Alejandro Parisi

Alejandro Parisi

miércoles, 11 de enero de 2017

Con la sangre en el ojo. Fragmento: Débora en el río.






­   -     Lisboa.
­   -     No, suena a víbora.
­   -     París.
­   -     Demasiado snob.
­   -     ¿Barcelona?
­                     -     Muy modernista. Demasiado firulete.
­                    -  Bassano del Grappa, en Italia. ¿Sabés que ahí inventaron la grapa?
­    -    No, en todo caso Siena. Otro.
­    -    No sé… ¿Miami?
­    -    Ni muerta.
­    -    Río.
­    -    Podría ser… pero no.
­    -    Punta del Este.
­    -    Muchos conocidos.
­    -    Me doy por vencido.
­    -    Una más, dale…
­    -    El Tigre.
­    -    No, perdiste.
­    -    ¿Dónde?  
­    -    En Durazno.
­    -    ¿Durazno? ¿Y qué vamos a hacer en un pueblo de mierda?
­    -    Me vas a contar todo lo que no sé de vos.
­    -    Si te alcanza con el verso del detective privado...
­    -    Es verdad, pero quiero conocer el lugar donde naciste…
­    -    Si tenés la fantasía del galancito uruguayo pobre que viene a Buenos Aires buscando fortuna vas muerta... Mi familia tenía guita. Y además los galanes nunca son uruguayos.
­    -    El mío sí, y cuando se pone nervioso le sudan las manos.
Balestra dejó de secarse las manos en el mantel; el jueguito de las vacaciones en el lugar soñado había dejado de ser divertido. Entre los platos, fuentes, cubiertos, migas de pan y botellas que había sobre la mesa, buscó el oporto y sirvió en su vaso y en el de Débora. Estaban en medio del jardín, rodeados por los cinco espirales que ella había exigido prender para considerarse a salvo de los mosquitos. Un indicio de luna se reflejaba en la superficie del río, que a esa hora bajaba de derecha a izquierda.
­    -    Estos jazmines tampoco prendieron… ¿viste?
­    -    Lo tuyo no son los jazmines. ¿Sabés que le encontré marihuana a Nicolás?
­    -    Tiene 17 años… ¿qué querías encontrar? ¿Viagra? Aunque siendo hijo de tu marido…
Balestra esquivó el trozo de pan que le arrojó Débora, soltando una carcajada ebria pero sincera. 
­   -     ¿Y qué le dijiste?
­   -     Nada. Le pregunté si fumaba mucho. Dijo que no. Por lo menos no me dijo “es de un amigo”. 
­   -     ¿Te convidó?
­   -     No.
­   -     Lástima.
­   -     ¿Me vas a contar en qué estás trabajando?
­   -     ¿Te dice algo Andrés Hirsch…? 
Débora abrió los ojos de par en par, como si no pudiera creer que Balestra podía manejar un asunto tan grande; él se acomodó en la silla para contemplar el efecto de sus palabras.
­   -     No me jodas. Lo vi en la tele. Contame.
­   -     No puedo, secreto profesional – dijo Balestra, riéndose, y esta vez no pudo esquivar el pan que le dio en medio del rostro.
­  -      Lo conocíamos… vino a nuestro casamiento.
Balestra dejó de reír.
­   -     ¿En serio?
­   -     Sí, un fanático de la zoofilia. Tenía un galgo entrenado para que se la chupara.
­   -     ¿De verdad?
­   -     No, boludo, te estoy cargando.
Se miraron a los ojos, sin reírse.
­ -       Qué bueno que vine – dijo ella.
­ -       Buenísimo.
Mientras Débora se incorporaba, Balestra pensó en esos meteoritos gigantes que salían en los documentales que él miraba, y deseó que uno bien grande cayera sobre la Triple Frontera y aplastara todo lo que allí había, incluidos los periodistas.
Al pasar junto a él, Débora le rozó apenas un brazo y se alejó en dirección al muelle. Al ver a Débora mirando el río, lejana entre las sombras, Balestra se sintió fuerte, poderoso. Aquella mujer era la única persona capaz de solapar todos sus fracasos. Aunque había pensado pasar la noche revisando las fotos, al verla desnudarse mientras entraba a la casa, Balestra pensó que el muerto tendría que esperar hasta el día siguiente.
 (Con la sangre en el ojo, Grijalbo, 2015)

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