"El
16 de junio de aquel año, 1955, mientras almorzaban, el Tano Martinelli le dijo
que hacía tiempo que quería entrar a un edificio de la esquina de Avenida de
Mayo y Perú.
-
Vamos, hoy estoy cansado, no
quiero caminar mucho – respondió Frattini.
-
Vos no caminás, Pistola, vos
volás. Como cuando jugabas a la pelota. Si te vieras, no te reconocerías. Vas
en el aire… - se rió Tito Ramos, uno de los otros escruchantes que compartían
mesa con él y Martinelli.
-
Dale, pedí la cuenta y vamos.
Al
salir a la calle, sintieron un ruido extraño. Alzaron la vista, para descubrir
el cielo cubierto por una espesa neblina.
-
¿Qué pasa? – preguntó Frattini.
-
Qué sé yo. Dale, tenés que ver ese
edificio.
Bajaron
por Corrientes hasta Florida, y allí doblaron en dirección a la Avenida de
Mayo. Las calles estaban sembradas de policías que no dejaban de mirar el cielo,
como toda la gente que entraba y salía de los bancos, las oficinas y los
negocios. ¿Tanta curiosidad podía darles esa neblina?
Al
llegar a la esquina de Perú y Avenida de Mayo, el Tano le señaló el edificio.
Cabezas de Cupidos, ángeles o niños sobrealimentados decoraban la fachada
revestida de mármol y yeso. La puerta, de hierro con apliques de bronce
lustrado, se abrió tan fácilmente que sólo podía ser un buen augurio. Subieron
hasta el tercer piso por las escaleras impecablemente barridas y enceradas.
Se
detuvieron frente a la única puerta que encontraron. El Tano se quitó el
alfiler de la corbata, y abrió la mirilla. Se acercó para mirar el interior del
departamento y sacudió la cabeza, dando a entender que estaba vacío. Con
cuidado, Frattini insertó una de sus llaves en la cerradura. Cerró los ojos,
tomó el picaporte con la otra mano e hizo girar la llave. Cuando la puerta se
abrió, volvió a abrir los ojos. Entraron.
El
departamento ocupaba todo el piso. Recorrieron las cinco habitaciones con tanto
éxito que las joyas apenas si les cabían en los bolsillos del pantalón y del
saco. El Tano sonreía, feliz y orgulloso.
-
Te dije, Pistola.
-
Vamos – dijo Frattini.
Mientas
bajaban las escaleras oyeron un zumbido estridente. Se miraron, asustados.
-
Dale, dale – murmuró el Tano,
saltando de a tres escalones.
-
¿Qué mierda es? – preguntó
Frattini.
Lo
supieron al salir a la calle.
La
gente corría de un lado a otro, como si la ciudad fuera un hormiguero. Pronto,
oyeron una gran explosión que provenía desde la Plaza de Mayo. Alzaron la
vista, y entonces los vieron: los aviones que habían pasado toda la mañana
sobrevolando la ciudad por sobre la neblina, ahora se lanzaban en picada sobre
la Plaza, soltando racimos de bombas. Desde la 9 de Julio vieron que se
acercaba una muchedumbre.
Desesperados,
se echaron a correr en dirección a la Plaza. Al llegar, se detuvieron
completamente desorientados, aterrorizados y confundidos por los cráteres que
abrían las entrañas de Buenos Aires y los árboles que ardían como si fuera una
pesadilla. El grito de los heridos a Frattini le dio más pavor que todas las
peleas y las requisas que había presenciado en Devoto. En ese momento, por
Balcarce ingresaba un autobús. Entonces el aire de la plaza se cortó por el
zumbido de un avión que pasaba en vuelo rasante. Segundos después, el ómnibus
estallaba y se alzaba sobre la plaza convertido en una maraña de fuego e
hierros retorcidos.
A
Frattini le retumbaban los oídos, el corazón. No podía moverse. De pronto, el
Tano Martinelli lo tomó del brazo.
-
Corré, pelotudo – le gritó.
Se
echaron a correr sin mirar atrás, sin prestar atención a los cadáveres, a los
heridos, a los edificios que comenzaban a derrumbarse por las bombas.
Llegaron
a San Telmo con el último aliento. Frattini temblaba. Se despidieron poco
después, cuando los aviones se habían marchado a Uruguay, buscando refugio tras
el Golpe de Estado fallido.
Esa
noche Frattini compró la edición de la tarde de un periódico. Entró a un
restaurante, se sentó en una mesa y abrió el diario. Vio una fotografía del
autobús que había visto estallar delante de sus ojos. Pidió la comida.
Entornando los ojos, leyó el epígrafe de la foto. El autobús estaba repleto de
niños que iban a la escuela.
Regresó
a la pensión sin probar un solo bocado."
Un caballero en el purgatorio, Sudamericana, 2012.
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