Como lector, desde hace unos años acepté que mis mejores
lecturas son esas con las que no comparto tiempo y espacio. Es decir, ni acá ni
ahora. La única explicación que encuentro es que el acá y ahora de un ciudadano
argentino es demasiado opresivo como para que encima tenga que vivirlo como
lector. No hace falta aclarar que el problema no es de las autoras y autores
que ubican sus textos en este tiempo y espacio, sino que es una limitación mía
como lector (y autor).
Otro punto es que, también desde hace un puñado de años,
leí, vi, presencié pseudo debates donde la pregunta que era tan machista como
atrasada: ¿existe la literatura femenina? No. Existe la literatura, pero dado
que vivimos una época donde es más importante “quién” escribe a lo “que”
escribe, es natural que se planteen estas cosas.
Por último, la consabida teoría de que la novela que vende
muchos ejemplares siempre es mala. Como si los autores escribieran para no ser
leídos. Algo muy snob: escribir para cinco lectores. Desde siempre detesté esa
postura, pero me alegra que nuestra generación de cuarentones hayamos saltado
esa valla y podamos disfrutar tanto a Stephen King como a Claudia Piñeiro sin reparos,
por el solo hecho de que escriben bien.
Dicho esto, quiero decir que acabo de leer una novela
maravillosa que le pega un tiro en sien a esos tres puntos que cité antes. Una
novela en otro tiempo, escrita por una autora que no necesita una selfie para
poder escribir y que, además de vender muchos ejemplares (supongo, es lo que
pasa con los premios literarios), está tan bien escrita que te da ganas de
aplaudir.
El argumento de Cadáver Exquisito es tan simple como
complejo: por un virus, desaparecen todos los animales del mundo. Pero hay que
seguir comiendo carne porque necesitamos proteínas. Y considerando la
sobrepoblación de la Tierra… la humanidad se convierte en caníbal. Se crían “cabezas”
(los humanos debemos modificar el lenguaje para salvar nuestro prestigio y
evitar llamar a las cosas por su nombre: este detalle de la autora es hermoso)
para consumo. Se las faena, se las cocina, se les extrae hasta la última célula
para utilizarlas en la industria. Y allí un hombre melancólico que enfrenta la
barbarie.
No sobra un adjetivo. No sobra una palabra. Son todas frases
filosas, de no más de una línea y media que te encierran en un frasco del que
no querés salir. No hay bajada de línea, sólo una historia que te muestra
situaciones donde uno como lector puede hacer lo que quiere: estar de acuerdo,
vomitar o reír. Meterse con el canibalismo sin provocar el mínimo rechazo del
lector es otro punto a resaltar: no hay divismo, el canibalismo es solo un
contexto donde Marquitos (otro punto lindo del lenguaje: el diminutivo que usa
esa hermana nefasta) vive, piensa y toma decisiones.
Lean la novela. No leí nada más de Agustina Bazterrica, pero
a veces no hace falta chequear la bibliografía para saber que alguien escribe
bien, muy pero muy bien.
Hace unos años, puede ser en un sobre de azúcar, en un libro
de la facultad o en un baño, leí una frase que decía “La literatura vale por la
escritura que engendra”. Algo así como que un libro es bueno si te da ganas de
escribir. A mí me pasó eso con este libro. Pero lo más importante: lo disfruté enormemente
como lector.
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