Antes de conocerla, su
hijo me pidió que intentara charlar con ella porque, pensaba, le haría bien
contarle por primera vez su historia a alguien para salir de la melancolía. “Pero
no te la va a contar, nunca quiso contársela a nadie. Ni siquiera a mi papá”.
La primera vez que nos vimos me asombró su delicadeza, su mirada azul inquieta,
su silencio cargado de recuerdos y complicidades. Hablamos durante todo un año,
religiosamente una vez por semana, a la misma hora, tomando café. Entonces me
contó que venía de una buena familia judía de Lwow, que cuando los rusos
invadieron esa parte de Polonia su padre, un perfecto burgués, compró dos
gansos que llevó a la terraza con la ilusión de que pusieran huevos con los que
pudieran alimentarse durante las restricciones de la guerra. Un día los gansos
no estaban, y Rudolph, su padre, creyó que se los habían robado los rusos. No
era así: los gansos se habían volado porque él no les había cortado las alas.
Eso le dijeron los oficiales rusos. Después Rudolph se hizo amigo de ellos y
abrazó el comunismo, provocando el espanto de su mujer, sobreviviente de los
pogromos cosacos en los Cárpatos. Cuando se retiraron los rusos y los nazis
entraron a Lwow, Rudolph tuvo otra idea: conseguirle papeles de una nena
ucraniana católica y enviarla a un orfanato de Varsovia donde nadie descubriera
que era judía ni que su acento ucraniano no era sincero. “Rezá, pasá
desapercibido, no hables. Tenés que sobrevivir”, le dijo con lágrimas en los
ojos. Ese día Nusia se despidió para siempre de ese padre al que amaba con
locura, y se convirtió en Slawka. Dejó Lwow bajo una lluvia de cenizas. Ingresó
a un orfanato. Fingió tan bien, interpretó tan bien el papel de Slawka que a las dos
semanas de llegar al orfanato, fue adoptada por la esposa de un militar
ucraniano que la obligó a participar de los bailes de las SS mientras ardía el
ghetto de Varsovia. Así sobrevivió al Holocausto. Nunca más volvió a ver a su
padre, pero cumplió su pedido: calló, rezó, pasó desapercibida y sobrevivió.
Sólo entonces volvió al judaísmo, conoció al amor de su vida en Argentina y
tuvo una vida feliz, llena de hijos y nietos. Hoy te fuiste pero nos queda tu
recuerdo para siempre. Descansá en paz, Nusia Stier de Gotlib , y agarrate
fuerte de la mano de Rudolph para ver volar a esos gansos blancos por el cielo
azul, con tu hermana, tu madre, Claudia y Slawka.
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