Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

lunes, 9 de octubre de 2023

DELIVERY. Fragmento

DELIVERY

Editorial Sudamericana

 



"Me señala. Los gordos me miran y quiero matarme. Se bajan del auto, cruzan Yerbal y se paran delante mío. El rubio sonríe y dice tranquilo flaquito, el Tano nada más quiere saber si hiciste todo bien. ¿Tuviste algún problema?, dice. Le digo que no sin mirarlo porque sigo mirando al Tano, que ahora me saluda. Es la primera vez que viene, digo y el rubio dice es la última. ¿Anda bien el beeper[1]?, dice. Joya, digo y les doy la guita. El otro gordo, que ahora que lo miro parece más grande todavía, agarra los billetes y los cuenta. Quinientos, dice. Joya, dice después. El rubio estira la mandíbula, se pasa una mano por la nuca y dice mañana a las seis te traigo más. Me da un billete de cincuenta. Decile que está todo bien, le digo al rubio, que no se preocupe. Mejor así, dice, hasta mañana. Vuelven a cruzar la calle, se suben al auto. El Tano me saluda otra vez pero ya no tengo miedo. Cuando el Golf blanco arranca y se va por Acoyte hacia Rivadavia miro el billete de cincuenta y pienso que después de todo no está tan mal trabajar en un delivery.

 

En la puerta del negocio están Toni y el Negro. Ninguno pregunta nada. Mejor. Son las doce y cuarto de la noche. Entramos los ciclomotores mientras el dueño y Andrés hacen la caja. Como una empanada de jamón y queso sin sentirle el gusto, podría ser de pescado que sería lo mismo: después de repartir empanadas todo el día a cualquier cosa que como le siento gusto a ciclomotor. Antes de cerrar, el dueño nos da los veinte pesos del día, diez del turno mañana y diez del turno noche.

¿Negro, estás apurado?, pregunto y el Negro dice que no. Le invito una cerveza porque quiero hablar con él pero Toni y Andrés me escuchan y preguntan si pueden venir con nosotros. La puta madre, pienso.

 

Por ser martes hay bastante gente en la calle. Compramos dos cervezas en el kiosco y nos sentamos en un banco del parque Rivadavia. Enciendo un cigarrillo. Fumo. Hace calor y la cerveza está fría. Me acuerdo de los cincuenta pesos y me siento bien. Che, ¿hoy te llamó la divorciada?, le pregunta el Negro a Andrés y Toni se ríe. Sí, me volvió a decir que vaya… Vos sos un estúpido, digo, la próxima vez que llame yo me quedo atendiendo el teléfono y el pedido se lo llevás vos. Seguimos hablando y terminamos las cervezas.

Suena el beeper. La puta madre, digo. Leo el mensaje pero lo apago. Por hoy basta, pienso y Andrés dice ¿y ese beeper? Es mío, digo. ¿A ver?, dice y se lo doy. Lo mira. ¿Tiene luz?, pregunta Toni y digo no sé. Algunos tienen una lucecita verde. No sé, digo otra vez. ¿Y vos para qué lo querés?, dice Andrés y el Negro dice para que lo llamen las minas, ¿o vos no sabés que el pibe está lleno de mujeres? Entonces todos se ríen y no preguntan nada más. Joya, pienso.

Al rato, Andrés dice que se va y yo lo miro a Toni esperando que diga que él también se va pero no dice nada. Hijo de puta. Entonces le doy un billete de cinco y lo mando a comprar más cerveza.

Cuando me quedo solo con el Negro, le muestro el billete de cincuenta y dice te estás metiendo en un quilombo. Silencio. ¿No tenés miedo?, dice después. Está todo bien, no pasa nada, digo y pienso que el Negro tiene razón: me estoy metiendo en un quilombo. Pero miro el billete y cambio de tema. ¿Qué hacés el viernes?, digo y lo veo venir a Toni con tres cervezas. Mejor que se quedó, pienso. No sé, dice el Negro, ¿por? Para saber, digo y enciendo otro cigarrillo. Hablamos de cualquier cosa y cuando terminamos las cervezas nos vamos.

Llego a casa, entro y voy a la pieza. En el reloj de la video[2], las tres cero dos AM. Enciendo la tele, me acuesto y hago zapping. Después la apago y trato de dormir.

 

Abro los ojos. En el reloj de la video, las diez cincuenta y tres AM. La puta madre, digo y pienso que otra vez me quedé dormido. Igual tengo tiempo. Voy al baño, abro la ducha y cuando el agua sale caliente entro y me baño. Después caliento un poco de café y me sirvo una taza. Sobre la mesa de la cocina hay una nota: “Martín: me fui al Uruguay con Alicia. Volvemos el domingo. Un beso, papá”. Enciendo un cigarrillo. Fumo. Tomo el café pensando en mi viejo cogiendo con la estúpida de la novia. Levanto el papel para tirarlo al tacho de basura y veo que me dejó cincuenta pesos. Joya, pienso.

 

Salgo a la calle. Camino y pienso por qué tenemos que ir tan temprano si los clientes empiezan a llamar recién a las doce. No sé. Llego al negocio y saludo a los chicos. Nos sentamos en la puerta y a las doce y cuarto llevo el primer pedido. Me subo a la moto, acelero y siento el viento en la cara. A la una me toca llevar un pedido cerca del colegio de Vero, así que la espero y cuando sale le digo que a la tarde vaya para mi casa que voy a estar solo. ¿A qué hora?, pregunta como si no supiera que llego a casa a las tres y media y que me vuelvo a ir a las seis y media porque el turno de la noche empieza a las siete. Estúpida. Bueno, a las tres y media, dice y me da un beso y se va con las amigas.

Vuelvo al negocio. Andrés me manda a repartir otros cuatro pedidos. Cuando me quiero dar cuenta ya son las tres. Antes de volver a casa, paso por un Musimundo. Mientras compro un CD[3] para Vero pienso que es la primera vez que le compro algo. Es que ahora tengo plata, pienso y pienso que con plata puedo hacer lo que quiera. Cuando llego a casa Vero me está esperando en la puerta y parece enojada. Me dijiste a las tres y media y son las cuatro menos cuarto, dice. Se me hizo tarde, digo y le muestro la bolsa del CD. Tomá, es un regalo, digo y ella cambia la cara y me da un beso. Abre la bolsa, saca el CD y vuelve a besarme. Gracias, dice.

Entramos y vamos directo para mi pieza. Eso es lo que me gusta de ella: nunca dice que no. Todas las chicas tendrían que ser como Vero. A las cinco y media le digo que hoy me tengo que ir más temprano, así que nos vestimos, agarro el beeper y nos vamos. Pero no le digo nada del Tano ni de los gordos. Qué le importa.

 

Cuando llego al negocio, el Golf blanco me está esperando en la esquina. Esta vez el gordo rubio vino solo. ¿Y, flaquito? ¿Ya pensaste qué vas a hacer con tanta guita?, dice para hacerse el amigo pero le sale mal. ¿Trajiste?, pregunto y él me da la bolsa. Dijo el Tano que si seguís así vas a hacer otros laburitos más importantes, dice, ¿te interesa? Sí, digo, ¿dijo algo más? Vos seguí así y preocupate por trabajar bien, dice, el Tano sabe lo que hace, por algo te sigue dando laburo. Tiene razón, pienso. ¿Anda bien el beeper?, dice y digo los chicos me dijeron que algunos tienen una lucecita para ver de noche, ¿este tiene? Ni idea, dice, a ver. Se lo doy y lo mira de cerca. ¿Este botón para qué sirve?, dice y lo aprieta y le borra la hora. Estúpido. No debe tener luz, dice y yo dijo dejá, no importa. Ahora tampoco tiene hora, pienso. Entonces lo veo venir al Negro, que nos mira, nos mira a los dos pero a mí me mira de una forma que quiero matarme. ¿Quién es ese boludo?, dice el rubio y yo le digo un amigo, no pasa nada. Bueno, dice, mirá que a las doce vuelvo a buscar la guita. Joya, digo. Después se sube al auto y se va.

 

El Negro no me habla, me mira y es peor. Cuando abrimos el negocio y empezamos a trabajar me olvido de él pero siento que me sigue mirando. Me doy vuelta para preguntarle qué mierda le pasa, qué se mete en lo que no le importa pero atrás mío no hay nadie. La puta madre, digo.

 

Repartir la merca es fácil. Cuando suena el beeper leo el mensaje con la dirección del cliente y llevo el sobrecito. Si fuera sacarina, azúcar impalpable o talco sería lo mismo. Pero no. Es merca. Merca. Entonces si me para la cana voy preso. La puta madre, pienso cada vez que suena el beeper. Encima la alarma que tiene es horrible. Hoy suena más veces que ayer.

 

Sigo trabajando y a las doce llegan los gordos. Me acerco al coche. Se bajan, les doy la guita. Mil doscientos, dice el grandote cuando termina de contar los billetes. A éste sólo lo traen para que cuente, seguro que el rubio ni sabe contar, pienso. El rubio dice bien, flaquito, seguí así. Me da ciento cincuenta pesos: un billete de cien y otro de cincuenta. Ciento cincuenta pesos en un día, pienso y dice los treinta que sobran son un regalo del Tano, con vos está todo bien. El gordo me habla pero yo sólo pienso en toda esa guita que me está dando, estoy tan contento que hasta le daría un beso al grandote. ¿Anda bien el beeper?, pregunta otra vez el rubio. Sí, anda joya, digo. Mañana a las seis en Mármol y Venezuela, dice. El grandote me sonríe y dice que sí con la cabeza. Este pibe me cae bien, le dice al rubio. Después se suben al auto y se van.

 

Los chicos cerraron el negocio pero el Negro no se fue. Me esperó porque yo se lo pedí, sino ya se hubiera ido. Vamos a casa que mi viejo no está, digo y paro un taxi. El tachero pregunta a dónde vamos y yo le digo la dirección de mi casa. Todos los tacheros hablan. Del tiempo, de fútbol o de cualquier cosa, pero siempre hablan. Casi nunca viajo en taxi, pero cuando viajo les pago para que me lleven y no para escucharlos. Son todos iguales. Pero este no, está callado y de vez en cuando nos mira por el espejo. Hijo de puta. Tengo plata, no voy a robarle, yo nunca robé, pienso, pero el tipo nos mira por el espejo esperando que alguno de nosotros saque un revólver, un cuchillo o qué sé yo. Tengo mucha plata, digo pero el tipo no me escucha. Llegamos a casa. ¿Viste que no te robé?, pienso y él dice que son tres con setenta. Le doy un billete de cinco y digo quedate con el vuelto, cagón.

Entramos. Pongo un CD, voy a la pieza de mi viejo y agarro una botella de whisky. Hay una abierta pero no me importa, además es de Jack Daniel´s y al Negro le gusta más el J&B. Igual a mí me gusta más la cerveza. Él mira la botella verde con la etiqueta amarilla mientras sirvo dos vasos bien cargados. Enciendo un cigarrillo. Fumo. Hablamos de cualquier cosa, vuelvo a servir whisky y entonces el Negro dice ¿no tenés miedo? No, digo, si no pasó nada… Hasta ahora, dice, además vas a tener quilombo con la cana. No pasa nada, digo, está todo arreglado. ¿No te importa la gente que se muere por tomar eso?, dice y digo qué me importa, además, si no la reparto yo la reparte otro. Termina una canción, silencio. Me pagan bien, digo, y es sólo por un tiempo, hasta juntar algo de guita. Vuelve a empezar la música, el Negro vuelve a mirar la botella. Parecés mi viejo, digo, es un montón de guita y los gordos me dijeron que con la cana está todo bien. Vos sabés lo que hacés, dice y entonces sé que aunque no pude convencerlo por lo menos no me va a joder más.

Seguimos hablando y el Negro no dice nada más de la merca. Mejor. Seguimos tomando whisky y después dice me voy y se va. Voy a la pieza, me acuesto. En el reloj de la video, las dos cincuenta y cuatro AM.



[1] Beeper: dispositivo electrónico que permitía recibir mensajes cortos pero no responderlos. Antecesor del SMS y del WhatsApp.

 

[2] Videocasetera: aparato electrónico que permitía reproducir películas VHS y contaba con un reloj digital en el frente. Antecesor de las plataformas de series y películas.

[3] CD: disco compacto diseñado para almacenar y escucharmúsica en formato digital. Antecesor de las plataformas de música online.

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