"Acostada con su estatuilla en la mano, Giuseppina oía. O mejor dicho: creía oír. Las
paredes de piedra eran exageradamente gruesas para una casa tan pequeña. Pero
no había puertas interiores, y a través de las cortinas que separaban los
cuartos Giuseppina creía oír a Vito hablar de trenes, puertos y pasaportes. En
su delirio, la voz de su hermano era un rumor que se expandía por toda la casa,
lentamente, alejando sus dolores y conduciendo sus sueños hacia el mar, donde
ambos bailaban en la cubierta de un inmenso barco."
La escribí y la reescribí varias veces, en una pulseada conmigo mismo, el autor que no aceptaba sus ganas de escribir una tragedia clásica con una historia de amor. Y la guardé durante años hasta que un día la volví a agarrar y la di a leer a dos personas que de inmediato me apoyaron. La primera ya no está: Ariana Vacchieri falleció hace unos meses, pero debe estar contenta allá donde esté. La segunda persona fue Willie Schavelzon, que me apoyó como siempre y me dijo "es una película italiana de los años 50", el mejor comentario que podía esperar, ya que durante las distintas versiones yo buscaba amacarme entre la tragedia y ese realismo italiano de principios del siglo XX.
En este fragmento que aparece arriba, Giuseppina veía o soñaba con un viaje en medio de su delirio por la
fiebre. Hoy ese viaje se concreta: "Su
rostro en el tiempo", publicada en Argentina por Sudamericana en 2016 gracias al apoyo de mi editora Flor Cambariere,
va a salir en España dentro de un par de meses, otra vez gracias a la
confianza y apuesta de Editorial Lumen y su editora, Silvia Querini.
Y Giuseppina sigue bailando con Vito en la cubierta de un inmenso barco camino a España.
Y Giuseppina sigue bailando con Vito en la cubierta de un inmenso barco camino a España.
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