Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

miércoles, 19 de junio de 2019

No bombardeen Buenos Aires.






"El 16 de junio de aquel año, 1955, mientras almorzaban, el Tano Martinelli le dijo que hacía tiempo que quería entrar a un edificio de la esquina de Avenida de Mayo y Perú.
-        Vamos, hoy estoy cansado, no quiero caminar mucho – respondió Frattini.
-        Vos no caminás, Pistola, vos volás. Como cuando jugabas a la pelota. Si te vieras, no te reconocerías. Vas en el aire… - se rió Tito Ramos, uno de los otros escruchantes que compartían mesa con él y Martinelli.
-        Dale, pedí la cuenta y vamos.
Al salir a la calle, sintieron un ruido extraño. Alzaron la vista, para descubrir el cielo cubierto por una espesa neblina.
-        ¿Qué pasa? – preguntó Frattini.
-        Qué sé yo. Dale, tenés que ver ese edificio.
Bajaron por Corrientes hasta Florida, y allí doblaron en dirección a la Avenida de Mayo. Las calles estaban sembradas de policías que no dejaban de mirar el cielo, como toda la gente que entraba y salía de los bancos, las oficinas y los negocios. ¿Tanta curiosidad podía darles esa neblina? 
Al llegar a la esquina de Perú y Avenida de Mayo, el Tano le señaló el edificio. Cabezas de Cupidos, ángeles o niños sobrealimentados decoraban la fachada revestida de mármol y yeso. La puerta, de hierro con apliques de bronce lustrado, se abrió tan fácilmente que sólo podía ser un buen augurio. Subieron hasta el tercer piso por las escaleras impecablemente barridas y enceradas.
Se detuvieron frente a la única puerta que encontraron. El Tano se quitó el alfiler de la corbata, y abrió la mirilla. Se acercó para mirar el interior del departamento y sacudió la cabeza, dando a entender que estaba vacío. Con cuidado, Frattini insertó una de sus llaves en la cerradura. Cerró los ojos, tomó el picaporte con la otra mano e hizo girar la llave. Cuando la puerta se abrió, volvió a abrir los ojos. Entraron.
El departamento ocupaba todo el piso. Recorrieron las cinco habitaciones con tanto éxito que las joyas apenas si les cabían en los bolsillos del pantalón y del saco. El Tano sonreía, feliz y orgulloso.
-        Te dije, Pistola.
-        Vamos – dijo Frattini.
Mientas bajaban las escaleras oyeron un zumbido estridente. Se miraron, asustados.
-        Dale, dale – murmuró el Tano, saltando de a tres escalones.
-        ¿Qué mierda es? – preguntó Frattini.
Lo supieron al salir a la calle.
La gente corría de un lado a otro, como si la ciudad fuera un hormiguero. Pronto, oyeron una gran explosión que provenía desde la Plaza de Mayo. Alzaron la vista, y entonces los vieron: los aviones que habían pasado toda la mañana sobrevolando la ciudad por sobre la neblina, ahora se lanzaban en picada sobre la Plaza, soltando racimos de bombas. Desde la 9 de Julio vieron que se acercaba una muchedumbre.
Desesperados, se echaron a correr en dirección a la Plaza. Al llegar, se detuvieron completamente desorientados, aterrorizados y confundidos por los cráteres que abrían las entrañas de Buenos Aires y los árboles que ardían como si fuera una pesadilla. El grito de los heridos a Frattini le dio más pavor que todas las peleas y las requisas que había presenciado en Devoto. En ese momento, por Balcarce ingresaba un autobús. Entonces el aire de la plaza se cortó por el zumbido de un avión que pasaba en vuelo rasante. Segundos después, el ómnibus estallaba y se alzaba sobre la plaza convertido en una maraña de fuego e hierros retorcidos.
A Frattini le retumbaban los oídos, el corazón. No podía moverse. De pronto, el Tano Martinelli lo tomó del brazo.
-        Corré, pelotudo – le gritó.
Se echaron a correr sin mirar atrás, sin prestar atención a los cadáveres, a los heridos, a los edificios que comenzaban a derrumbarse por las bombas.
Llegaron a San Telmo con el último aliento. Frattini temblaba. Se despidieron poco después, cuando los aviones se habían marchado a Uruguay, buscando refugio tras el Golpe de Estado fallido.
Esa noche Frattini compró la edición de la tarde de un periódico. Entró a un restaurante, se sentó en una mesa y abrió el diario. Vio una fotografía del autobús que había visto estallar delante de sus ojos. Pidió la comida. Entornando los ojos, leyó el epígrafe de la foto. El autobús estaba repleto de niños que iban a la escuela.
Regresó a la pensión sin probar un solo bocado."

Un caballero en el purgatorio, Sudamericana, 2012.


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