Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

viernes, 17 de marzo de 2017

Crónica de un viaje que empezó mal pero que terminó muy bien. Kehila Rosario.



El miércoles 15 de marzo estaba planeado para ser un gran día. Coincidía el cumpleaños de mi hijo Dante con la invitación que me había hecho Esther Slepoy para dar una charla en la Apertura del Seminario-Taller "Por las Huellas de la Shoá" y en Escuela Media "Bialik Rosario", de la Kehila de Rosario.
Llegamos con Dante temprano a Retiro, y ahí nos enteramos de que él no podía viajar porque tenía el DNI vencido. Después de algunos intentos para resolver el problema, nos resignamos a seguir cada uno por su lado: yo me subí al micro y él se ilusionó con una merienda de cumpleaños en casa, con una improvisada chocotorta junto a sus amigos.
Durante el viaje, releí los párrafos de “El ghetto de las ocho puertas” y “La niña y su doble” que había seleccionado para leer en el encuentro. Dos fragmentos donde Teo Erlich y Nusia Gotlib, dos niños, se despedían para siempre de sus padres y, proyectando el viaje trunco de Dante, fui llorando por la Ruta 9 como un idiota. No suelo llorar. Menos en público. Pero estaba bastante deprimido por todo lo que había pasado. Cuando se lo conté a Ana por teléfono, como siempre, desde su objetividad me dijo: “Tragedia es otra cosa”. Tenía razón.  
La charla en Kehila era a las 19:30hs, y llegué con el tiempo justo como para darme una ducha y llegar 10 minutos tarde al evento.
El encuentro comenzó con las palabras del Rabino Pablo Iugt y los miembros de la Comunidad y la DAIA locales. Y de Esther Slepoy, quien me había invitado tan generosamente al encuentro. Luego de las presentaciones, dio una increíble charla Graciela Jinich, que transmitió sus experiencias en los viajes “Por las huellas de la Shoa” y su participación en la serie de entrevistas a los sobrevivientes realizadas para la Fundación Spielberg, en las cuales también había entrevistado a las familias Erlich y Gotlib, protagonistas de mis libros. Cerró su participación con un video muy bien hecho, en el que un antropólogo analizaba un zapato de niño, de fabricación casera, encontrado en Auschwitz.
Llegó la hora del descanso, y ahí tuve la primera sorpresa. Geraldine Oronel, una amiga lectora que conocía por redes sociales se había tomado la molestia de asistir al taller para saludarme y llevar mis seis novelas para que se las dedicara. Un orgullo y, lo acepto, algo que me levantó el ánimo y que no voy a terminar de agradecérselo.
Entonces llegó el turno de hablar de Mira y Nusia. Y de mi amigo Ary Erlich (para cumplir ese pedido suyo “vos hablá de mí”), que sin saberlo me abrió la puerta de un mundo nuevo el día que me pidió que escribiera la historia de su familia. Leí un fragmento de cada libro, le conté al público mi experiencia durante las entrevistas, la lucidez de Mira y Nusia, la precisión de sus recuerdos y el desafío de convertir esas dos historias en novelas.
Para el final del encuentro estaba contento de poder cumplir el deseo de Mira y Nusia de que su historia se conociera para que “esto”, como llamaban ellas al Holocausto, no volviera a pasarle a nadie.  
Al día siguiente, después de comprar suficientes regalos como para aplacar mi cargo de conciencia con mis hijos, me recibieron en la escuela Bialik Rosario los chicos de séptimo grado, que con un desparpajo increíble me acribillaron a preguntas mostrando un interés que me emocionó. La charla con los chicos de secundario, un rato más tarde, fue más seria, pero el interés fue el mismo. Y su silencio durante la lectura, una prueba de que habían dejado todo de lado para escuchar a Mira y Nusia.
Terminé de hablar con ellos veinte minutos antes de que saliera el micro. Me despedí, y corrí a la estación para regresar a Buenos Aires donde mis hijos, antes de que cruzara la puerta, me dijeron: “Danos los regalos”, una frase que puede sonar interesada, sí, pero que para mí fue una fianza justa para saldar mi deuda.
 

No me queda más que agradecerle a toda la comunidad de Kehila Rosario por el trato que me dieron, por el afecto, el interés y la generosidad que me mostraron en cada segundo que estuve en Rosario. Sobre todo a Esther Slepoy, al Oso, a Graciela Jinich, a Geraldine y a todos los que participaron de las charlas.
 
Como dije la noche del miércoles, al principio de mi ponencia, me llamo Alejandro Parisi, y al leer mi apellido se podrán dar cuenta de que no soy sefaradí ni askenazi. Soy goy y siciliano. Quizá por eso me siento tan conmovido y agradecido por el trato y el afecto que me dieron.
Gracias a todos.


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