"Una noche sintió
un gemido quedo junto a ella, como un lamento a medio pronunciar. Se incorporó
en la oscuridad del Bloque 5. Todas las mujeres dormían, algunas en literas, la
mayoría, como la propia Hanka, amontonadas en el suelo en un amasijo de cuerpos
sucios. Entonces, junto a ella, pudo ver una mano alzada. Entornó los ojos para
ver mejor, y lentamente se fue definiendo la mano, luego el brazo y el rostro
de Raquel, que tenía los ojos abiertos de par en par.
- ¿Qué te pasa?
Raquel soltó
otro gemido, y sólo entonces Hanka reparó en el brazo que estaba presionando el
cuello de su hermana, impidiéndole respirar. Raquel abría la boca buscando
aire, pero estaba tan débil a causa del hambre que ni siquiera tenía fuerzas
para zafarse de ese brazo que la asfixiaba. Rápido, se puso de rodillas e
intentó despertar a la mujer que, dormida, estaba matando a su hermana. Nada,
la mujer no oía su voz. Intentó sacudirla, moverla para apartarla. Tampoco. Desesperada,
quiso sujetarla de los cabellos, pero estaba rapada como todas. Y Raquel cerró
los ojos.
-
Hela, Hela, Raquel se
muere – dijo, conteniendo el grito en un susurro.
Hela reaccionó
lentamente. Al fin, al ver el gesto de terror en los ojos de Hanka, se
incorporó y entre las dos lograron apartar a la mujer, que ni siquiera se
despertó: tan sólo retiró su brazo para volver a acomodarse en el piso hacia el
otro costado. Juntas, obligaron a Raquel a sentarse hasta que pudo volver a
respirar. En sus ojos vidriosos y lejanos aparecieron las mismas lágrimas que
estaba llorando Hanka. Se abrazaron. En silencio se abrazaron y Hela y Hanka se
colocaron a un lado y otro de ella para protegerla el resto de la noche.
Al día
siguiente, bajo una lluvia torrencial, por los altoparlantes del campo la voz
de una kapa judía anunció:
- Si alguna se quedó con hambre puede venir a buscar más sopa.
Las prisioneras
se miraron. ¿Se estaban burlando de ellas o tan sólo querían humillarlas?
¿Quién no tenía hambre en aquel infierno? Acostada en suelo, Raquel permanecía
quieta como una estatua, una esfinge esculpida para expresar la derrota, el abandono,
la desolación.
De inmediato,
Hanka se incorporó y con los dientes rompió un trozo de lana de unas de las
mantas. Hela la miraba, entre asombrada y confundida. Pero ella no tenía tiempo
para dar explicaciones. Salió corriendo por la puerta, atravesó el patio
exterior bajo la lluvia y se colocó en la fila de mujeres que buscaban un poco
de sopa. Cuando llegó su turno, formó un cuenco con las manos y colocó el trozo
de manta encima de ellas, improvisando un recipiente sobre el cual, riéndose,
una de las mujeres echó dos cucharones de sopa.
Era difícil
mantener el equilibrio sobre el barro. A medida que avanzaba, Hanka podía
sentir cómo la sopa se escurría entre sus manos, atravesando el trozo de manta.
Pero debía intentarlo. Cuando entró, fue directo hacia su hermana.
- Raquel, te traje sopa. Comé.
- No quiero.
- Hacelo por mí.
Sus ojos se
encontraron. Tristes los de Hanka, los de Raquel ausentes. Al fin, Raquel se
incorporó para mirar esa sopa que su hermana pequeña intentaba contener con sus
manos.
- Está llena de piojos – dijo Raquel con asco.
Hanka miró sus
manos. Los piojos de la manta se deslizaban sobre la superficie de la sopa,
intentando escapar.
- No importa. Tenés que comer.
- No, no quiero – dijo Raquel, acostándose de nuevo.
Otras de las
mujeres se acercó a ellas.
- Si ella no la quiere me la como yo – dijo, con la vista fija en las manos de Hanka.
- No. Es para ella – gritó Hanka. Y mirando a Hela, rogó: - Por favor, decile que coma.
Hela se encogió
de hombros.
- Dejala, si no quiere comer que no coma.
¿Tenía que
hacerle caso a Hela? ¿Tenía que aceptar el destino de Raquel?
-
- Basta, Raquel. Sentate
– dijo Hanka con tono imperativo.
Los ojos de su
hermana la miraron con detenimiento, como si la estuvieran viendo por primera
vez. Hanka inclinó la cabeza con un ruego silencioso.
- Por favor, comé…
Sólo entonces
Raquel hizo fuerzas para sentarse. Con los ojos cerrados, abrió la boca y
lentamente, con espasmos de asco, comenzó a tragar el resto de sopa que aún
quedaba entre las manos de Hanka. Cuando terminó la sopa, llorando, apoyó su
cabeza sobre el pecho de su hermana. Con un brazo, Hanka la abrazó y con el
otro le sujetó la cabeza, acariciándole una mejilla.
- Me quiero morir – decía Raquel entre sollozos.
- No te vas a morir. A partir de ahora vas a empezar a comer y vas vivir. No quiero que me dejes sola – dijo Hanka, y ya no podía discernir si el llanto que retumbaba en el Bloque 5 era el de Raquel, el Hela o el suyo."
Hanka 753, Editorial Sudamericana, 2017
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