"Al día
siguiente, Giuseppina volvió a visitar a Vito. Lloraron la muerte de su madre
abrazados, recordando sus cuidados y los tiempos en que ambos eran pequeños y
Rosalía aún llevaba la casa.
Poco después, afuera
de la cueva se oyeron disparos. Vito se apartó de Giuseppina. Mientras se
vestía, dijo:
-
No salgas hasta que te diga.
Vito empuñó su
arma, salió de la cueva y durante unos minutos Giuseppina no oyó nada más silencio.
Al fin escuchó unas
risas, un disparo y a Vito, que gritaba:
-
Pina, mirá.
Afuera, un grupo
de carabinieris se alejaba por el
camino dando tumbos, corriendo en zigzag para eludir los disparos de los partizanos,
que se pasaban una botella de vino y festejaban cuando alguno acertaba el tiro.
Uno de los hombres de Vito dijo:
-
Se están replegando hacia Messina. Y los
alemanes desaparecieron de repente.
-
¿Qué pasa, Vito? – preguntó Giuseppina, asustada.
Vito la sujetó
por los hombros, sonriendo.
-
Se acercan los Aliados, la guerra va a terminar
pronto.
La partida de
los soldados provocó una reacción contradictoria entre los refugiados. La
mayoría festejaba que se fueran las tropas del Duce y de Hitler, aunque todos desconfiaban
cómo sería la nueva invasión. Como la mayoría tenía familia en América,
deseaban que los invasores fueran americanos y no esos ingleses que tenían fama
de ser salvajes piratas con sed de venganza. Lo cierto era que todos ansiaban
el final de aquella guerra, y por eso pasaron los días siguientes mirando los
caminos, esperando descubrir las banderas de los nuevos invasores adentrándose
en la isla.
Así lo habían
hecho siempre.
Generación tras
generación.
Pero no vieron
nada, ni ese día ni el siguiente: apenas grupos perdidos de soldados italianos
corriendo hacia las montañas, donde los partisanos los esperaban para
asesinarlos o tomarlos prisioneros.
Al fin, una
noche julio de 1943, todos los refugiados despertaron por un rugido ensordecedor.
Cuando alzaron la vista descubrieron que no era uno, sino una decena de aviones
los que cruzaban el cielo de la isla. Los niños se aferraron a las ropas de
Giuseppina; Peppino y Giulio temblaban, Francesca se había orinado las ropas y
se cubría la cabeza con un canasto de mimbre con la esperanza de que eso la
protegiera de las bombas. Marianinna, que para entonces ya tenía trece años, temblaba
en un rincón:
-
Dicen que violan a las mujeres, Pina.
Giuseppina le pidió
que se acercara. Mientras su hermana se echaba a su lado, le dijo:
-
Tranquila, no voy a dejar que te lastimen.
Marianno y los
mellizos estaban afuera; el primero con el rifle colgado al hombro, los niños
con un revólver y un sable alemán que habían encontrado entre los pastizales.
Pronto, en las montañas otros niños y otras mujeres comenzaron a gritar.
Todos alzaban
las manos al cielo, rogando
-
Santa Madonna
que los aviones
se alejaran,
-
Santa Madonna
que las bombas
no cayeran sobre ellos,
-
Santa Madonna
que la muerte no
se ensañara aún más con la isla.
Y así fue que las
bombas no explotaron, ni siquiera las vieron caer, y los aviones se alejaron por
donde habían venido. Hubo un silencio en el que Giuseppina pensó en Vito.
Entonces alguien
gritó:
-
Paracaidistas.
Todos miraron
hacia arriba: pendidos de blancas burbujas que flotaban sobre la noche, cientos
de paracaidistas caían lentamente sobre el campo. Aterrizaban con un ruido seco,
desperdigados por el monte, los viñedos y los caminos. Al caer se despojaban del
equipo con velocidad y empuñaban sus metrallas para ocupar posiciones que les
permitieran dominar el terreno. Atemorizados, le apuntaban a todo lo que se
movía.
De pronto, los sicilianos
comenzaron a salir de sus escondites gritando:
-
Americanos, americanos…
Quizá los
americanos esperaban ser atacados por las tropas italianas; quizá temieran el
recelo de aquel pueblo atrasado y hambriento… Tal vez por eso gritaban palabras
incomprensibles para los sicilianos, les enseñaban sus armas con gesto
amenazante y luego blasfemaban, desconcertados por aquellos ancianos, mujeres y
niños que, en lugar de atacarlos, se acercaban sonriendo para abrazarlos,
besarlos y darles la bienvenida
-
Santa Madonna
felices porque
después de tantos siglos, después de generaciones enteras, los ángeles de la
Madonna volvían a descender a la tierra y los enemigos de la isla otra vez huían
lejos, hacia el mar.
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