Hace 17 años descubrí a Pepe Carvalho en Barcelona, cuando nos pidieron que vaciáramos una casa que había sido la escena de un crimen (algún día voy a escribir en detalle ese momento, tan real como alucinante).
Con el tiempo, fui comprando y leyendo toda la saga de Pepiño, como lo llama el Bromuro, sin aquellos cadáveres que marcaron nuestro desembarco en Barecelona y el descubrimiento de Váquez Montalbán.
La semana pasada, quizá por un reclamo de Balestra, que se queja diciendo que me olvidé de él, me propuse releer toda la saga completa y en orden.
Oficialmente, el inicio de Carvalho como detective privado se da con Tatuaje, una novela hermosa en la que Carvalho debe averiguar quién ese ese hombre tatuado, "alto y rubio como la cerveza", que aparece muerto en las playas del Mediterráneo.
La coincidencia es que hace un mes que venía escuchando una y otra vez Coplas de Madrugá, el disco de Maritirio que contiene una versión tremenda de ese tema, Tatuaje, que el propio Pepe Carvalho va tarareando durante toda la novela que lleva el mismo nombre.
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