"Un cartel discreto anunciaba una serie de actos
sobre la “novela negra”. Con un aplomo etílico, Carvalho se mezcló con los que
esperaban el comienzo de uno de los actos. Se los sabía de memoria. Tenían ese
aspecto de huevos cocidos que tienen los intelectuales en todas partes, pero en
ese caso adaptados a la española: parecían huevos duros con menos densidad que
los huevos duros de otras latitudes. Sobrellevaban el peso de los huevos sobre
los hombros con el lógico exhibicionismo, pero también con esa inquietud
subdesarrollada de que el huevo peligraba. Estaban divididos por tribus de
crianza o de afinidad más alguna tribu de estado intelectual más elevado,
adivinable porque todos la miraban de reojo y, aunque con cierta desgana, cada
cual quería toparse con ella y verse en la obligación de saludar y ser
reconocido.
Empezó por fin el acto y Carvalho se vio metido en
un anfiteatro azul en compañía de unas cien personas dispuestas a demostrar que
sabían más sobre novela negra que los siete u ocho que componían la mesa.
Se inició la intervención de la mesa con la operación
“conquista de aplomo”, consistente en un ejercicio de desentumecimiento
cerebral basado en distanciar la función, el lugar y el tema, para luego
comenzar la misma según el rito posconciliar. Dos miembros de la mesa se habían
autoatribuido el papel decano y empezaron a jugar una partida privada de ping
pong intelectual sobre si Dostoievski escribió novela negra o no. Luego pasaron
a Henry James, sin olvidar la necesaria mención a Poe, y acabaron descubriendo
que la novela negra era una invención de un maquetista francés que dio ese
color a la serie de Gallimard sobre novela policíaca. Alguien de la mesa trató
de romper el monopolio discurso del barbas y del latinoamericano miope, pero
era apartado por codazos invisibles que le lanzaban los seniors.
- Es que…- Yo creo que…
- Si me permiten…
No le permitían nada. Trató de colar por un
resquicio de tiempo la frase: La novela negra nace con la Gran Depresión… pero
sólo lo oyeron los de la primera fila y algunos de la segunda, entre los que se
encontraba Carvalho. Por movimientos de la nuez de los dos solistas se adivinaba
que estaban a punto de llegar a alguna conclusión o fórmula inapelable.
Silencio. Expectación.
- ¿Cómo no voy a estar de acuerdo contigo, Carlos?
Carvalho dedujo que el predominio de las dos vedettes se debía a una complicidad
onomástica.
- ¿Y Chester Hymes?
Le había salido aflautada, por lo contenida, la voz
al que trataba de meter lengua en el asunto. Lo que fue inicial defecto se
convirtió en virtud, porque la rareza sonora provocó cierto sobresalto en los
disertantes monopolizadores que se volvieron para adivinar la causa de aquel
ruido.
- Decía que a esos tres autores hay que añadir el nombre de Chester Hymes, el gran retratista del mundo de Harlem. Hymes ha hecho un esfuerzo equivalente al de Balzac.
Ya estaba dicho. Los dos protagonistas estaban algo
cansados de su protagonismo y dejaron que el intruso se explayara. Allí salió
de todo. Desde la novela de la matière de Bretagne, de Troyes, hasta la muerte
de la novela después de los excesos epistemológicos de Proust y Joyce, sin
olvidar el maccarthismo, la crisis de la sociedad capitalista, las condiciones
de marginación social que fatalmente el capitalismo crea y que constituyen el
caldo de cultivo propicio a la novela negra. El público estaba impaciente por
intervenir. En cuanto pudo se levantó uno de sus representantes y dijo que Ross
McDonald era fascista. Otro añadió que los autores de la novela negra siempre
están bordeando las posiciones fascistas. Hammett fue exculpado porque militó en
el partido comunista americano en unos tiempos en que los comunistas estaban
por encima de cualquier sospecha y no habían recibido tratamiento
descafeinante. No hay novela negra sin héroe singular, y eso es peligroso. Eso
es simple neorromanticismo, terció otro del público dispuesto a salvar a la
novela negra del infierno de la historia.
Ambigüedad moral. Ambigüedad moral. He aquí la clave
de la novela negra. Es esa ambigüedad en la que nadan los héroes como Marlowe o
Archer o el agente de la Continental. Las dos vedettes iniciales estaban
arrepentidas de haber perdido protagonismo y trataban de meter baza en el
torrente verbal que se había desencadenado: universo cerrado… inmotivación…
convenciones lingüísticas… la nueva retórica… es la antítesis del telquelismo
por cuanto resucita la singularidad del autor y del héroe central….
Carvalho salió en este punto, con la lengua y la
cabeza espesas. Se acercó a la barra para pedir una cerveza y se vio acodado
junto a una mujer castaña, con unos inmensos ojos verdes y el cuerpo cubierto
bajo un poncho estrenado en alguna travesía de los Andes.
- Hola. Tu eres…
- Dashiell Hammett.
Se rió ella y le instó luego en serio a que le
dijera su nombre.
Carvalho, desconcertado, se preguntó si Biscuter o
Charo habrían publicado algo con su nombre. Pensó en pedirles explicaciones en
cuanto llegara a casa.
- Se te nota, se te nota. Pero eso nos pasa a todos. Pienso lo mismo que Cañedo Marras: los grandes cansancios presagian los grandes entusiasmos.
Carvalho tenía ganas de decirle, quítate el poncho,
mi amor y vámonos a una cama negra, blanca, redonda, cuadrada, me da igual,
porque cuando la burguesía no puede conservar el control de la cama empieza a
adjetivarla."
"Los mares del Sur", Serie Carvalho, Manuel Vázquez Montalbán.
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