“El tren de la vida” (Train de vie, en el original, Francia, 1998) es una de las películas mas hermosas que se hicieron sobre el Holocausto. Cuenta el plan que diseñan los judíos de una aldea siguendo la idea del loco del pueblo, para escapar del nazismo. Sin que los nazis se enteren, compran un tren y toda la aldea se escapa de noche, cargando animales, libros sagrados, ropa, instrumentos musicales y a cada uno de los integrantes de la alde. Lo único que dejan son las fachadas de las casas y del templo: una coartada al mejor estilo de “La estrategia del caracol” (otra gran película).
En código de comedia trágica, porque por más humor que se pueda hacer estamos hablando de una de las mayores tragedias y genocidios de la Historia, “El tren de la vida” tiene una belleza estética, sonora y argumental infinitamente mejor que ese engaño hollywoodense llamado La vida es bella. Disparatada, con una sensibilidad que pone los pelos de punta y conmueve al mismo tiempo, muestra un espacio alternativo, irreal dentro del Holocausto (aunque el final resuelve con maestría eso que en La vida es bella nunca se resuelve).
El punto más alto de la película es cuando este grupo de judíos se encuentra con un grupo de gitanos que también están escapando de los nazis. Dos pueblos tan distintos como antiguos, se sientan al borde del fuego y en medio de su tragedia, empiezan a tocar música. Un in crescendo que (aunque este video no se llega a ver), termina con el rabino desesperado tratando de evitar que sus fieles más jóvenes se escapen con esas gitanas tan hermosas y libres que terminan seduciéndolos a todos.
Después, los dos grupos se separan y cada uno enfrenta su destino, unidos por el mismo horror del nazismo.
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