Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

viernes, 18 de noviembre de 2016

Un chino que leía.



Después de pasar durante años por la misma vereda, siempre me llamaba la atención ese aire de local abandonado reconvertido en casa. La persiana seguía ahí, protegiendo el vidrio que alguna vez, supongo, debe haber mostrado productos para la venta de algún, cualquier, ramo. Pero desde que yo empecé a pasar por ahí, detrás del vidrio sólo había un escritorio, libros viejos amontonados, un par de diarios de barrio, lápices, y un chino de edad incalculable que siempre estaba leyendo.

Más de una vez pensé en la posibilidad de preguntarle qué leía, quién era, por qué siempre usaba ojotas, por qué fumaba tanto y tenía la mirada clavada en esos libros que, a través del vidrio, escritos en chino, coreano o alguna otra lengua oriental, no me permitían saber de qué hablaban.
 

Nunca le golpeé el vidrio, nunca nos miramos, nunca le hablé. Y sin embargo imaginé muchas historias sobre su origen, su lectura, su profesión… Podía haber sido un amigo o enemigo exiliado por Mao, podría haber sido el creador de un Magna famoso al que le robaron los derechos de autoría, podría ser sólo un tipo que extrañaba su tierra y leía para recordarla, o solamente eso: un chino leyendo detrás de una vidriera.
 

Hoy, el frente de ese negocio reconvertido en casa estaba precintado por la policía y, sobre el mármol de la entrada, había una enorme mancha de sangre que alguien había intentado pero no logrado limpiar. La persiana estaba baja, como pocas veces, como si quisiera esconder la ausencia del chino.

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