EXODOUS
-
Mamá, ahí vuelve la lancha – dijo
la niña a su madre.
Estaban de pie en la orilla, y la niña tenía la
mano extendida sobre la frente para poder mirar sin que el sol le hiriera la
vista. Con la otra mano estiraba el elástico del traje de baño rosa que le
apretaba la entrepierna, cubierta de arena y sal.
-
Seguro que han pescado algo – dijo
el niño que había estado jugando con ella hasta que divisaron la lancha
enfilando en dirección a la costa.
Los demás bañistas también se habían arrimado a
la orilla, algunos incluso se habían lanzado al mar y nadaban frenéticamente para
ser los primeros en descubrir el botín de los pescadores.
-
Deben traer un tiburón – dijo la
niña.
-
Acá no hay tiburones – refutó la
madre.
-
Mi abuelo una vez pescó un pez
espada – dijo el niño.
-
A mí no me gusta el pescado – dijo
la niña.
La lancha se aproximaba, pasando por en medio
de los aventureros que habían salido a su encuentro con el agua hasta la
cintura. Todos pudieron ver que además de los dos pescadores que habían partido
minutos antes, en la lancha ahora también había otros tres hombres.
En ese momento una camioneta de la Cruz Roja y
otra de la Policía atravesaron la playa y se detuvieron junto a la orilla. Bajaron
hombres y mujeres vestidos con uniformes blancos y azules. Sudaban, y se los
veía bastante molestos por haber tenido que dejar el aire acondicionado de los
vehículos.
Los policías se ocuparon de alejar a los
curiosos, los de la Cruz Roja, en cambio, se acercaron para esperar a la
lancha. Los pescadores apagaron el motor, y durante algunos segundos la lancha
continuó acercándose con el impulso desganado de la inercia. Al fin, el más
joven de los dos pescadores se lanzó al agua con el cabo de la soga en una mano
y comenzó a tirar de él hasta que la lancha se detuvo en la arena.
Entonces los de uniforme blanco ayudaron a desembarcar
a los tres hombres, que parecían tan cansados, como si hubieran nadado o
corrido miles de kilómetros. A pesar del calor del mediodía, no dejaban de
temblar.
Poco a poco, los bañistas perdieron interés y
regresaron a sus reposersas, a sus mantas tendidas sobre la arena y a las olas
del mar.
Sólo los dos niños continuaban viendo a los
tres hombres delgados que bebían con avidez el agua de las botellas que les
alcanzaban los de la Cruz Roja.
-
¿Quiénes son? – quiso saber la
niña.
-
Inmigrantes – contestó su madre.
-
¿Como nosotros? – preguntó la niña, confundida.
-
Sí – murmuró su madre.
-
¿Y por qué ellos no vinieron en
avión?
-
No sé… – contestó su madre.
-
¿Vosotras también habéis venido de
África? – preguntó el niño que aún permanecía junto a ellas.
-
¡No! – dijeron la madre y la niña
a dúo.
Luego, los niños se arrodillaron para
recomponer el castillo de arena que los demás habían pisoteado al acercarse a
la lancha.
-
Mira, vuelven a pescar – le dijo el
niño a su compañera, señalando la lancha que se adentraba en el mar.
-
Seguro que ahora pescan tiburones
– dijo la niña mientras que, detrás de ellos, las dos camionetas se alejaban
para conducir a los tres hombres hasta los aviones que una vez más los
llevarían de regreso a África.
(Publicado en el suplemento de
Cultura de Perfil, el domingo 13 de agosto de 2006).
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