Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Hanka 753. Fragmento: LO IMBORRABLE.



Se termina el año. Un año agotador en el cual pude escribir mi séptima novela y, en particular, la tercera de la Trilogía del Holocausto. Gracias al equipo de prensa de PRH, pasamos los últimos 45 días con Hanka dando entrevistas a distintos medios que se interesaron en el libro. Tengo que aceptar dos cosas: el placer que me da oírla hablar, y el morbo que me genera la cara de los periodistas que en estos días fueron escuchando el mismo relato que yo escuché. Sus caras de asombro, sus voces titubeantes, y mi silencio, en parte para no pisar cada respuesta de Hanka y así no darle respiro a los entrevistadores, y en parte para disfrutar ese relato una y otra vez. Al oírla hablar, también, pude darme cuenta de que todo lo que contó está en el libro, y que la escritura acompañó esa voz inclemente, que 80 después sigue tan sorprendida como aquella nena de 9 años que vio arder el mundo a su alrededor.
Se termina el año. Hanka está en la playa. Yo sigo en el mismo escritorio, pensando cómo va a seguir este teclado de ahora en adelante.
Acá, les dejo un capítulo. Lo imborrable. Y la admiración por esa mujer tan decidida y valiente que nos convenció a todos.



LO IMBORRABLE

-        Hanka Grzmot – llama la secretaria, y ella se incorpora con esfuerzo.

Cruza la sala, llama a la puerta, entra y se sienta.

-        Hola, doctor.
-        No teníamos que vernos esta semana – dice su médico, preocupado. Y la mira a los ojos: - ¿Se siente mal? ¿Otra vez la espalda? ¿O la pierna?
Hanka guarda silencio. De pronto se siente una tonta, una niña indefensa buscando que su médico de cabecera apruebe o rechace ese viaje que ella duda hacer. Pero el médico la mira, intrigado, y pregunta otra vez:

-        Cuénteme qué anda pasando.
Y le cuenta. Le cuenta todo. Tropezándose con las palabras, pasando del castellano al sueco y al idish, relatando lo que le tocó vivir, pero omitiendo los detalles más dolorosos.

-        ¿Usted qué opina?
Sorprendido, el médico guarda silencio durante varios minutos, incapaz de relacionar la historia de vida que acaba de escuchar con esa paciente que en los últimos tiempos ha comenzado a sentir el paso del tiempo en su cuerpo cansado. Al fin, conmovido, con los ojos llenos de lágrimas, dice:

-        No conocía su historia, Hanka…
-        Eso no es lo importante. Yo necesito saber qué piensa usted. ¿Me va a hacer mal viajar a ahí… a Polonia?
El médico suspira y se encoje de hombros.

-        Últimamente usted tuvo problemas con la respiración, con la pierna y la espalda… yo lo veo arriesgado… ¿Sus hijos qué opinan?
Hanka sacude una mano con fastidio.

-        Yo soy grande, puedo decidir sola. 
-        Sí, Hanka. Pero yo soy su médico, y tengo que tener garantías de que su cuerpo va a poder soportar todo ese viaje… esas largas caminatas que usted me dice que va a tener que hacer…
-        Yo sé mis limitaciones… en caso de ir, podría evitar…
-        Hagamos una cosa – la interrumpe el médico -, ahora mismo le hacemos unos estudios y según los resultados, decidimos qué hacer. ¿Le parece?
Hanka frunce la boca, algo irritada con su cuerpo, con su edad. Pero el médico ya ha llamado a una enfermera que ahora la conduce por largos pasillos blancos para someterla a todo tipo de controles.

De regreso de la clínica, Hanka se encierra en su escritorio para contemplar un pequeño estuche cerrado. Acaricia el suave terciopelo azul que lo reviste, sin atreverse a abrirlo. De pronto, la ausencia de León le quita el aliento, la enfurece. Suspira profundamente, agobiada por algo que reconoce pero que no se decide a enfrentar.  
Si había algo que admiraba de León era su tenacidad y la facilidad con que podía relatar su experiencia sin sentir dolor. Aquella Fundación por la Memoria del Holocausto que fundó hace varias décadas junto a otros sobrevivientes, con el tiempo logró el apoyo y el reconocimiento de la colectividad judía, pero también del Estado argentino, que en 2000 les entregó ese estuche con la medalla conmemorativa que celebra la donación de un inmenso edificio donde los sobrevivientes comenzaron a reunirse tan solo para eso: para recordar. Con el tiempo, aquel edificio fue creciendo hasta convertirse en la sede del mundialmente reconocido Museo del Holocausto de Buenos Aires. León lo había logrado, y ella había podido contemplar sus logros a la distancia, sin exponerse al pasado.
Aún hoy, si cierra los ojos puede ver a León sentado en la cocina, el día en que todo comenzó. 
-        Hoy leí un libro sobre el Levantamiento de Varsovia. Cuando los chicos judíos quedaron atrapados en el sótano y vieron que estaban perdidos, con su propia sangre escribieron en una pared “No se olviden de nosotros”– dijo León aquel día, y después sentenció: - Por eso tenemos que hablar: para que nadie se olvide de ellos ni de los otros.  
Con cuidado, Hanka abre el estuche y acaricia la medalla de metal. Hace ya un año que el propio León pasó a convertirse en un recuerdo. Pero desde entonces, esa misión que él mismo había aceptado y emprendido pasó a ser una tarea de otros, de cientos de personas. Pero nunca de ella, de Hanka.
Quizá Alejandro y Adrián tengan razón: sufrió demasiado como para hablar o regodearse en ese sufrimiento. Y sin embargo no sabe qué hacer. Se incorpora con esfuerzo, toma el estuche abierto y se dirige al living para enfrentarse con el rostro de León, que le sonríe desde un portarretratos.

-        ¿Qué hago? No te rías. Decime qué tengo que hacer…
Sin dudas, él la alentaría a transmitirles a esos jóvenes estudiantes el mismo horror que ahora la paraliza, que le reseca la boca. Si ni siquiera tolera ver una película donde se escuchen disparos y explosiones, ¿cómo podría viajar a Polonia y verse en medio del lugar donde todo ocurrió?
Con vergüenza, cierra el estuche de terciopelo como si fuera la ventana a un abismo que no quiere enfrentar. Ella no es León. Ella no es capaz de nombrar aquello que sigue siendo imborrable, tan concreto como las lágrimas que ahora ya no puede contener.

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