente en ese mundo: “Cada objeto de la
oficina estaba cubierto de polvo”. Luego conoceremos al detective, un
hombre privado, o casi, de vida social, con una hija lejos y una amante
casada, sin amigos, el fantasma de un padre relacionado con la represión
en Uruguay, y el fantasma de un pasado personal del que tampoco se
puede orgullecer. Y como si no bastara, una madre enferma de Alzheimer
internada en un geriátrico.
Y aquí aparece el otro desafío de
Parisi, que también enfrenta con una energía que nunca decae: obviar los
caminos del evidente clasisismo, trillados por el uso y abuso que se
vienen haciendo de ellos desde hace un siglo, para incluir lo original,
algo que en toda novela de género es muy difícil, aunque no imposible.
Es decir, un pie en la tradición en el sentido más amplio: el detective
a lo Marlowe, con un ayudante marginal, a lo Carvalho (Balestra
encuentra ayuda ocasional del Rengo, un mendigo al que refugia porque en
las violentas calles de Buenos Aires hay gente que, aburrida, anda
matando marginales). Un personaje, decíamos, que se muda de país para
huir de monstruos del pasado, lo que lo equipara ligeramente al Salgado
de Toni Hill, que se queda dormido en cualquier lugar, porque en su cama
no lo espera nadie y no parece ser un lugar más acogedor que, por
ejemplo su auto o el sillón de su oficina, como el Wallander de Mankell.
Y un pie en la sorpresa. Balestra no es tozudamente honesto. Vive
(es decir donde se lo ve más humano), del reiterado sueño de escapar al
Tigre, único lugar donde el detective se siente vivo, intocable para el
poder corrupto que combate cada día en el mundo real, y ajeno a la
descomposición social que combate como puede y a la vez lo inocula. Un
mundo real que ha mutado y que desentona tanto con Balestra como la
verdad desentona con la mentira, un mundo con niños ricos aburridos
hasta el crimen, un mundo plagado de hábitos curiosos, como la divertida
escena de la fiesta de gente disfrazada de cualquier cosa, incluso de
pollo, eso sí, de color amarillo; el despliegue de una sexualidad
incomprensible a los ojos de Balestra, que como su personaje exige, es
un hombre clásico, que ama la verdad a pesar de todo, la belleza de la
mujer (natural u operada, en este caso), y que las cosas estén en su
lugar, el que él es capaz de comprender.
Tal vez la lucha de los hombres como Balestra es para que las cosas no se salgan de su lugar, el lugar de lo comprensible.
Pero algo siempre se le escapa: sean las motivaciones de los hombres
capaces de matar por dinero, poder, o amor, sea el funcionamiento de su
propio celular; y ni hablar de los vericuetos de esa supermodernidad en
la que vive.
De todo eso huye cuando está en el Tigre donde lo
espera otro desafío de tremenda importancia: lograr que le crezcan los
jazmines. Y a pesar de todo, la novela cierra con una voz de esperanza.
Quizá en la próxima novela veamos una Balestra distinto, porque en esta
novela es capaz de reír, aunque sea a último momento. “Entonces, desde
el fondo del vivero, uno detrás de otro, como si fueran duendes o enanos
de jardín, los peones se acercaron cargados de jazmines. Balestra
sonrió. Rápido, abrió el baúl y las cuatro puertas de su Peugeot
destartalado. Si se apuraba, quizá podría llegar a la isla antes de que
comenzara la tormenta”.
Y ya se sabe que antes de la tormenta, reina
la calma: Balestra tiene plata que ganó con su trabajo, su amante
pronto lo visitará en el Tigre, y en breve volverá a abrazar a su hija.
Alejandro Parisi nació en Buenos Aires. Es guionista y escritor. Con
“Delivery” incursionó en el género policial que retoma en “La sangre en
el ojo”. También escribió “El ghetto de las ocho puertas” y “Un
caballero en el purgatorio”. Como guionista escribió documentales y
programas infantiles, tanto para España como para Argentina. Con “La
sangre en el ojo” se consolida como un escritor de la novela negra,
policial, o de detectives, como prefiera el lector.
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