Una canción que me acompañó durante todo la novela.
Y, más abajo, la gente que la hizo posible. A todos, gracias.
Agradecimientos
A la querida Analía Kalinec, mujer valiente e hija
desobediente, por su generosidad para leer Los Pájaros Negros y ayudarme a
entender a Clara. Y a Virginia Croatto, por darme la oportunidad de conocer a
las Claras reales que luchan hoy en día.
A Nieves Castillo Alzuri, por la historia del molino
de viento y aquel abuelo que añoraba los montes vascos. Y a través de ella,
también mis amigas y amigos de la Biblioteca Sarmiento y la ciudad de General
Villegas.
Al gran Alberto L., que sin saberlo me mostró el
camino que debía seguir Vito.
A Teo Erlich, que ya no está con nosotros pero su
recuerdo sigue firme, hasta debajo de las piedras de Varsovia.
A Ana Rapoport, Laura Golbert y Facundo Piperno, por
soportar las primeras versiones de esta novela y mejorarla con sus comentarios.
A mi amiga y editora Flor Cambariere, por el
aguante, la paciencia y el apoyo de siempre.
A mis padres y a mis hijos, porque sí.
A Rodrigo Fernández, los chicos de El Faro de
Alejandría y a todos los amigos que Balestra tiene en la ciudad de Olavarría.
A la familia González, guardianes del Río Espera.
A todas las lectoras y los lectores que me vienen
acompañando desde hace años. A ellas y ellos, más que a nadie, gracias.
Y por último al propio Balestra, que durante varios
meses me permitió pensar en otra y así, juntos, como si fuéramos pájaros negros,
logramos escapar de esa tormenta llamada COVID-19.
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