Desde siempre, el
idiota que supe ser y del que trato de alejarme, a veces con éxito, otras no
tanto, le tenía desconfianza a Stephen King. Demasiados libros con su nombre,
como Isaak Asimov, y tantos otros que supieron tener “negros” escribiendo detrás
de su firma consagrada.
Y sin embargo, hace un
par de años comencé a leerlo. No digo intenté, porque lo cierto es que desde
que leí el primer libro (Dr. Sueño, mal mi orden, porque es la continuación de
Resplandor) fue uno de los mejores descubrimientos literarios de mis últimos
años.
Esta vez, devoré,
porque a este muchacho lo tenés que devorar si querés dormir tranquilo y saber
qué sigue en el próximo capítulo, cuatro libros. Hoy terminé Cementerio de
Animales que, hasta ahora, es el más perturbador de todos los que leí.
Seguramente se deba a que durante toda la novela sobrevuela la posibilidad de
que se muera un niño: algo que desde que soy padre me angustia más que
cualquier otra desgracia.
Cementerio de Animales
es una muestra enorme de la enorme profundidad de King. El rey del climax. No
voy a decir que logré sacarle la receta, pero hay varios puntos de encuentro en
sus libros. En primer lugar, la llegada a un sitio desconocido por motivos de
mudanza (obligada o no) que, desde el principio, resulta una locación bucólica,
que inspira aburrimiento y atraso, que permite largas caminatas rurales,
siempre pueblos alejados de la gran urbe con ancianos que llevan allí toda la
vida, con gente que de tan llana y común termina inquietándote.
El segundo rasgo es
algo que, como autor, siempre disfruto: escuchar las historias y las leyendas
que cuenta la gente. Y en ese sentido, King siempre pone un personaje afable
que te cuenta historias terribles, sí, pero que la distancia y el paso del
tiempo te hacen creer que son de otra época y no pueden afectarte, y más si
esos personajes, esos trovadores, tienen características de viejo sabio que
fuma y te ofrece una cerveza fría.
Tercero: un ámbito
familiar donde los padres se preocupan por los hijos y quieren sus felicidad.
Como cualquiera, ¿no?
Y sin embargo… cuando
estás en ese lugar tranquilo, mirando el sol caer sobre los pastizales, con
chicos correteando detrás de una pelota o un barrilete, sintiendo la cerveza
fría cayendo hacia el estómago, entonces llega lo fantástico, una fantasía que
pronto se torna tragedia y te sume en el espanto. Ese es el toque de gracia:
acostumbrarte a la quietud, y de golpe pasa lo inimaginable, lo terrorífico, lo
que te empuja a la locura porque en tu cerebro no podés relacionar eso sobrenatural
con el ambiente que te rodea. Argumentalmente, el efecto siempre es impecable.
A eso, le agrego la
oralidad que tiene su escritura. Se rige con premisas que celebro: muerte al
firulete, diría en criollo. Una narración que te va llevando, que te seduce,
que parece intrascendente, pero que cuando te querés dar cuenta te pasó la soga
por el cuello y, si no avanzás con la lectura, se cierra y te asfixia. Las
distintas voces que van desarrollando esos personajes con personalidades que
siempre terminan escindiéndose, partiéndose en voces con estilo propio que
hacen compleja esa escritura que parece sencilla y a-literaria.
Es por todo esto que
estoy fascinado con Esteban Rey. Con el humor, con la desgracia, con la
imaginación, con el croquis de terror que te va armando sin que te des cuenta,
pero sobre todo con la conclusión que te queda después de leer cualquiera de
sus libros: que lo importante es convencer al lector sin obligarlo a pensar
como vos querés, sin aturdirlo con tus gustos culturales, tan solo llevarlo de
la mano con una escritura que no sea pretenciosa, porque la mayor pretensión
que todos tenemos es eso que King logra título a título: que no puedas parar de
leerlo, que le creas todo, que te angustie más terminar el libro que saber cómo
termina.
Por todo eso, Dios
salve al Rey.
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