Acabo de terminar una de las mejores novelas que leí en los
últimos tiempos. Y no exagero. Desde la primera página hasta la última, sentí
esa comodidad aletargada que te inyectan las historias que no podés parar de
leer y que al mismo tiempo no querés que terminen nunca.
Y la protagonista, una antiheroína con sus blancos y negros,
como debe ser todo personaje de novela negra. Porque sí, “La fragilidad de los
cuerpos” (Sergio Olguín, Tusquets, 2012) es una novela negra que, como tal, se
mueve entre los escombros de la sociedad, entre la corrupción, la violencia y
la desprotección de los más relegados. Como si la historia fuera la excusa para
mostrar ese mapa derruido que es el sur de la Ciudad de Buenos Aires y el
primer cordón del Conurbano.
La novela comienza con un empleado ferroviario que en sus
años de servicio atropelló y mató involuntariamente a un puñado de personas que
querían suicidarse o murieron de manera involuntaria. Sin embargo, lo que
termina por destrozarlo psicológicamente es haber atropellado a un nene bajo
las vías del Tren Sarmiento. Verónica Rosenthal es una periodista de
investigación que intuye que ese suicidio esconde razones oscuras. Como un
perro de caza (“Perra sonaría mal”, diría García), va siguiendo el rastro de la
historia para descubrir una escena que se repite una vez por mes: dos chicos
esperan el tren de frente, hasta que llega y saltan de la vía. O no. No es un
juego para ellos, es una forma de conseguir plata. Detrás, una red de tipos que
hacen apuestas para ver cuál de los chicos gana ese juego macabro.
Verónica tiene intuición, belleza, inteligencia y muchas
contradicciones que la hacen de carne y hueso. Más que un punto a favor, el personaje de Verónica es un punto disruptivo: Olguín le permite
a su protagonista comportarse con una autonomía casi postfeminista. En tiempos
donde es imprescindible que la sociedad entienda que hombres y mujeres somos
iguales, Verónica no sabe si quiere ser madre, es una gran profesional, no se deja correr ni por derecha ni por izquierda, no le interesa tener pareja, se
enamora, seduce sin o con amor, usa su cuerpo como le da la gana, con tanta
libertad y seguridad como para cogerse a un tipo cualquiera para poder pensar
en otra cosa. Y no lo hace siguiendo las pautas del macho, es decir,
convirtiéndose en una mujer machista. No: lo hace desde su singularidad, desde
su feminidad, por el sólo hecho de disfrutar su profesión, la amistad, el amor o el sexo. Sexo: la
novela tiene varias escenas narradas de manera escueta, sin florituras "al pedum" pero que te
dejan excitado como si estuvieras frente a Verónica.
Para poder llegar a la verdad, ella recurre o recibe ayuda de personajes divinos. El chino Julián, el Peque y el Dientes, Rafael,
Federico, incluso Rivero y García. Y Lucio, ese conductor de trenes rudo,
confundido, obnubilado que en un momento tiene una epifanía: “Esa vida secreta
donde convivían el cuerpo de Verónica y los cuerpos aplastados en las vías
volvía a presentarse como lo que era: la realidad. El sueño era lo otro.”
Por último, la nostalgia de leer los escenarios de mi
infancia. Me crié en Lugano, y jugué al fútbol en Soldatti y Mataderos… El tren
era muerte: tuve un compañero que se salvó por poco en las vías de Soldatti y una maestra que murió atropellada en las
vías de Lugano. Pero el tren también era vida: mi abuelo Carlos, el Negro, que vivía a metros de las vías de Tapiales, fue ferroviario
hasta que la salud se lo permitió y en sus días libres iba a ocupar un puesto
de banderillero para que su amigo, el famoso Virulazo,
pudiera ir a bailar tango a la televisión.
Insisto: hace mucho que no leía una novela tan compleja, tan
llena de personajes, tan atractiva y tan contundente. Y lo mejor es que “La
fragilidad de los cuerpos” es apenas el debut de Verónica Rosenthal. Cuando
ella se recupere de este caso, se termine el Jim Beam y vuelva al trabajo, voy
a buscar el libro que le sigue a este para seguir disfrutando con ella.
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